En busca del rumbo perdido
Si la memoria es la esperanza del futuro y la eternidad de Dios está presente en el tiempo de los hombres, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, se requiere todo el genio de un zahorí para hacerlas aflorar en nuestro desierto espiritual poblado de «ideas cristianas enloquecidas». ¿Qué diría al respecto Chesterton hoy día?
Del político al filósofo, del profesor al cardenal, del artista al moralista, la queja es la misma.
Marcada por la hipertrofia de los medios y la atrofia de los fines, según el diagnóstico cruel de Paul Ricoeur, nuestra cultura oscila entre un Prometeo exacerbado y un Sísifo desalentado, agotándose en un Narciso abandonado.
La desesperación de los modelos, la crisis de las evidencias, la sospecha de las representaciones, la dispersión del sentido en los dominios separados por tabiques del saber, la ascensión del hedonismo, la insignificancia de lo político, el desmembramiento incluso de lo religioso en el pluralismo de los absolutos, se desvanecen en agnosticismo escéptico reductor de las creencias.
En todo caso, el mismo no creyente no puede prescindir de creer si desea seguir viviendo. ¿Quién le dará una razón para actuar si ha perdido toda razón de ser?
En este final de siglo en el cual despunta ya la aurora de un nuevo milenio, esta hermosa obra de Jaime Antúnez Aldunate es un libro de esperanza.