Hace años que este Cardenal de origen francés preside el Consejo Pontificio para la cultura y hasta hace poco presidió también el del Diálogo con los No Creyentes. Su experiencia es vasta, por ello mismo, en todo aquel ámbito de problemas en que el secularismo contemporáneo ofrece resistencia a la acción pastoral de la Iglesia.
Buen conocedor de este continente que ha visitado en varias ocasiones, asistió como uno de los 14 representantes del Vaticano a la IV Conferencia General de los Obispos de América Latina, donde tomó parte en la comisión que estudió la nueva cultura -modernidad y postmodernidad- y la cultura urbana. Lo entrevistamos para El Mercurio y para la cadena de Diarios de América.
Con esa proverbial capacidad de síntesis que caracteriza al intelectual francés, se refirió a los desafíos culturales del presente en América Latina, región donde viven más de la mitad de los católicos del planeta.
— ¿En qué medida ve a América Latina sometida también al igual que el mundo desarrollado a la atmósfera de transición entre modernidad y postmodernidad?
— Escuchando a los obispos de Latinoamérica compartir sus angustias y esperanzas, descubro un continente verdaderamente marcado por un hondo sentimiento religioso que le da una fisonomía propia, y al mismo tiempo una gran diversidad, fruto de una historia llena de contrastes (México, Chile, Brasil, Uruguay…) y de la coexistencia actual de diversos estadios culturales. Unos están en la premodernidad, otros en la postmodernidad. El fenómeno dominante es el crecimiento de las grandes ciudades.
—El Santo Padre destacó en sus discursos el «ser histórico» de este continente como profundamente cristiano. El multiculturalismo que caracteriza a la nueva cultura, ¿constituye un desafío para ese «ser histórico» latinoamericano?
—El desafío es inmenso en razón de la distancia creciente entre los beneficiarios del crecimiento y los dejados a un lado por el progreso… Los primeros conocen la megatentación de Prometeo consistentes, y los segundos, perdiendo sus tradiciones culturales se ven devorados por un desastre de humanidad,
En otras palabras, el «ser histórico» de este continente, originalmente de profunda raíz cristiana, se ve en peligro por el multiculturalismo. Este exaspera la distancia entre quienes tienen todas las posibilidades que ofrece el mundo moderno, y los abandonados a su suerte, aquellos que, atraídos por las luces de la ciudad, no consiguen lo que buscan y pierden su ser.
—Una comisión especial dentro de la IV Conferencia se ha constituido para estudiar el tema de la secularización y el indiferentismo. ¿Cómo evalúa Vuestra Eminencia estas realidades, en cuanto al futuro de la cultura cristiana en Latinoamérica?
—La secularización suprime progresivamente a Dios del horizonte de la vida cotidiana, haciéndolo como inútil para una existencia plenamente humana. Al término del proceso, el secularismo engendra la indiferencia religiosa; es decir, el sentimiento de la inutilidad de Dios, de la «no pertinencia» en la práctica de la religión, y la inmersión en la inmanencia: cuerpo, salud, sexo, placer, tener, poder.
Para remontar esa situación, mis proposiciones pastorales son las siguientes:
* despertar a las conciencias del mal sueño de la indiferencia, lo que requiere poner en juego todos los recursos pastorales de la Iglesia y actuar en profundidad;
* los cristianos deben dar un testimonio eficaz del papel decisivo de Dios en todos los problemas de la vida humana: se requiere un renovado empeño de santidad;
* so pena de disolverse en la indiferencia y de perder la propia identidad, el cristiano debe ir contra la corriente con respecto a la mentalidad dominante, no ha de tener miedo a pasar por inconformista. Su regla de conducta debe ser la de San Pablo.
* para que la creciente valoración y autonomía de las realidades temporales no se convierta en secularismo es decisivo cuidar muy bien la formación de los laicos. La educación laicista prepara a los jóvenes a la indiferencia religiosa y los desarraiga de Cristo y de la iglesia. La educación auténtica, por el contrario, es el modo de realizar el adecuado tránsito desde el pasado al presente mirando hacia el futuro, impidiendo la pérdida de la memoria histórica y de las propias raíces cristianas;
* la religiosidad popular ha de ser fortalecida con una mayor formación doctrinal. De lo contrario, se revela frágil ante el bombardeo continuo de los mensajes que envían Ios medios de comunicación social, dentro de este esfuerzo educativo hay que redescubrir la fuerza de la catequesis y de la homilía. Son la ocasión de no ofrecer nociones abstractas o consideraciones teóricas, sino de presentar modelos vivos de santos, que hagan atrayente el mensaje evangélico, sobre todo para los jóvenes.
* una fuente segura de eficacia es la inserción del esfuerzo pastoral de las iglesias locales en el conjunto de la vida de la Iglesia católica en todo el mundo.
— A juicio de V.E., ¿no sucede a veces que el secularismo inhibe el lenguaje de los agentes pastorales y, más aún, llegan éstos a veces a confundir las bondades del pluralismo con las realidades del secularismo, entendiendo a este último casi como un «ideal» moderno?
—Tal ideal es una tentación trágica. Esa tentación trágica encierra los problemas de la pluralidad en la miseria del secularismo. La relativización de lo absoluto, que es Dios, acarrea la absolutización de lo relativo. Y la apertura hacia lo trascendente, que es la clave para el desarrollo de toda cultura —no hay cultura que no sea abierta—, desaparece en el culturalismo, que constituye un cerrarse sobre sí mismo suicida. Ese seudo «ideal» engendra una catástrofe antropológica.
El culturalismo es la tentación de reducirlo todo a fenómenos culturales, completamente desorbitados, que dan vueltas en torno de sí. Es el mito antiguo de la serpiente que se muerde la cola.
—¿Qué responsabilidad cabe a los medios de comunicación modernos en el ámbito de la cultura?
—Su responsabilidad es capital, pues no hay cultura sin memoria y la memoria es la esperanza del futuro. En otras palabras, los medios de comunicación social tienen la posibilidad enorme de transmitir la memoria, lo que está en el corazón de la cultura. Como dijo el Concilio, «el futuro está en manos de aquellos que hayan sabido dar a las generaciones futuras razones para vivir y para esperar».
América Latina es el continente de la esperanza, y los católicos latinoamericanos son la esperanza del continente. Sus tierras han sido fecundadas por el Evangelio. El 5° Centenario, más que un desafío de término secularista, es un Kairos, palabra griega que habla de una hora de gracia, hoy y aquí.
Esta entrevista forma parte del libro:
