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Apuntes para Conferencia Jornada Clero San Bernardo

La oración en Ratzinger-Benedicto

1.- EXORDIO

* El pensar y obrar en Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, es el de un contemplativo. Parece estar siempre empapado de espíritu de oración, como mirando hacia el  Duc in altum del Evangelio. Hay  algo como si un  orvallo o brisa  sobrenatural le estuviese siempre dando en el rostro.

* Estos apuntes sobre la oración en Joseph Ratzinger -en Ratzinger-Benedicto XVI como es usual señalarlo- son casi todas palabras suyas, textuales, simplemente ordenadas como nueve temas, en secuencia lógica y para una mejor reflexión conjunta.

2.- SAN AGUSTÍN, SU MAESTRO DESDE LA JUVENTUD

* Siguiendo a su maestro San Agustín, el joven Ratzinger -de los tiempos aún de su tesis doctoral- donde trata del Templo y la Casa de Dios, y en la secuela de este gran doctor (uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina con San Jerónimo, San Gregorio y San Ambrosio), señala como lugar de la oración “los aposentos del corazón” (y recuerda que Agustín  emplea diversas expresiones para referirse a ese espacio de la interioridad: templum mentis, cubilia cordis…). 

* Desde sus comienzos Ratzinger está marcado por el pensamiento y la espiritualidad de San Agustín, quien concibe el habitar divino (v.gr.Confesiones) en forma  de un estar espiritualmente presente en lo interior. La presencia divina no depende del espacio sensible externo, sino del grado de elevación del ser.

En el año 2008, ya como Pontífice, refiriéndose a San Agustín en una de sus catequesis dice: “la armonía entre fe y razón significa sobre todo que Dios no está lejos: no está lejos de la razón, de nuestra vida; está cerca de todo ser humano, cerca de nuestro corazón y de nuestra razón… si realmente nos ponemos en camino”.

Esta cercanía de Dios al hombre, comenta luego, fue experimentada con extraordinaria intensidad por Agustín. La presencia de Dios en el hombre es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad: En su libro Confesiones, escrito luego de convertido a la fe, dice que no hay que salir afuera: “Vuelve sobre ti mismo” -afirma Agustín, y recuerda Benedicto-. “La verdad habita en el hombre interior. Y si encuentras que su naturaleza es mutable, trasciéndete a ti mismo. Pero recuerda al hacer así que trasciendes un alma que razona. Así pues, dirígete allí donde se enciende la luz misma de la razón” (De vera religione, 39, 72).  Y nos trae en seguida a la memoria la muy famosa afirmación hecha al inicio de la autobiografía espiritual por este Padre de la Iglesia: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (I, 1, 1).

La lejanía de Dios equivale, así también, a la lejanía de sí mismos. “Porque tú, -reconoce Agustín (III, 6, 11)- estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío, y más elevado que lo más sumo mío”; y en otro pasaje, recordando el tiempo precedente a su conversión: “tú estabas, ciertamente, delante de mí, más yo me había apartado de mí mismo y no me encontraba” (V, 2, 2). 

Lo cual es importante, acota Benedicto: quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios… [logrando así llegar a su verdadero yo, a su verdadera identidad.]

Pocos han comprendido con tanta profundidad como Agustín, que Dios habita -por la fe- en nosotros, la comunidad visible, concluye Benedicto acerca de Agustín.

3.- VIDA ETERNA

Todo lo cual nos acerca a ver, sentir y a hacernos a la idea de que “la vida eterna no es simplemente lo que viene después y de lo que nosotros ahora no podríamos formarnos ni la más remota idea; pues -nos dice Ratzinger- como se trata de una forma de existencia, puede estar ya presente en el seno de nuestra vida material y de su fluyente temporalidad  como lo otro, lo mayor, lo nuevo, si bien siempre de modo fragmentario e incompleto.

En todo caso los límites entre vida temporal y eterna no son de ninguna manera exclusivamente de naturaleza cronológica: nosotros, por lo general, pensamos que los años previos a la muerte serían la vida temporal, y el tiempo infinito posterior sería lo eterno. Pero como la eternidad no es simplemente tiempo sin fin, sino otra forma de existencia, entonces una tal diferencia, meramente cronológica, no es suficiente. La vida eterna existe en medio de la temporalidad, allí donde nosotros alcanzamos el cara a cara con Dios. A través de la contemplación del Dios vivo se puede llegar a algo así como el fundamento originario de nuestra alma.

Sucede como en un amor poderoso: ya no nos puede ser arrebatado a través de las vicisitudes de la vida, sino que constituye un centro indestructible, del que procede el impulso y la alegría para ir avanzando hacia delante, incluso cuando las condiciones externas son dolorosas y difíciles.

* La vida eterna es, en fin, aquella forma de vida, en el centro de nuestra existencia terrena actual, que no es afectada por la muerte, porque se extiende más allá de ella. En medio del tiempo vive lo eterno. […] Y si vivimos de esta manera, la esperanza de la comunión eterna con Dios llegará a ser una gozosa espera que caracterice nuestra existencia, porque entonces también crece en nosotros una representación de su realidad, y su belleza nos transforma interiormente. Se hace, pues, evidente, que en este cara a cara con Dios no hay nada egoísta, ningún retorno a lo mero privado, sino precisamente aquella liberación del “yo”, que da plenitud de sentido a la eternidad.

* Presente y eternidad no se encuentran uno frente al otro y en mutua oposición, como el presente y el futuro, sino que se interpenetran. Esta es la verdadera diferencia entre utopía y escatología.

* La vida compartida con Dios, la vida eterna en nuestra vida temporal, es posible porque la convivencia de Dios con nosotros se ha dado: Cristo es Dios compartiendo su ser con nosotros.

* La fuerza con que la fe en la vida eterna opera en el presente quizá no pueda observarse en ningún autor de un modo tan impresionante como en Agustín, que tuvo que experimentar el hundimiento del Imperio romano y de todas su normas civilizadoras, y por tanto una historia llena de angustia y de sobresaltos. Pero el supo ver que una nueva ciudad iba creciendo, la ciudad de Dios.

* Como Él ha descendido a las profundidades de la tierra (Ef. 4,9), Dios ha dejado de ser un Dios de las alturas, y ahora -como dice el salmo 139- nos rodea desde arriba, desde abajo y desde dentro; el es todo en todos, y por eso formamos parte de todos:  “Todo lo mío es tuyo” dicen las palabras del Evangelio de San Juan [1, 9]

* El poder del mal, que invade por completo la estructura de nuestra sociedad como los tentáculos de un pulpo, y amenaza con ahogarla en un abrazo mortal, se enfrenta ahora a esta serena revolución de la auténtica vida como fuerza liberadora, en la que el Reino de Dios, aunque todavía no ha asumido todo, como dice el Señor ya está en medio de nosotros (Lc. 17, 21). Es por medio de esta revolución como se hace presente el Reino de Dios, porque la voluntad de Dios se realiza, en la tierra como en el cielo.

4.- REZAR

* Rezar significa, mediante una necesaria y paulatina transformación de nuestro ser, identificándose con el pneuma de Jesús, ir acercándose al Espíritu de Dios, y así, bajo el aliento de su amor, vivir en una alegría que ya no se puede quitar.

* El descubrimiento del “rostro de Dios” es algo que no termina jamás. Cuanto más entramos en el esplendor del amor divino, más hermoso es ir adelante en su búsqueda, siendo así que en la medida en que crece el amor, crece tb. la búsqueda de Aquel que se ha encontrado: “amore crecente inquisitio crescat inventi”  (San Agustín, sobre ps. 104).

* En la “escuela de oración” que nos muestra Benedicto, evidentemente que la lección magistral nos la da el mismo Jesucristo, con su ejemplo, el hombre de oración por excelencia, en quien “la oración es plenamente revelada y realizada”. Los evangelios nos describen a Jesús en diálogo íntimo y constante con el Padre.

*  Para entender a Jesús, su vida entre nosotros,  resultan fundamentales las repetidas indicaciones de que se retiraba “al monte” y allí oraba noches enteras “a solas” con el Padre. Estas breves anotaciones descorren un poco el velo del misterio, nos permiten asomarnos a la existencia filial de Jesús, entrever el origen último de sus acciones, de sus enseñanzas y de su sufrimiento. Este “orar” de Jesús es la conversación del Hijo con el Padre, en la que están implicadas la consciencia y la voluntad humanas, el alma humana de Jesús, de forma que la “oración” del hombre [de los hombres] pueda llegar a ser una participación en la comunión del Hijo con el Padre. […] Es de este modo como el discípulo que camina con Jesús se verá implicado con él en la comunión con Dios. Y esto es lo que realmente salva: el trascender los límites del ser humano, algo para lo cualel hombre está ya predispuesto desde su creación, como esperanza y posibilidad, por su semejanza con Dios.

* VER en Volumen I de “Jesus de Nazaret“, cap. V, LA ORACION DEL SEÑOR, donde se desglosa frase por frase el Padrenuestro. Asimismo el Volumen II, cap. VI, Getsemaní.

* La oración no se puede dar por supuesta, hace falta aprender a orar, nos recuerda siempre Benedicto.  Su “escuela de oración” abarca toda la historia de la salvación, partiendo por las figuras del Antiguo Testamento; lo hace desde una perspectiva universal válida para todas las culturas y para los hombres de todos los tiempos.

* Es interesante en este sentido reparar que en sus meditaciones sobre la oración entregadas en las catequesis al pueblo de Dios, durante su pontificado, Benedicto comienza por recordarnos y mostrarnos cómo se rezó en las civilizaciones antiguas y pre-cristianas. Así por ejemplo en Egipto: “que yo te vea” reza allí un hombre ciego (éste hombre ciego pide lo más importante… precisa…)

* También en otras civilizaciones como Mesopotamia y la antigua Grecia (donde reproduce una oración de Sócrates, que nos relata Platón – “haz que sea bello por dentro; que considere rico a quien es sabio, que sólo posea el dinero que pueda llevar y tomar el sabio. No pido más”). Esto mismo lo ve también en las grandes tragedias griegas, como en Eurípides. Y más adelante entre los romanos, donde nos recuerda una oración del emperador filósofo Marco Aurelio (“quién te ha dicho que los dioses no nos ayudan… comienza a rezarles y verás”)

* Todo lo cual nos está mostrando, cuan verdadero es aquella antigua sentencia, probablemente de San Agustín, que dice homo capax Dei. El hombre es capaz de Dios.

* La oración, como dijimos, no puede darse por supuesta, y hace falta aprender a orar como subraya Benedicto. Esta escuela de oración, en la cual  recorre las grandes figuras del Antiguo Testamento y los santos del Nuevo Testamento, se centra, como también ya dijimos, en el excelso ejemplo de Jesucristo, el hombre de oración por excelencia.

* ¿Jesús aprendió también a orar? se pregunta él. Y aquí, reportándose al Compendio del Catecismo, responde: “conforme a su corazón de hombre, Jesús aprendió a orar de su madre y de la tradición judía. Pero su oración brota de una fuente más secreta, puesto que es el Hijo eterno de Dios que en su humanidad santa, dirige a su Padre la oración filial perfecta”. En su meditación sobre la oración de Jesús, Benedicto culmina tratando sobre el silencio en la oración: el silencio marca la existencia terrena de Jesús, sobre todo en la cruz: allí Jesús experimenta el silencio de Dios. 

* (citando también Compendio, dice así) “Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padrenuestro – ciertamente el acto central de la enseñanza de cómo rezar – sino también cuando él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas para una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación”.

* Quien reza espera en una bondad y en un poder que van más allá de sus propias posibilidades. Se ha dicho de paso que un hombre desesperado no reza porque no espera, tampoco reza un hombre seguro de su poder y de sí mismo, porque confía únicamente en sí. Quien reza espera en una bondad y en un poder que van más allá de sus posibilidades.

* Vale la pena recordar la reflexión sobre la vigilancia en la oración, que hace Benedicto en ese recomendado capítulo VI, Getsemaní en su Vol.II de “Jesús de Nazaret”:  “La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por el poder del mal en el mundo, por toda la injusticia y el sufrimiento que devastan la tierra. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha. Pero esta falta de sensibilidad de las almas, esta falta de vigilancia, tanto por lo que se refiere a la cercanía de Dios como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno”.

* Ante los discípulos adormecidos y no dispuestos a inquietarse, el Señor dice de sí mismo: “Me muero de tristeza”. Palabras del salmo 43, en las que resuenan expresiones de otros salmos. También en su Pasión -tanto en el Monte de los Olivos como en la cruz- Jesús habla de sí mismo a Dios Padre usando las palabras de los Salmos. [Pero] estas palabras tomadas de los Salmos se han hecho del todo personales, palabras absolutamente propias de Jesús en su tribulación; en efecto, Él es el verdadero orante de estos Salmos, su auténtico sujeto. La plegaria totalmente personal y el rezar con las palabras de invocación del Israel creyente y afligido son una misma cosa.

5.- SECULARISMO Y ORACIÓN

* La crisis de nuestro tiempo depende muy principalmente del hecho de que se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombres sin el dominio de si, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación; que no es necesario mantener los sacrificios aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la tensión de lo que se debería hacer y lo que efectivamente se es.

* Cada vez más es notorio -apunta Ratzinger- que el sentido de la vida eterna en el hombre moderno, también en el cristiano actual, ha llegado a ser sorprendentemente débil (Inquiere así por ejemplo: ¿cuándo?… ¿cuántas veces … es que oímos hablar de las ultimidades -cielo, infierno, purgatorio-?)

¿Dónde está el origen de todo esto?, se pregunta: “Yo creo que tiene que ver de un modo esencial con la imagen [que se tiene] de Dios y de su relación con el mundo […]”, dice. Y explica:

* Apenas podemos ya imaginarnos que Dios haga realmente algo en el mundo y en los hombres. Que Él mismo sea un sujeto que actúa en la historia […] Hoy pensamos que el acontecer del mundo se explica exclusivamente por medio de factores internos a él. Nadie se ocupa de éste al margen de nosotros mismos, y por ello tampoco esperamos nada de nadie, al margen de nosotros mismos, que ciertamente nos consideramos en completa dependencia de las leyes de la naturaleza y de la historia. Dios ya no es -digámoslo- un sujeto que actúa en la historia; es, en el mejor de los casos, una hipótesis y al margen de ella.

* Y entre tanto el eterno Sentido del mundo ha llegado a nosotros de forma tan real y verdadera que se lo puede tocar y mirar (1 Jn, 1). Pues lo que Juan llama “la Palabra”, significa en griego, al mismo tiempo, tanto así como “el Sentido”. Por consiguiente no sería equivocado traducir con toda justeza: “El Sentido se hizo carne”.

* Y esta Palabra actúa poderosamente…  El poder de Dios es diferente al poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de cómo lo imaginamos y de cómo quisiéramos imponerle que fuera. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales de poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los Olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (Mt 26, 53). Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz -y después siempre en la historia- sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios. 

* ¿Existe un límite contra el cual se estrella la fuerza del mal? Sí, existe, e invocando las palabras de San Juan Pablo II en “Don y Misterio”, Ratzinger señala que el poder que pone un límite al mal es la misericordia divina. A la violencia, a la ostentación del mal, se opone en la historia -como “el totalmente otro” de Dios, como el poder propio de Dios- la misericordia divina. Podríamos decir con el Apocalipsis: el cordero es más fuerte que el dragón.

6.- ESPERANZA Y DIGNIDAD

* Hoy encontramos a mucha gente que tiene un concepto limitado de la fe cristiana, porque la identifican con un mero sistema de creencias y valores más que con la verdad de un Dios que se reveló en la historia, deseoso de comunicarse con el hombre cara a cara, en una relación de amor con él. En realidad, el fundamento de toda doctrina o valor es el acontecimiento del encuentro entre el hombre y Dios en Cristo Jesús.

* El Cristianismo no es un complejísimo esquema de numerosos dogmas, que casi nadie puede llegar a conocer en su totalidad; no es asunto para académicos, que bien hacen sí en estudiar estos temas; es más: es el Dios de Dios que es vecino nuestro en Jesucristo.

* Y de hecho, todas nuestras oraciones, con sus límites -el cansancio, la pobreza, la aridez, las imperfecciones…- llegan al corazón de Dios; no hay oraciones superfluas o inútiles; ninguna se pierde, aunque su respuesta sea a veces misteriosa.

* El lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar- Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad… debo saber que el que reza nunca está solo (ejemplo del cardenal Van Thuan, durante trece años de soledad en la cárcel de Vietnam: “Oraciones de esperanza”)

* Benedicto XVI nos recuerda, recogiendo palabras del Concilio Vaticano II, que “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (Gaudium spes, 19).

* Dios no sólo es bueno en sí, sino además inmensamente bueno para con nosotros, es nuestro Creador, nuestra verdad, nuestra felicidad, a tal punto que el hombre cuando se esfuerza en la contemplación -en la oración contemplativa…- por fijar la mente y el corazón en Dios, realiza el acto más elevado y más pleno de su alma, el acto que incluso hoy puede y debe ser la cima de los innumerables campos de la actividad humana, de la cual estos reciben su dignidad.

* Nuestro teólogo y Papa acude a menudo a la figura del muy amado apóstol Pablo, quien es ante todo un místico, pero cuya intensa contemplación de Cristo no lo aleja de la realidad; al contrario, le hace participar más profundamente en las vicisitudes humanas y ser capaz de afrontar cualquier adversidad. Aún más, el Apóstol fija su mirada en Cristo y mediante la oración aprende a pensar… también a actuar y amar como Él, y a encaminarse incluso con alegría hacia el martirio.

7.- PATER NOSTER Y EUCARISTÍA

* Cuando los teólogos contemporáneos explican el Padrenuestro, observa Benedicto, normalmente se conforman con analizar la palabra “Padre”. Esto responde a la conciencia religiosa que hoy tenemos. Pero a un teólogo de la talla de San Cipriano, dice él, le parecía que lo correcto era que se dedicara parte del tiempo de reflexión también a la palabra “nuestro”. Esto es algo fundamental. Y porque sólo hay Uno que tiene el derecho de llamar a Dios “mi padre”, Jesucristo, el Hijo unigénito, todos los demás hombres tienen que decir, en definitiva: “Padre nuestro”. Así, para nosotros, Dios sólo es Padre en cuanto formamos parte de la comunidad de sus hijos. Dios sólo es Padre “para mí” en cuanto que yo “estoy” en el “nosotros” de sus hijos. El Padrenuestro cristiano no es el clamor de un alma aislada que sólo reconoce a Dios y a sí misma, sino que está unida a la comunidad de los hermanos, con los que formamos al único Cristo, en el que y por el que sólo podemos y debemos llamar “Padre” a Dios, pues sólo en Él y por Él somos “hijos”.

* Todos nosotros podemos decir “Padre nuestro” y es por eso que tenemos que rogar siempre con los demás y para los demás, desprendernos de nosotros, abrirnos, y sólo en tal apertura rezamos correctamente.

* Asimismo, las peticiones en torno a la redención de todos los males, de nuestras culpas y del peso de la tentación están prácticamente resumidas en la petición del pan: danos este pan, para que mi corazón esté despierto para resistir al mal, para que pueda distinguir entre el bien y el mal, para que aprenda a perdonar, para que me mantenga fuerte en la tentación. [Sólo si el mundo venidero se hace presente hoy, sólo si el mundo comienza ya hoy a hacerse divino es que se hace verdaderamente humano.]

* La cuarta petición, la petición del pan, es como la articulación entre las tres peticiones orientadas al reino de Dios y las tres últimas, que se aplican a nuestras necesidades. Esa cuarta petición une ambos grupos de peticiones, ¿qué es lo que pedimos en ella?. Ciertamente, el pan para hoy. Es la petición de los discípulos, de los hombres que se satisfacen con lo necesario, para poder dedicar tiempo a lo verdaderamente importante. Es la oración de los sencillos, de los humildes, la oración de aquellos que aman y viven la pobreza en el Espíritu Santo.

* Él, el Santo, nos santifica con la santidad que nosotros jamás podríamos darnos a nosotros mismos. Somos así incluidos en el gran proceso histórico en el que el mundo avanza hacia la promesa de “Dios todo para todos”. En este sentido, lo que a primera vista aparece como la dimensión moral es, al mismo tiempo, la dinámica escatológica de la oración (y también de la liturgia).   La “plenitud” de Cristo, de la que hablan las cartas de la cautividad de san Pablo, se hace aquí realidad y, sólo así, se consuma el acontecer pascual a través de la historia. El “hoy” de Cristo perdura hasta el final (Heb 4, 7ss). 

* Resuena en estas palabras, al hablar de Cristo y de su Iglesia, el concepto muy querido por san Agustín que Ratzinger hace suyo y emplea en su reflexión teológica muchas veces. El de Christus totus, el Cristo total, al que se refiere por ejemplo en su obra Escatología: “… no se ha de creer que Cristo esté en la cabeza sin estar también en el cuerpo”. Visión ésta de una Iglesia orante, impregnada de sentido escatológico, según se puede apreciar en su comentario a la antigua invocación, Maranatha!, inserta en la celebración de la eucaristía:se trata del anuncio alegre –dice Ratzinger [y véase qué importante es esto]- de que el Señor está ahí y, también, de la llamada al Señor presente para que venga, porque en su misma condición de presente continua siendo el que ha de venir”. 

* La Iglesia que celebra la eucaristía va a su encuentro, la liturgia es propiamente el acto de este ir al encuentro de su venida. En la liturgia Él anticipa siempre, desde ahora, éste, su retorno prometido: la liturgia es parusía anticipada, es el irrumpir del “ya ahora” en nuestro “no todavía”, tal como Juan lo ha representado en el relato de las bodas de Caná [qué profunda y bella esta reflexión]: la hora del Señor aun no ha llegado, lo que debe acaecer todavía no ha sucedido, más a petición de María él da ya a la Iglesia el vino nuevo, se da ya a sí mismo, en anticipo, ofreciendo su hora.

* Viene bien aquí un breve statio mariano: en María encontramos, pura e inalterada, la verdadera esencia de la Iglesia y así, a través de ella aprendemos a conocer y amar el misterio de la Iglesia, que vive en la historia. Nos sentimos parte de ella hasta las últimas consecuencias, nos convertimos por nuestra parte en “almas eclesiales” y aprendemos -lo que en nuestro tiempo histórico-cultural viene a ser fundamental- a resistir a la “secularización interna” que amenaza a la Iglesia en nuestro tiempo.

* La oración, pero sobre todo la eucaristía, nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, [sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega]. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única existencia. El amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: [el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí]. Una eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Ahora bien, […] el mandamiento del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser mandado porque antes es dado (Deus caritas est).

* La oración, y el servicio cultual, “en cuanto tienen lugar en una determinada forma de ser hombre ordenada y dada por Dios, consiste, pues, en el ‘ser cuerpo de Cristo’ de los cristianos”. Hoc est sacrificium christianorum: Multi unum corpus in Christo (De civ Dei X, 6). El sacrificio a Dios transcurre en un plano totalmente diferente a lo que es perceptible de los ritos. Esto estriba, naturalmente, en la forma propia del ser de Dios. Él habita en un ámbito del ser completamente diferente: no en la sensibilitas, sino en el de la intelligibilitas. En ese ámbito tiene también lugar su adoración […] para los paganos y en el Antiguo Testamento, el mismo edificio petreo del templo era el lugar de culto y la morada divina. Este rango recae ahora sobre la comunidad viviente.

* Esta distinción entre sensibilidad e inteligibilidad no nos excusa entre tanto, tampoco en el plano de la oración, sobre todo el de la oración comunitaria, de la cuestión de la belleza. A la Iglesia se le ha encomendado ser -como se dijo del templo en el Antiguo Testamento- el lugar de la “gloria” y por tanto, también, el lugar en el que las quejas de la humanidad llegan a oídos de Dios. No se puede conformar con lo utilitario y lo usual. Tiene que despertar la voz del cosmos y, glorificando al Creador, hacer brotar la magnificencia del cosmos, hacerlo adorable, hermoso, habitable, amable. El arte que ha creado la Iglesia es, junto a los Santos que nacieron y crecieron en ella, la única verdadera “apología” que puede hacer de su propia historia. La gloria que surgió por la Iglesia es lo acreditable ante el Señor, no los juicios y pretextos que la teología encuentra para los horrores, de la que por desgracia dicha historia está llena. Si la Iglesia tiene que mejorar, transformar, “humanizar” el mundo, ¿cómo va a poder hacerlo renunciando a la belleza, que se encuentra tan unida al amor, y con ella al consuelo verdadero, que es la mejor forma de aproximarse al mundo de la resurrección? La Iglesia tiene que seguir siendo exigente; tiene que ser la morada de lo bello, tiene que desarrollar la polémica sobre la “espiritualización“, sin permitir que la tierra se convierta en el “primer circulo del infierno” (según la “Divina Comedia” del Dante), por eso la cuestión de lo “apropiado” es siempre también la cuestión de lo “digno” y además un reto para buscar eso que es verdaderamente digno.

8.- HACERSE NIÑOS 

* “En verdad os digo, si no volviereis y os hiciereis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos” Mt 18,3 [¿En qué consiste exactamente este ser niños que Jesús considera como necesidad ineludible? En el sentido de Jesús, significa aprender a decir Padre. Para comprender la enorme fuerza que se encierra en esta palabra es preciso leerla en la perspectiva de Jesús, el Hijo. El hombre quiere ser Dios y -dando a esta expresión su sentido correcto- debe llegar a serlo. Pero cuando trata de serlo emancipándose de Dios y de su creaturalidad, poniéndose por encima de todo y centrándose en sí mismo, como en el eterno diálogo con la serpiente en el paraíso terrenal; cuando, en una palabra se hace completamente adulto y emancipado y echa por la borda la infancia como manera de ser, entonces acaba en la nada, porque se pone en contra de su misma verdad, que significa un referirlo todo a Dios. Sólo si conserva el núcleo más íntimo de la infancia, es decir, la existencia filial vivida anteriormente por Jesús, puede el hombre entrar con el Hijo en la divinidad.

* “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de Dios” Lc 6,20. En este pasaje los pobres ocupan el lugar de los niños. Insistimos en que no se trata de una visión romántica de la pobreza, ni tampoco de emitir juicios morales sobre individuos concretos, pobres o ricos, sino de la esencia profunda de la humanidad. En la condición del pobre se manifiesta con bastante claridad qué quiere decir ser niños: el niño no posee nada por sí mismo. Todo lo que necesita para vivir lo recibe de los otros, y precisamente en esta, su impotencia y desnudez, es libre. 

No ha desarrollado todavía actitudes que disfracen su realidad original. Riqueza y poder son las dos grandes ambiciones del hombre, así se hace esclavo de sus posesiones y se le va el alma tras ellas. Aquel que en medio de las riquezas no es capaz de seguir siendo pobre en lo profundo de su ser, consiente de que el mundo está en las manos de Dios y no en las suyas, ha perdido realmente aquella infancia sin la cual no es posible entrar en el Reino.

* Hay que añadir algo importante: ser niño significa también decir “madre”. ¿A quién da gracias Jesús? Da gracias, ciertamente, a Dios Padre, modelo supremo y fuente de todo don… pero también expresa su gratitud a los pobres pecadores que han querido acogerle, aquellos que le abren las puertas de su indigna morada. ¿Da gracias también a alguien más? Sin duda: da gracias a la pobre esclava de la que recibió esta carne y esta sangre cuando el Espíritu Santo la cubrió con su sombra… ¿qué aprende Jesús de su madre? Aprende el “sí”, no un “sí” cualquiera, sino la palabra “sí”, que avanza siempre incansablemente. Todo lo que tú quieras, Dios mío, “he aquí a la esclava del Señor”; hágase en mí según tu palabra… esta es la oración católica que Jesús aprendió de su madre terrena, de la Catholica Mater que estaba en el mundo antes que él y que fue inspirada por Dios para pronunciar por primera vez esta palabra de la nueva y eterna alianza.

9.- MÁS SOBRE EUCARISTIA.  ALGO SOBRE EL JUICIO

* La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de “fisión nuclear“, por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo en todos [ 1 Cor , 15, 28]

* Una iglesia sin presencia eucarística está en cierto modo muerta, aunque invite a la oración. Sin embargo, una iglesia en que arde sin cesar la lámpara junto al sagrario está siempre viva, es siempre algo más que un edificio de piedra; en ella está siempre el Señor que me espera, que me llama, que quiere hacer “eucarística“ mi propia persona. De esta forma me prepara para la Eucaristía, me pone en camino hacia su segunda venida.

* Y que nadie diga: la Eucaristía está para comerla y no para adorarla. No es, en absoluto, un “pan corriente“, como destacan, una y otra vez, las tradiciones más antiguas. Comerla es […] un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. “Comerlo“ significa adorarle. “Comerlo“ significa dejar que entre en mí de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran nosotros, de manera que lleguemos a ser “uno solo“ con él [Gál. 3, 17]. De esta forma la adoración no se opone a la comunión, ni se sitúa paralelamente a ella: la comunión alcanza su profundidad sólo si es sostenida y comprendida por la adoración.

* No es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a aquel a quien recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos uno con él… sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor, madura luego también, la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo, las barreras que nos separan a los unos de los otros.

* En la Eucaristía la adoración debe llegar a ser unión.

[JUICIO]

* El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que viene en gana; está sometido a juicio, tiene que rendir cuentas. Y esta evidencia es válida tanto para los poderosos como para los sencillos. Cuando tal evidencia es respetada, establece sus límites a todo poder de este mundo. Dios es quien crea la justicia, y sólo él puede serlo en definitiva. Nosotros sólo podemos alcanzarla en la medida en que vivamos bajo los ojos de Dios y procuremos hacer partícipe al mundo de la verdad del Juicio. Por ello el artículo del Credo sobre el Juicio, con su poder formador en la conciencia, es un contenido central del Evangelio y es verdaderamente buena noticia.

* El lugar del Purgatorio es en último término el mismo Cristo. Si nos encontramos con Él sinceramente, llegará a suceder por sí mismo, de tal manera, que toda la miseria y la culpa de nuestra vida, que en la mayoría de los casos habíamos mantenido cuidadosamente oculta, aparece punzante ante nuestra propia alma en ese instante definitivo de presencia de la verdad. La presencia del Señor transforma todo lo que en nosotros es complacencia en la injusticia, en el odio y la mentira, y actúa como una llama ardiente. Ella se convertirá en dolor purificador, que consume en nosotros todo lo que es irreconciliable con la eternidad, con la vitalidad transformadora del amor de Cristo.

* […] el Juicio es el mismo Jesucristo, que es la verdad y el amor en persona. Él ha entrado en este mundo como la íntima referencia para toda vida individual. Que el Juicio lo constituye el encarnado, crucificado y resucitado, incluye dos aspectos mutuamente dependientes: significa, en primer lugar: todo lo vil, desviado y pecaminoso de nuestra existencia es puesto al descubierto por este centro de referencia; y a través del dolor de la purificación hemos de liberarnos de ellos.

* Algunos teólogos piensan que  el encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y lo malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, “como a través del fuego”, pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios.

* El día del Juicio del Señor, en vistas de nuestras preguntas, mostrará sus llagas y nosotros comprenderemos. Pero, entre tanto, espera simplemente que nosotros vayamos hacia Él y confiemos en el lenguaje de esas heridas suyas, incluso si no somos capaces de comprender este mundo.

* Unas palabras de un sermón de san Agustín muestran con gran claridad, dice Ratzinger, la dinámica interna de lo que significa esperar la vida eterna en medio de la vida actual: “Una joven dice a su prometido: no te pongas ese abrigo” y él no se lo pone. Le dice durante el invierno “preferiría que fueras con una túnica corta” y entonces él prefiere helarse antes que ofenderla. ¿Es seguro, entre tanto, que ella no tiene ningún poder para obligarlo? No, porque, ciertamente él teme únicamente una cosa, y es que ella le diga: “de lo contrario no quiero verte nunca más”. Esperar la vida eterna -concluye Ratzinger con este relato de Agustín- significa esto: no querer perder más la mirada de Dios, porque Él es nuestra vida.

* María de Nazaret, desde la Anunciación hasta Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. […] La Virgen siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo [Lc. 2]. María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad. Este misterio se intensifica hasta llegar a implicarse totalmente en la misión redentora de Jesús [Sacramentum caritatis, 33].