Entrevista realizada por el Presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, Jaime Antúnez Aldunate, al filósofo alemán, Josef Pieper.
Münster, con casi 300.000 habitantes, ubicada a orillas del lago Aa, es la capital de la provincia de Westfalia y es asimismo una de las ciudades alemanas que mejor han conservado el carácter medieval. Su identidad actual es, entretanto, esencialmente universitaria. Cuarenta mil son sus estudiantes, constituyendo la tercera universidad de Alemania Federal, después de las de Munich y de Berlín.
En esa ciudad y en esa Universidad -con temporadas interrumpidas por estancias en Stanford, Toronto y Notre-Dame- vive y enseña desde el fin del nazismo Josef Pieper, uno de los filósofos más perceptivos y populares producidos por Alemania en este siglo. Autor de más de 40 libros, traducidos a 15 idiomas -es uno de los escritores de lengua germana más traducidos al español-, su producción en ejemplares sobrepasó el millón hace tiempo.
Frente al edificio de una Facultad, distribuidas en todo Münster, vive Pieper en una casa cubierta por un verde que se hace especialmente fuerte por la primavera y la lluvia. Temprano nos reunimos, porque a pesar de sus años, nuestro entrevistado debe partir esta tarde al mundo de los bávaros, en el sur, donde dictará una serie de conferencias en la Universidad de Munich.
Heroísmo y ocio: categorías de una cultura
El heroísmo ha sido un tema recurrente en la cultura alemana, a través de los siglos. En el nuestro, Bertolt Brecht exclama sin embargo: «si oigo que un barco necesita héroes como marineros, me pregunto si el barco está podrido o demasiado viejo». Y añade de manera exclamativa: «el mundo, lugar de residencia de los héroes, ¡pero a dónde vamos a parar!».
A su juicio, ¿debe tener vigencia en nuestra cultura el valor de lo heroico? ¿Se debe identificar siempre el héroe con el vencedor?
Los norteamericanos tienen esos libros sobre grandes temas y cada año plantean una nueva pregunta sobre una idea en particular. Es así como hace algunos años me preguntaron también si el heroísmo sigue siendo algo propio de nuestro tiempo. Yo dije que habría que distinguir entre heroísmo y fortaleza. Todo el mundo piensa que el héroe es un hombre que posee esa virtud de la fortaleza, pero la fortaleza en sí constituye algo diferente. El héroe es el triunfador, pero la figura simbólica de la fortaleza es el mártir y eso es bien distinto. Naturalmente también es heroísmo, pero la fortaleza es además una virtud, una de las virtudes cardinales, que debe ser parte de la actitud de cada hombre.
No todos los hombres pueden ser mártires, pero lo que sí pueden y deben hacer es resistir el mal en el mundo, la injusticia y todo lo demás, y estar dispuestos a asumir las desventajas de esta actitud. De eso se trata sencillamente, nada más que de decir «no» frente a la injusticia. Y uno sabe que al decir una cosa así especialmente en público, tendrá que asumir ciertas desventajas, como, por ejemplo, enfrentar el ridículo. Si se es escritor, por ejemplo, surgirá el silencio en torno a los libros que se escriban y al no decirse nada sobre ellos estarán dando muerte en esa forma. Se trata, pues, de algo tan sencillo como resistir la injusticia y estar preparado para asumir ciertas desventajas. Pienso que esto es lo más importante de la fortaleza, con lo cual uno puede, por supuesto, arriesgar su cabeza y su propia vida. Es decir, el riesgo asumido puede en rigor hasta suponer el martirio en sus últimas consecuencias.
Así cuando Brecht dice: «pobre del país que necesita héroes». Si eso significa «pobre del país donde la injusticia es el poder rector», tiene claro está, toda la razón… San Agustín dijo exactamente lo mismo.
Es necesaria la fortaleza porque hay algo que no está bien en el mundo, porque el bien no se percibe por sí mismo y tiene que haber personas que lo impulsen, lo cual es peligroso. Ésta es la característica principal, el elemento principal, de la fortaleza.
El ocio, entendido como aptitud del espíritu para contemplar las cosas superiores, es también un valor enraizado en la cultura clásica europea, incluida la germánica. Hoy, es claro que esta aptitud encuentra obstáculos importantes: «existe una supervaloración de la actividad en general, así como del esfuerzo o las dificultades y ‘last but not least’, de la función social. Éste es precisamente el demonio tricéfalo contra quien tiene que habérselas todo el que se proponga defender el ocio», ha dicho Josef Pieper en uno de sus libros.
Yo no diría que el ocio es únicamente una disposición contemplativa. Es más bien una actitud que le permite al hombre hacer aquello que tiene sentido en sí mismo y no requiere justificación social alguna. Se trata entonces, básicamente, de algo de muy difícil respuesta para el hombre moderno: distinguir lo que es una actividad con sentido en sí misma. Y eso no es puramente contemplación.
Hay, por supuesto, siempre un elemento contemplativo en esta situación, pero no es mera contemplación por sí misma. Incluye, por supuesto, la oración, la contemplación, en el sentido religioso, pero también el filosofar, que no es lo mismo que simplemente estudiar filosofía. Y además, por supuesto, la música, las actividades artísticas, consentido en sí mismas, que no están al servicio de otros propósitos. Yo diría que ese es el principal elemento del ocio. Y la contemplación es el fundamento, la base de todo aquello, pero no el único elemento.
El ocio implica una actitud más amplia, que tiene tres contrapartidas, cuáles son la sobrestimación de la actividad, la sobrestimación de las dificultades y esfuerzos y la sobrestimación de las funciones sociales. Aquí se trata de una actividad con sentido en sí misma, que no necesita justificación mediante un ideal activista.
Tal vez existe una íntima relación entre el presente tema y este otro. ¿Sigue a su juicio hoy siendo verdadera aquella formulación de Nietzsche según la cual «lo difícil no es celebrar una fiesta, sino encontrar quiénes se alegren con ella»?
Yo no diría que celebrar una fiesta y entregarse a la contemplación es lo mismo. Es cierto que en toda fiesta o festividad existe un elemento contemplativo, pero fiesta no es lo mismo que contemplación. Siempre hay un elemento contemplativo en una fiesta o festividad, pero pienso que el elemento principal de una festividad es la concordia, es la actitud amorosa hacia la realidad como un todo. La concordia de mi alma con el mundo, la realidad y la vida, y por supuesto con Dios. Éste es el principal elemento de mi concepto de festividad. Siempre existe, además, un elemento contemplativo en ello, pero no es lo principal.
La actitud contemplativa sería tal vez la que permitiría disfrutar de la fiesta.
Hay también un elemento festivo, que puede estar en la contemplación, pero son dos cosas distintas y yo no las mezclaría.
Con todo, la dificultad para disponer de un verdadero ocio y la dificultad para celebrar una fiesta no constituyen dos dificultades, sino la misma, ya que ambas realizaciones presupone mi asentimiento al mundo, mi aceptación de la realidad, del fundamento de la realidad, lo cual no significa que yo acepte todo cuanto suceda. Yo acepto la realidad en su integridad porque en el sentido religioso creo que Dios está detrás de todo.
El relativo vacío que muestra la vida política contemporánea, ¿no se debe en buena parte a que sus metas son puramente políticas? Esto es, que como en la fiesta, no hay tampoco alegría…
Exacto, pues no se trata de algo que tenga sentido en sí mismo. La política es una especie de práctica y la práctica carece de motivos y se entiende como una actividad con sentido en sí misma. En ese caso se transforma en algo sin sentido, ya que la política es una actividad que debe ser orientada hacia algo más que ella, al bien común, por ejemplo. La contemplación, en cambio, no requiere ese objetivo porque tiene sentido en sí misma.
Parece entonces que, a su juicio, la política tendría realmente mayor sentido si apuntara hacia algo que esté más allá de sí misma.
Esto es en cierto modo algo psicológico. La política no es el tema, sino el político, y entonces habría que hablar con un político. Si sólo se tiene en mente una meta de orden político y no hay algo detrás de ella, entonces ni siquiera puede percibirse lo que tal vez se tuvo en mente al comienzo del camino. Porque también el bien común, las reformas sociales y todo eso pueden verse solamente como algo de orden político y tal vez en ese sentido pierden sus posibilidades. Si sólo se miran como materia política y no como algo que podría abrir un camino hacia algo más. Algo que está dentro de un contexto mayor.
La corrupción de la libertad
El tema de la corrupción que sufren determinadas nociones claves ha sido frecuentes veces abordado por Pieper. En la presente conversación se refiere a las deformaciones modernas de la libertad:
En la base del hombre moderno siempre está la idea existencialista de la libertad, según la cual nada debe hacerse por naturaleza, por estar dentro de la naturaleza humana. Tomás de Aquino decía: «uno no puede desear no ser feliz, no recibir bendición, no se puede negar la beatitud». En este sentido o en este aspecto uno no es libre. Y Sartre dice que uno es libre en todo sentido, que hay 360° dentro de los cuales se puede desplazar completamente. Pero esto constituye una situación que no es para nada feliz; es como la libertad de desear la propia condenación. Y esta idea de libertad está siempre presente de alguna manera en las discusiones modernas sobre la libertad.
Con este sentido de la libertad, según el cual uno puede hacer lo que le dé la gana, todo lo que se le venga la mente, se incurre en un concepto erróneo. La libertad significa verdaderamente hacer aquello para lo cual uno ha sido creado, cumplir con el designio que reside en la mente de Dios. Cuando se percibe eso, ese diseño, ese modelo, entonces se percibe también la verdadera libertad. Pero si se dice que no hay modelo, que no existe la naturaleza humana, puesto que no hay un Dios para concebirla, ahí está presente Sartre.
Ésta es, por cierto, una idea de libertad muy próxima al pensamiento más común sobre la misma y ahí está el elemento peligroso que se encuentra en la consideración moderna sobre la libertad, la idea equivocada que dice que se puede hacer todo cuanto venga la mente y dirigirse hacia donde se quiera. No; no se puede; sólo es posible moverse en la dirección natural. Existe la naturaleza humana, puesto que sí hay Dios que la concibe. Existe, pues, siempre algún elemento teológico en la discusión sobre la libertad.
En tal sentido, ¿qué vigencia le concede al diagnóstico del célebre Ernst Jünger, en cuanto a que la dilatación de los grandes espacios que tienden hoy a un orden global -especie de imperio universal- implica que en adelante «la perfección adopte formas definitivas a costa de la libertad»? Parecen dos líneas contradictorias y tal vez no lo son.
Se trata de ver quién es libre en este sentido. Lo es el poderoso, el hombre que tiene poder. Con este tipo de libertad, en que se puede hacer todo cuanto se desea, y efectivamente se hace, el resultado será un imperio en el cual la libertad sólo podrá gozarla una persona, pero no todos. En esto, la libertad en el sentido cristiano, o incluso en el sentido democrático, resulta imposible.
En la década de los 50, en Estados Unidos, se propagó la idea de un solo gobierno mundial. Luego vino la guerra de Corea y terminó con este proyecto. Pero antes de eso estuve en la Universidad de Notre Dame, donde residía Borghese, cuñado de Thomas Mann, que era uno de los líderes de este movimiento por un solo gobierno mundial. Me pidieron que hablara contra esa idea y lo hice en Notre Dame. Mi tema fue «Gobierno mundial, Anticristo y esperanza cristiana». Un gobierno mundial, fue la idea, significa al mismo tiempo la posibilidad de un peligro muy real y agudo de venida del Anticristo. La esperanza cristiana tiene otro fundamento y ése está más allá del tiempo, no está dentro del tiempo. Yo no tengo esperanza en la felicidad de todos en el mundo, en la perfección de todos los instrumentos técnicos. Mi esperanza no está en eso.
Durante la conferencia pronunciada en la apertura del Congreso Internacional de la Fundación Hanns-Martin Schlayer en Munich, el cardenal Ratzinger hizo hincapié en la importancia de la respuesta ética de cada uno de los individuos componentes de una sociedad, en cuanto fundamento del sistema democrático. A ella se contrapone, decía, la visión «teológica» de la democracia, con un esquema cerrado y concluido, intramundano que termina suplantando a la democracia por una concepción totalitaria.
Esto es parecido a lo que Ernst Jünger preveía sobre el gobierno mundial con su acabado orden terrenal…
Se diría que esta última tendencia, en lo teológico, ha tenido su origen más remoto aquí en Münster y en alguna otra universidad de Alemania, ¿o no?
Josef Pieper, Catedrático de Münster desde hace décadas, reacciona primero defendiendo a su universidad. Habla de la presencia allí del ya mencionado cardenal Ratzinger, cuando como teólogo ejercía en esa universidad la docencia -se reunían con un grupo todas las semanas en la misma casa de Pieper- del cardenal Hoffner, quién en esos días era presidente de la Conferencia Episcopal alemana, otra eminente figura intelectual también proveniente de Münster, y de varios más. No obstante, enseguida reconoce el patronazgo que las propias facultades de Münster han tenido en corrientes como la teología de la liberación:
Creo que la raíz más profunda de este tipo de idea es la llamada interpretación antropocéntrica del pensamiento de Santo Tomás y esto comenzó aquí con Karl Rahner y Juan Bautista Metz. Creo que es una posición básicamente equivocada y no entiendo por qué y cómo Karl Rahner pudo estar de acuerdo con esa idea de su discípulo, Metz. Pero lo hizo y escribió la introducción de su libro como cristología antropocéntrica.
Es así, al fin, como estas cosas efectivamente provienen de Münster…
Paradojas
¿Cómo entender que la ilimitada libertad de comunicación contemporánea coincida con un estado nunca visto de aislamiento entre los individuos?
Hay un sociólogo bastante importante, que también es filósofo, fallecido hace algunos años, Arnold Gehlen, qué escribió un libro sobre el hombre, su esencia y su posición en el mundo. No es realmente un pensador cristiano. Desarrolló, sin embargo, la idea de qué actualmente existe un individuo bien informado, que utiliza toda la información, pero que al mismo tiempo no sabe realmente lo que está sucediendo en el mundo. Junto con tener una maravillosa información sobre todo tipo de aspectos individuales y prácticos, no tiene idea de lo que está ocurriendo en el mundo. Es una contradicción, una paradoja, pero así es la realidad.
¿Y a qué se puede deber esa contradicción?
La explicación está en la insensatez del hombre moderno.
En la plaza del Castillo de esta ciudad, Münster, Juan Pablo II dijo que «no se puede tomar en serio a ningún movimiento ecologista que pase por alto el abuso y la destrucción de innumerables niños aptos para la vida en el seno materno». Otra paradoja de la cultura contemporánea que sería de interés que comentase para nuestros lectores.
Se defiende la naturaleza, los animales, las plantas y los bosques, pero no a los hombres.
¿Qué comentaría usted al respecto?
Que se trata, una vez más, de la insensatez del hombre moderno. Añadiría, sí, que el demonio está detrás de esto. No tengo otra explicación.