ENTREVISTAS
Shalom Rosenberg

Israel, una identidad desafiada

Embarcar rumbo al Estado de Israel, desde cualquier aeropuerto del mundo, resulta ya un avance aleccionador respecto de la realidad que se te ha de visitar y conocer. La naturalidad de los viajeros, en su gran mayoría judíos, para ser sometidos a los inacabables chequeos de seguridad, revela en seguida la faceta sufrida de este pueblo, cuya fisonomía no puede de ningún modo compararse con la índole característicamente «light» de la tripulación internacional que deambula alrededor. Dicho sufrimiento, es casi obvio recordarlo, resulta ser el precio de una milenaria historia y de una siempre sacrificada sobrevivencia.

Más tarde, una vez llegado a destino, el primer contacto con la población confirma en seguida, a través de infinitas señales, las características de un pueblo que para defender su existencia, vive física y psicológicamente movilizado. Al cabo de los días será posible percibir otras facetas nuevas en este marco de realidades. 

La peor amenaza para la soberanía de Israel es cultural y no militar, afirmó en una entrevista publicada por el diario Le Monde el entonces Ministro israelí de Relaciones Exteriores, Shimon Peres. Expresando una viva preocupación por la invasión cultural de que su patria es objeto -«hay jóvenes para los cuales la mujer más importante en el mundo no es Rebeca ni Sara, sino Madonna» acotó—, consideró esta situación mucho más destructiva para la identidad de Israel que la Intifada…

¿Puede Israel como nación, asediada como vive, subsistir si se debilitan o extinguen  las raíces de su cultura? He aquí la gran pregunta que agita a muchos espíritus y que es origen de fuertes controversias internas y externas.

En uno de los salones del protegido Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, donde se debaten problemas de gran trascendencia para la región, doce editores culturales de distintos países del mundo escucharon sobre este mismo tema al profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Shalom Rosenberg. «Artes y Letras» de El Mercurio conversó luego con él sobre modernidad y postmodernidad, cultura agnóstica y dispersión cultural, como desafíos para una nación cuya existencia se remonta a la fe de Abraham. 

Según nos explica Shalom Rosenberg, se vive hoy en Israel una verdadera lucha por conservar la cultura, batalla que no es posible trabar a través de leyes sino a través de valores. «Creencias, valores y utopías son el eje fundamental de esta lucha por la cultura y el problema es que los tres se ven hoy resquebrajados por un fenómeno mundial que también nos invade y que podemos tal vez llamar postmodernismo, para el cual todo da más o menos lo mismo en esta materia», señala. Y si no es fácil ensamblar una cultura milenaria como la judía con la realidad contemporánea, esto es hoy mucho más dificultoso que en cualquier otro momento, añade, dadas las formas desleales y abusivas con que se compite. 

Por los hermosos jardines del Museo de Israel, en Jerusalén, y por sus salas que dan testimonio de esa milenaria historia, paseamos más tarde con Shalom Rosenberg para profundizar en el tema.

En este espacio todo habla por sí solo de la relación del pueblo de Israel con su Dios. Porque por donde uno quiera que vaya se encontrará con objetos como los de la cultura cananea, por ejemplo, que atestiguan la lucha del pueblo de Israel por su fidelidad a Jehová, en ese caso contra los ídolos de Canaán. Y si luego pasamos a este siglo, a la diáspora, serán las costumbres del pueblo israelita, el cumplimiento del Sabath y las prescripciones milenarias de la Biblia, las que habrán de reflejar los distintos cuadros costumbristas tras las vitrinas.

Para no hablar de preciosos manuscritos como los de los esenios, o de libros y objetos magníficos provenientes de sinagogas que aquí se muestran. Parece pues cierto que en Jerusalén las llamadas al cielo son llamadas locales y no internacionales», como dicen muchos aquí y como repitió Rosemberg en su conferencia. Es un pueblo, éste, que se define desde su origen por una fe religiosa. El pueblo de Israel nace de la fe de Abraham.

¿Cómo se sostiene hoy este pueblo en su lucha por existir? Porque a diferencia de otros, que no tienen el problema de existir, pues simplemente existen, ustedes sí tienen la necesidad constante, como muestra su historia, de mantener viva su identidad cultural para mantenerse en pie. ¿Cómo se realiza eso en un mundo que acosa a las entidades culturales con tendencias radicalmente contrarias a la trascendencia y con un clima de disolvente indiferencia? 

—Estoy muy de acuerdo con la autenticidad del problema planteado. Creo que cuando nosotros visitamos un país, existe una arqueología de lo que hay y existe una arqueología de lo que no hay. Es decir, muchas veces si yo no hallo algunos hechos o algunos testimonios arqueológicos, eso es también una demostración de la cultura. Por ejemplo, yo creo que hay tres valores máximos del pensamiento judío, o de la Biblia, que se expresan en lo que no vamos a encontrar aquí. Primeramente, un arte limitado por la lucha contra la idolatría. Es decir, el arte bíblico está limitado en este contexto. Segundo: lo que nos habla el profeta Jeremías, en una forma extraordinariamente bella, acerca de cómo las grandes construcciones del pasado pudieron ser hechas por el trabajo de esclavos, mientras que en una sociedad de esclavos liberados como es la que describe la Biblia, no podía pensarse en construir pirámides. Y el tercer elemento es la idea de la búsqueda de una paz, es decir, lo contrario de la idea de crear un imperio: no habrá aquí arcos de triunfo… Quiere decir pues que acá hay tres valores: la lucha contra la idolatría, contra la esclavitud y contra la idea del imperio, es decir, la idea de la paz. Ahora, a mí me parece que estas tres ideas son bases de una cultura que continúa hasta el día de hoy. 

— Y que está relacionada con una lucha vital…

—Algo además muy importante a este respecto, es que la cultura es muchas veces vista, equívocamente, como un lujo. Usted tiene razón en que la sociedad nuestra es una sociedad que lucha por la vida, lo cual a mí me parece ya un valor cultural. Voy a dar un ejemplo muy simple: nosotros sabemos que la persona que tiene sentido en la vida puede luchar más fácilmente contra la enfermedad, contra el cáncer, por ejemplo. Es algo así como una especie de pacto. Y el deseo de vivir es algo ya cultural, no simplemente biológico. Ahora, yo creo que en Israel hay una expresión de un deseo de vivir que es cultural. No es simplemente algo que viene por inercia, sino que es algo que se fundamenta en el sentido de la vida y que es por lo tanto —aún en medio de la crueldad de la situación diaria- una cosa cultural.

La conversación con el profesor Rosenberg se encauza hacia el comentario de lo que representó la cultura de ciertos sectores judíos en la diáspora y el contraste de ella con la posición que hoy debe sostener culturalmente Israel.

La impresión dominante es que muchas eminentes figuras del pensamiento judías, en la diáspora —esto es, filósofos judíos que vivieron en Europa, en Alemania, Checoslovaquia o Inglaterra—contribuyeron poderosamente a la vertiente filosófica agnóstica y hasta atea de la Ilustración europea. Marx y Freud son buenos ejemplos de ello. Ahora, resulta que cuando estos elementos culturales quieren trasladarse a la interpretación de la vida de Israel hoy, ello contrasta con la realidad de manera muy fuerte. ¿Cómo ese Israel que para sobrevivir necesita tener conciencia de su pasado, cargado de vivencias religiosas, podría, en efecto, resistir el peso de una interpretación agnóstica o atea de su historia? A ello se añade, por cierto, el desafío que supone la nueva cultura «light» que traen la televisión internacional y otros factores a que se ha referido el Canciller Peres. Si los estilos «postmodernos» cobran un tributo en este último sentido para estar «al día», ello también parece difícil de conciliar con la estabilidad de Israel.

 Rosemberg manifiesta su admiración por el hassidismo y su valor religioso, y agrega que tiene la esperanza de que algún día éste llegue a conocerse. «Yo diría que el hassidismo es un regalo del judaísmo al mundo gentil, mientras que Marx y Freud, obras escritas en Europa y traducidas a muchos idiomas, son más bien regalos gentiles al mundo judío», apunta a modo de descargo. 

— Es a todas luces evidente que nuestra existencia requiere seriedad. E incluso una seriedad muy grave. Una seriedad que implica que los jóvenes a la edad de 18 años, en lugar de ir a la discoteca parte del tiempo o la mayoría del tiempo, tengan que estar en el cuartel. Es una seriedad que obliga a que aún pasados los 50 años, cada persona dedique un mes por lo menos del año al servicio militar, es decir, a la reserva activa. Tenemos entonces esta idea de que hay algo acá muy serio, que no encuentra su expresión en lo que es, por ejemplo, el mensaje actual de la televisión que nos llega de fuera. Esto es un hecho. Y hay mucha gente (el Ministro Shimon Peres así lo ha declarado) que observa que estamos perdiendo mucho debido al hecho de que la cultura «light» o «soft» de la televisión, está destrozando la posibilidad de tener entereza, la capacidad de luchar. 

—Y esto afecta la misma forma de hacer política. 

— Voy a dar un ejemplo simple. Una de las cosas que a mí me enorgullecen del sionismo es ésto: si hay que hacer en determinado momento una inversión en obras cuyos frutos se van a recoger dentro de 30 ó 40 años, pero que son frutos extraordinarios, ello se hace. Esa es una forma de ser serio. De pensar en la cosa pública con criterios de estadista. La forma de ser «light» es en cambio pensar primero como el político: tengo dentro de cuatro años elecciones… No fue calculando de este último modo, por ejemplo, que en los comienzos del Estado de Israel se construyó un enorme acueducto, que es el que hasta el día de hoy nos nutre de agua. Y no es fácil saber si sería posible construirlo igual actualmente, cuando prevalece otro concepto.

—En parte, porque ha cambiado el escenario internacional. 

—Varios creen, en un exceso de optimismo, que la caída de los grandes imperios, la caída de la Unión Soviética —que fue en el Cercano Oriente un elemento sumamente perturbador—, como asimismo la apertura de muchos pueblos hacia la democracia, nos autoriza ahora a no ser tan serios. Es decir, creen que ya no hay tantos peligros y que por lo tanto se puede declinar la seriedad. Pero a mí me parece que no es cierto y que eso sería algo parecido a lo que pasa con el uso indiscriminado de los antibióticos. Es decir, estaríamos creando problemas que la generación futura va a tener que padecer en forma muy grave. 

—Es en cierto sentido el tema del fin de la historia, de la cultura postmoderna el que aparece de nuevo aquí… 

—Efectivamente. La modernidad puede ser comparada con una caja de Pandora: con ella salieron todos los monstruos, pero permaneció la esperanza. Ahora el postmodernismo es la militancia declarada contra la esperanza, contra la utopía, contra toda idea de redención. Se acusa a los idealistas de sólo haber sido causantes de destrucción. Pero la lucha de Israel, desde siempre, va precisamente en dirección contraria a la de esa cultura posmoderna. Lo dice nuestro himno nacional, Ha-Tikva —»La Esperanza»— recogido del capítulo 37 de Ezequías. «No se perdió nuestra esperanza», canta. Esta es una luz que atraviesa todas las generaciones de Israel. Basta pensar en la gente que vino de Auschwitz… Podemos llegar a rescatar la esperanza en el sentido de que llegue a ser algo salvador. «KULTURKAMPF» 

—¿Pero hasta qué punto es éste un sentimiento dominante hoy en Israel?

—Diría que a grosso modo, estamos divididos en tres partes. No voy a decir que sean exactamente tres tercios, pero quizá se acercan a esto. En ese conjunto hay un tercio que está muy enraizado en la fe religiosa. Otro tercio que está muy condicionado por las raíces laicas y ateas de la moderna civilización europea. Y una tercera parte que es muy tradicionalista. Hasta ahora, siempre ha habido una especie de coalición. La cultura israelí en general fue construida en una especie de acuerdo con los elementos religiosos (excepción hecha de los extremos) y el tradicionalismo, que ha tenido éxito y ha triunfado hasta ahora. El tradicionalismo en Israel es algo que puede ser comparado con factores netamente religiosos en otros lugares del mundo, es decir, es un tradicionalismo cuya observancia se ve en la calle. Por ejemplo, propio de la influencia de esa corriente es lo que pasa el Día del Perdón, el Yom Kippur, en que prácticamente hasta la radio no funciona en Israel y en donde todo el país está paralizado. Mis hijos lo definen muy bien: es el día cuando en nuestra calle se pueden escuchar los pájaros… Es decir, en nuestra calle donde los coches y los buses pasan sin cesar, es el día donde se pueden escuchar el piar los pájaros. Y realmente es una fiesta. Ahora, esto es un hecho, así como pueden serlo también algunas formas de vivir el sábado.

Hoy, no obstante, Israel está en medio de un conflicto, de una encrucijada donde el futuro no está hecho. Usted nos encuentra en un momento donde estamos debatiendo el futuro. Hasta ahora fuimos una sociedad construida en base a lo tradicional, con raíces religiosas evidentes. Pero en este momento estamos frente a algo que podría ser parecido quizás a lo que pasó Alemania en el siglo pasado, con el llamado Kulturkampf. 

— Bueno, eso se siente aquí…

—El Kulturkampf existe y yo creo que todavía en una fase de formación. Me parece que en este contexto la cultura tradicional tiene todavía buenas probabilidades de subsistir, pero está tambaleando. 

Pero si tambalea, y si en ese tambalear cae la identidad, ¿no cae Israel al fin? 

—De acuerdo. Lo que pasaría es como el caso de una persona que puede subsistir aún cuando haya perdido la memoria. Digamos que en un caso así hablamos de una existencia física pero lógicamente no de identidad. 

— Mas en el caso concreto de ustedes, por el hecho de estar rodeados de elementos que los acosan, ¿la existencia física no está en cierto modo condicionada por la existencia de una identidad? 

—Respecto, por ejemplo, de las negociaciones actualmente en curso, hay los que alimentan la ilusión de que en este territorio podrán coexistir dos estados, situación en la cual la lucha dejará de existir. Pienso entre tanto, que nosotros y los palestinos somos como dos hermanos siameses, que tenemos dos corazones, pero solamente dos manos y dos piernas. Dos corazones porque tenemos dos identidades distintas. Cuando nos operemos vamos a quedar cada uno con una mano y una pierna y los dos vamos a tener que salir de acá con bastones y manos artificiales. Ahora, lógicamente que va a ser muy difícil luchar con una mano artificial y con una pierna. Y alguna gente cree que, bueno, en esas condiciones no nos va a convenir a ninguno de los dos la lucha, y que por lo tanto la vida podrá ser entonces más fácil, pues haremos el amor en vez de la guerra… No se necesitará entonces la seriedad, ni tampoco necesitaremos mirar hacia el futuro, pudiendo vivir cómodamente el día de hoy. 

—No habrá por lo tanto ninguna exigencia en cuanto a mantener vivas las razones de un existir: La esperanza, de que hablábamos, se realizaría en un horizonte limitado…

— Pero es un engaño. Yo creo, como dije en mi exposición, que ninguna sociedad, ni aún las más desarrolladas, pueden vivir sin una utopía y sin una seriedad mínima. Para mí las ideas «light» y «soft son realidades parasitarias. Es decir, son como la bohemia que puede existir cuando alrededor otras gentes se ocupan de la salud pública y de limpiar las calles… Hace falta siempre una seriedad mínima y a mi entender, en nuestro caso, no la podremos aprender del mundo occidental. Pienso incluso que, al revés, son los países pequeños, muchas veces chapados a la antigua, los que somos capaces de conservar una especie de seriedad que otros ya perdieron. 

— Una razón existencial… 

—Exactamente. Y teniendo que luchar muchas veces no por la vida pero sí por la subsistencia o por problemas sociales interiores, mientras que los otros tienen problemas distintos pero escapan de ellos, como los problemas de las minorías.
Pero volviendo a lo central, yo creo que usted tiene razón, y que parte de nuestra lucha es de sobrevivencia. Y a este respecto me parece que la existencia de una tradición religiosa judía va a sobrevivir, pues la cultura «light» a mi entender es una cultura para adolescentes, incompatible con un pasado de lucha y de sufrimiento como el nuestro.

— Una cultura pueril, diría usted… 

—No exactamente, pues los niños todavía son extraordinariamente pensadores y piensan en el futuro. Yo creo más bien que estamos haciendo un enorme daño al transformar a los niños en adolescentes, dándoles inyecciones de sexualidad, por ejemplo, cuando todavía no la tienen, sacándoles mucho de la extraordinaria curiosidad o de la creatividad que tienen. Como ha sido algunas veces comentado, preservar en sí algo de la niñez es incluso la posibilidad de llegar a hacer arte.

Lo que pasa es que solamente nuestra cultura tradicional, que tiene sus raíces en lo religioso, puede hablar al hombre durante toda su vida, y eso es ya parte de nuestro hacer de grande. Yo creo que hay algo, cuando el joven se convierte en padre —a pesar de que hay mucha gente que trata de que no lo haga— cuando crea una familia y tiene que educar, que le hace darse cuenta que necesita valores, necesita creencias, necesita una utopía, necesita una inocencia que seguramente le echaron a perder y que tiene que recuperar. Inocencia, digo, y no ingenuidad, pues esta implica no ver el mal, en tanto la inocencia supone hacer el bien aun cuando haya mal, y creer en algo.

Shalom Rosenberg nació en Argentina, estudió allí y luego en los Estados Unidos. Hace 30 años que vive y trabaja en Israel. Acerca de su experiencia como judío de origen latinoamericano quiere aportar una observación final a esta conversación: 

— Yo nací en Latinoamérica y me eduqué primero en Latinoamérica. Muchas veces ha tenido que discutir ese latinoamericano que hay en mí con el norteamericano que hay en otro israelí. Y considero que hay algo que traje conmigo y que voy a llamar aquí la «forma» del subdesarrollo, que es lo contrario del ser mimado. Hay algo en la civilización moderna que tiende a lo demasiado cómodo y que impide el desarrollo humano. Es como el hijo de la familia demasiado rica, que todo lo tiene, que nada puede ya esperar.  Parece que nosotros, en cambio, tenemos una palabra para decir no respecto al mañana, sino al pasado mañana. Simplemente por eso: porque pertenecemos a civilizaciones que no fueron mimadas y porque tuvimos que luchar mucho para arribar.