ENTREVISTAS
Mario Vargas Llosa

Recriminación a Fantasmas del Utopismo

Mario Vargas Llosa es, sobra decirlo, una de las figuras más relevantes del llamado “boom” latinoamericano. “La Casa Verde”, “Conversación en la Catedral”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La Guerra del fin del mundo” son de los títulos de producción sudamericana más leídos en el mundo entero. Tiene, asimismo, el mérito de haberse mantenido en su nivel de producción y, por su edad, de poder esperarse más aún de él. 

La presente entrevista tiene lugar en Santiago, en una de las tantas visitas que nos ha hecho el gran escritor peruano. Acaba de lanzarse en ese momento su obra “Historia de Mayta”. La conversación discurre naturalmente por ahí, y en el transcurso de la misma van quedando en evidencia las preocupaciones del escritor por el entorno social y político de su país y de las restantes naciones del continente, preocupación que en el último tiempo le ha llevado al primer plano del debate público. Los Cambios que Vargas Llosa nos confía de su propia persona y enfoque de la realidad circundante son, por otra parte, un fiel reflejo de lo que se produce hoy en lo más valioso de la intelectualidad contemporánea.

-Vargas Llosa es, desde hace muchas semanas, el escritor más leído en Chile. La descripción que usted hace de la mentalidad de Mayta, ¿no es, de algún modo, una suerte de terapia psicológica en relación a los fantasmas del romanticismo político prevalecientes en sus años de estudiante? ¿Esos fantasmas influyeron de algún modo al Vargas Llosa que comenzaba entonces a hacerse escritor?

En todas las cosas que he escrito, el elemento autobiográfico, mi experiencia personal, ha tenido un papel muy importante. También en esta novela y más quizás que en otras, incluso. No es, en ningún caso, un episodio biográfico disimulado, pero el material base tiene que ver con mi participación en la acción política en la época en que yo era universitario. Y tiene también que ver con lo que ha sido una evolución en mi manera de pensar política respecto de la problemática terrible de un país como el mío.

Dedicatoria a «Historia de Mayta».

Efectivamente, en una época llegué a creer, como el personaje de la novela, que la única manera realmente de resolver las gigantescas desigualdades económicas, la falta de integración de un país, la miseria vertiginosa, era la insurrección, el cambio brutal de estructuras y empleando como método la violencia.

Luego de una larga trayectoria, he llegado a pensar que la violencia no resuelve los problemas, sino que los agrava y que al final, por ese camino, se termina a veces sustituyendo las injusticias por otras que son peores.

Con ese material de base he querido mostrar lo que puede significar la ficción en la literatura y en la política. La fábula y el alejamiento de la realidad mediante la fantasía, en el arte son capaces de producir las manifestaciones quizás más ricas que haya dado la humanidad. Ahora, en política, la irrealidad puede producir catástrofes, puede destruir individuos y puede llegar a saturar una sociedad de violencias tanto o más graves que aquellas que quiere corregir.

-¿Cómo surgió en su mente el personaje de la novela?

“Historia de Mayta” es una novela, un libro de ficción, donde hay imaginación tanto como reflexión y experiencia personal. Esto es importante subrayarlo. 

Nace de la lectura de un pequeño “suelto” en un periódico de París cuando allá vivía a comienzos de los años sesenta. Allí leí una pequeñísima información sobre un intento de insurrección que había habido entonces en un pueblo de la sierra peruana, que había durado apenas unas horas. Me impresionó mucho, porque parecía imposible que en esa época en mi país hubiese un episodio de esa naturaleza. Desde entonces tuve la inquietud de fabular algo a partir de esa situación. Más adelante conocí detalles de esta aventura de Jauja, bastante inverosímiles, que comprometían a un alférez y a un viejo militante de grupúsculos de extrema izquierda, habituado a la catacumba y que un buen día, seducido por esta posibilidad de acción, se lanza en aquella aventura francamente descabellada. 

Me pareció ver allí una serie de elementos de dramatismo y de excepcionalidad, como para construir una ficción. Y un hecho oportuno, también, para hablar de todos estos temas que creo de gran actualidad en América latina: los utopismos revolucionarios, la irrealidad que los alimenta y las violencias que pueden añadir a nuestra sociedad. 

-Aparte de lo que me cuenta, ¿qué otras experiencias y reflexiones han influido más para llevarlo a madurar una crítica de esos utopismos? Recuerdo que alguna vez hizo mención a los aportes que en ese sentido recibió del pensamiento de Isaiah Berlin.

-Ha sido una de las lecturas más educativas para mí. Leí a Isaiah Berlin hace unos seis años. Sólo conocía antes su ensayo sobre Marx, que me impresionó por su objetividad y por la enorme cultura que había detrás.

La obra global de Isaiah Berlin, reunida ahora en cuatro tomos, contiene un maravilloso análisis de las catástrofes a que puede conducir a una sociedad la irrealidad, la utopía, que se niega a aceptar los desmentidos de la práctica concreta. El sentido progresista que se refleja en el pensamiento liberal allí expuesto a mí me conmovió profundamente, pues en los ensayos de Isaiah Berlin hay una sensibilidad social indiscutible. Y, al mismo tiempo, un llamado de atención sobre el hecho de que toda transformación y todo cambio, para no traer consigo catástrofes, debe hacerse dentro de una legalidad y a través fundamentalmente de compromisos.

No hay ideología que no tenga que hacer concesiones si no quiere traer más males que aquellas enfermedades que viene a curar.

Sin duda que esta lectura ha sido lo que más me ha ayudado a definirme desde el punto de vista ideológico y político.

Algunos de sus artículos más polémicos de estos últimos años, artículos que dieron la vuelta al mundo, denuncian el continuo aliento que siguen recibiendo esas tendencias –como las que tal vez engendraron la mentalidad de Mayta- desde medios periodísticos y literarios de las propias naciones industrializadas y cultas. Ello concretamente estaría afectando la cobertura periodística internacional sobre Perú. ¿A qué atribuye este fenómeno?

-Creo que se puede hablar de un fenómeno. Los países que han adquirido la libertad, que la han institucionalizado, que disfrutan de ella de una manera más o menos segura, pueden generar en sus medios intelectuales e, incluso, en sus dirigencias políticas, una extraordinaria inconsciencia sobre los riesgos por los que se ve continuamente amenazada la libertad. Para mí eso explica que en tantos países democráticos del mundo occidental, lo que es el problema de la libertad para el Tercer Mundo o para nosotros, por ejemplo, o sea tratado con una negligencia absoluta, o merezca actitudes, pronunciamientos, políticas que constituyen un verdadero sabotaje a la libertad de nuestros países. Esto dice relación tanto al tratamiento benevolente que se da a veces a las dictaduras militares, pero sobre todo al que se da a quienes representan –para una visión estereotipada de Latinoamérica- el cambio, la transformación, la revolución heroica, que en muchos casos son simplemente movimientos terroristas. Movimientos terroristas que de tomar el poder establecerían dictaduras ideológicas.

Creo que es un fenómeno que debe entristecernos a quienes creemos en la democracia y en la libertad en América latina. Deberíamos recibir una solidaridad activa de los países libres y democráticos y de quienes parecen representar en esos países esas tendencias. Pero eso no ocurre así y es necesario entonces sacar las consecuencias de este hecho con toda lucidez.

Si nosotros queremos democracia y libertad en nuestras tierras, debemos saber que tenemos que contar fundamentalmente con nosotros mismos. Que eso no nos va a venir de afuera.

Quienes queremos la democracia y la libertad estamos solos y la batalla tenemos que darla solos. Y a veces no únicamente contra los enemigos naturales de la libertad y de la democracia, sino, increíblemente, contra intelectuales, partidos políticos, gobiernos, que en sus países efectivamente defienden la democracia y la libertad, pero que parecen creer que nosotros no la merecemos o que simplemente no puede arraigar en nuestros pueblos.

Eso es lo que explica que periódicos que son baluartes del sistema democrático en el mundo, al informar sobre América latina, informen de esa manera despectiva y paternalista sobre nuestros esfuerzos democráticos. Y en cierto modo con sus informaciones tendenciosas contribuyen al socavamiento y al colapso de nuestros regímenes democráticos. El Perú ha sido, desgraciadamente, víctima de este fenómeno, en los últimos cinco años, en múltiples países.

-Alguna vez usted señaló que le asombraba el contrasentido que ofrecían muchos intelectuales latinoamericanos que, por ejemplo, enriquecieron el lenguaje con indudable impulso renovador –el caso de Neruda- y que en lo político permanecieron, sin embargo, aferrados a las cadenas ideológicas del estalinismo. Otros más recientes, como García Márquez, a pesar de su genialidad, han contribuido también a alimentar en las naciones cultas estos mitos sobre Latinoamérica que comentamos. En fin, más de una generación de creadores parece haber sido marcada en alguna medida por esta contradicción, contribuyendo así al subdesarrollo político de nuestro continente.

-Creo efectivamente que es una realidad en América latina. No debemos generalizarla, porque sería injusto, pero es un hecho que un número considerable de escritores, de artistas, de intelectuales –a veces figura entre ellos los mejores- defienden causas que están profundamente reñidas con una libertad de la cual, si ellos no disfrutaran, no hubieran podido crear las obras que han creado. Pienso que ello puede explicarse por el choque que les han producido a esos intelectuales las enormes injusticias o las dictaduras represivas, y que esto los ha llevado a defender las antípodas. A asumir de una manera total e irreflexiva las tesis marxistas sobre América latina.

Pero hoy en día un intelectual latinoamericano no tiene derecho a actuar de esa manera instintiva y refleja. Porque de lo que ha significado el marxismo para los países donde se ha entronizado, tenemos evidencias sobradas. Dictadura, censura, represión y sobre todo rechazo decisivo de esos pueblos a los que supuestamente vino a liberar. Así un intelectual latinoamericano que cree en la necesidad de la justicia social, está obligado a analizar lo que ocurre hoy en Polonia, lo que ocurre en Afganistán, lo que está ocurriendo en la propia Unión Soviética, en Cuba, y a sacar las conclusiones respectivas.

Creo con todo que es importante que sea honesto. Si después de sacar esas conclusiones lo que quiere para nuestros países es que se repita el modelo, pues entonces debo decirlo claramente. Ahora, no puede, eso sí, proponer para nuestros países una revolución marxista-leninista en nombre de la libertad y de la justicia social, porque tenemos pruebas sobradas que no trae ni la una ni la otra. Por lo demás, está visto que nuestros pueblos no es eso lo que muestran desear cada vez que son llamados a elecciones, sino más bien una posición moderada y de centro, en lo cual denotan ser mucho más clarividentes que muchos de nuestros propios intelectuales. 

-¿Advierte una continuidad o un cambio en esta tendencia, en los intelectuales latinoamericanos de las generaciones más jóvenes?

-Hay indicios alentadores. Veo lo que ocurre en la Argentina, donde había un movimiento intelectual solidario del utopismo revolucionario, que contribuyó en buena medida al colapso de la democracia en ese país, y que hoy en día asume una posición intelectual más responsable. Espero lo mismo por Uruguay, donde es muy importante que los intelectuales estén detrás del movimiento democrático y no contribuyan a veces por sueños, como los de Alejando Mayta, a sabotear y destruir una institución que siempre es frágil en países con problemas como los nuestros.

Hay, como digo, indicios. Pero tampoco conviene engañarse o ilusionarse demasiado, pues a diferencia de lo que ha ocurrido en Europa, donde el vuelco de los intelectuales a favor de la libertad es clarísimo –allí mismo donde en los años 50 y 60 el utopismo revolucionario hizo verdaderos estragos entre ellos-, el fenómenos en América latina no tiene todavía esas características. Son sólo algunos signos, que esperamos que se vayan consolidando poco a poco. Es una batalla que hay que dar.

Mario Vargas Llosa no es tan pesimista cuanto podría suponerse respecto del panorama nicaragüense, nación que visitara tiempo atrás, ocasión que le valió para escribir un breve ensayo titulado “Nicaragua en la encrucijada”. Opina que a pesar del proyecto original marxista-leninista, el pueblo nicaragüense ha ido ganando espacios de libertad. Esto lo atribuye fundamentalmente a tres causas. A la reacción interna en contra del programa totalitario. A la presión externa. Y al hecho tal vez decisivo, a su juicio, que la propia Rusia, estando pronta a aprovecharla, no quiera asumir en destino de Nicaragua como asumió el de Cuba, y satelizarla del mismo modo. “Cuba ya le cuesta demasiado dinero a la URSS”, señala.

Esto ha llevado a los dirigentes sandinistas a comprender que no pueden contar con Rusia a la hora de una intervención que espera no se produzca, afirma. 

En todo caso, también señala que este progreso es una realidad precaria que además puede volver atrás en cualquier momento.

-¿Y los nueve mil cubanos que se afirma ejercen funciones oficiales en Nicaragua?

-Es difícil hablar de cifras con objetividad. Se sabe que hay muchos asesores militares, no sólo cubanos, sino que de países del Este como Alemania Oriental, Bulgaria y otros. Que la cifra llega a varios millares me parece bastante probable, a pesar de que se encuentran bien disimulados.

Yo creo que a Fidel Castro le interesa ahora una negociación. La instalación de bases militares soviéticas en Nicaragua sí puede arriesgar una intervención, que Fidel Castro se da cuenta es posible comience en Nicaragua y siga luego hasta Cuba. De ahí las señales que Castro ha estado enviando en el último tiempo. 

-¿Qué opinión le merece la presencia de sacerdotes, constituyentes de una llamada “Iglesia popular”, a la cabeza de este proceso político nicaragüense?

En mi ensayo sobre Nicaragua me extiendo quizás demasiado sobre el tema de la Iglesia en Nicaragua, pero creo que es un tema fundamental.

Nicaragua es uno de los países más católicos que yo haya conocido. Después de Polonia, nuca he visto un país en que la religión católica esté tan profundamente arraigada en las personas, en las instituciones. Prácticamente en todas las actividades sociales de alguna manera la Iglesia tiene una inserción directa.

Quizás los lugares donde más he aprendido sobre lo que está ocurriendo políticamente en Nicaragua sea en las iglesias. Nunca en mi vida he ido a tantas misas como en ese mes que estuve en Nicaragua. Escuchaba los domingos hasta dos y tres misas de tendencias distintas, aunque parezca un poco aburrido decirlo así. Esas tendencias están muy marcadas en el tipo de misa a que uno asiste, sean éstas de los sacerdotes de la “Iglesia popular” o de los sacerdotes que responden al cuadro de la Jerarquía.

Pero contrariamente a lo que uno creería y a lo que su nombre parece indicar no es un fenómeno popular. La “Iglesia popular” es un movimiento de sacerdotes y de laicos, con una gran sofisticación intelectual, pero cuyas disquisiciones y elaboraciones intelectuales sobre temas como las estructuras del capitalismo, interpretando el pecado como la injusticia social, la necesidad de la militancia revolucionaria de los católicos, está muy lejos de lo que es la fe del creyente común y corriente.

La fe de este creyente, en Nicaragua como en toda América latina, no es esa fe racionalizada, crítica, intelectualizada de los dirigentes de la “Iglesia popular”, sino que es la fe espontánea, intuitiva, ritualizada, que es la que ha dado la gran fuerza a la Iglesia en nuestros países.

Entonces, el grueso de los creyentes nicaragüenses para mí está fundamentalmente con la Jerarquía, con los obispos. Porque allí además hay ese curioso personaje que es Monseñor Obando, un hombre conservador, de una extracción popular absoluta, con un carisma extraordinario, y con una astucia en el campo político notable. Creo que el hecho de que el proyecto marxista se haya visto frenado, se debe en gran parte a la claridad con que Monseñor Obando y los obispos han dado la batalla a favor de la libertad en Nicaragua.

-Y volviendo al Perú y a Sendero Luminoso, ¿ve algo de esta mentalidad que ha descrito en sus artículos y libros más recientes en el origen de este movimiento, o hay allí sobre todo una prolongación más de las redes internacionales del terrorismo, como lo ha expresado el mismo Presidente Belaúnde?

-No creo que Sendero Luminoso sea un simple brote manipulado por centros exteriores del marxismo. Creo que Sendero Luminoso es la culminación de un proceso de radicalismo ideológico, que tiene lugar un poco en todas partes de América latina en los años 60 y 70. Pero que en Perú alcanza una virulencia sin par, sobre todo a partir de la dictadura de Velasco Alvarado, que en cierta forma estimuló y dio carta blanca a este radicalismo que tuvo como ciudadelas las universidades. Sendero nace como expresión extrema de esta radicalización intelectual en la universidad. Esto ocurre en Ayacucho, en el centro del Perú, entre intelectuales con un gran sentimiento de frustración, originado por el desamparo en que han estado esas regiones. Pero es germinado y nacido en ese contexto peruano.

Desgraciadamente, el fanatismo no es privilegio de ningún país, y lo comparten hoy las naciones grandes y chicas, ricas y pobres. En Europa y en todas partes vemos lo mismo. Esto, mezclado al mesianismo, hace a Sendero Luminoso. 

Hay que reparar también en la frialdad de los métodos que usan. Es algo sin precedentes. El terrorismo se aplica de modo ciego y frío, se ejecuta a familias enteras y a veces simplemente para dar un ejemplo –ejemplo de algo abstracto- utilizando para ello armas tradicionales como piedras, cuchillos, picos. Eso es nuevo y no es fácilmente controlable en un país como Perú, a pesar de ser Sendero una minoría.

-Y la financiación de eso, ¿de dónde viene?

-No se puede descartar que algo provenga del exterior, pero en todo caso es una ayuda minoritaria. Tienen una organización muy eficiente en ese sentido. Para mí eso viene fundamentalmente de la época de Velasco Alvarado. Durante su gobierno hubo una gran infiltración marxista en todo el aparato del Estado en el Perú. Se abrieron las puertas a una serie de elementos que venían de la extrema izquierda, y que muy hábilmente se aliaron con el régimen. Pienso que muchos de esos atentados, sobre todo operando con centrales de electricidad, revelan un conocimiento que sólo se puede tener desde los propios organismos del Estado.

Este carácter local se revela también en el hecho de que Sendero Luminoso se manifiesta contra todos los centros comunistas de poder: Rusia, Cuba, China, Albania, etc. Dicen encarnar la única línea pura y auténtica del marxismo hoy en el mundo. ¡Un fanatismo llevado a extremos “polpotianos”, camboyanos, que es algo que reivindican, y que muestra lo que harían del Perú si tomaran el poder!

-Se han cumplido ya 150 años desde la publicación de “La Democracia en América de Alexis de Tocqueville. Es muy conocida la aprensión formulada ya en 1835 por Tocqueville –y muchas veces corroborada en este siglo y medio- de que la pasión por la igualdad sería capaz de llevar al desprecio de la libertad. ¿Cómo se plantea Vargas Llosa frente a esta disyuntiva?

-La pregunta toca un tema que para mí es clave y además motivo constante de desgarramiento. Así como no podemos permitir que la pasión por la igualdad destruya la libertad –que es lo que ha ocurrido cuando los utopismos revolucionarios se convierten en Estados- tampoco debemos permitir que la pasión por la libertad nos lleve a la creación de sociedades tan brutalmente divididas entre los que tienen y los que no tienen, que haga el deseo igualitario tan fuerte como para traer abajo la libertad. Creo que estamos obligados a conseguir una tensa equidad entre ambos términos, que desgraciadamente para nosotros los hombres están continuamente rechazándose. Es una realidad que nos cuesta aceptar porque ambas responden a impulsos generosos y nobles, profundamente afincados en el corazón del hombre, que desearíamos ver coexistir con comodidad. Lamentamos que haya una especie de íntimo rechazo entre ambas, y lo que nos queda por hacer es luchar por acercarlas, manteniendo la lucidez suficiente como para saber que van a estar continuamente rechazándose la una   a la otra. Esa es mi posición.

-Ya que hemos hablado de estereotipos, ¿no operan algunos complicando este problema, en el sentido de no hacer fácil la comprensión de una equilibrada y armónica desigualdad como algo justo y preservador de la libertad?

-Una cierta desigualdad es no sólo conveniente sino que inevitable que exista. Los países que han intentado llevar más lejos la utopía igualitaria no lo han conseguido. No es efectivo ni en territorios del Khmer Rouge camboyano ni en la URSS.

Una cierta desigualdad va a existir siempre porque los hombres no tienen las mismas inteligencias, ni están dispuestos al mismo esfuerzo. Una cierta desigualdad, como la que existe en los países civilizados, debe siempre existir, lo que hay que evitar son los abismos.

-En este punto donde se cruzan la libertad y la igualdad, ¿no le parece que el respeto a la propiedad privada como un derecho individual, anterior al Estado, es cuestión decisiva para establecer un prudente equilibrio? La idea de vivir del Estado y para el Estado ¿no es otro estereotipo bastante arraigado en nuestros pueblos, que dificulta comprender el papel de la propiedad y de la libertad?

-Las utopías más adversarias pueden llegar a confundirse. La utopía marxista original era la desaparición del Estado y hemos visto que los marxistas han creado los Estados más elefantiásicos que se pudieran imaginar. La teoría liberal de la práctica nulificación del Estado es también una utopía y en la práctica no ha ocurrido. Los países liberales tienen también Estados fuertes. No creo que podamos prescindir de él.

Sí me parece importante estar consciente de que a medida que el Estado crece, la libertad disminuye hasta desaparecer. Eso es indiscutible. Y es muy importante tratar de contener, encerrar y frenar al Estado dentro de unos límites muy precisos y con espacios mínimamente indispensables, si nosotros queremos que la libertad, que entre otras cosas significa iniciativa y creatividad, pueda desplegarse adecuadamente.

El tema de la propiedad es naturalmente un tema central. Para mí la propiedad está arraigada en una vocación individualista, que es muy fuerte en el hombre. A través de la propiedad lo que se manifiesta es esa voluntad de soberanía individual que creo que es inerradicable. Es una de las más antiguas expresiones de lo que podríamos llamar la cultura occidental. En otras culturas tal vez no, pero en nuestra tradición indiscutiblemente que sí. Y esa vocación individual y de soberanía se expresa en la adquisición de un cierto espacio, que está dado por los útiles, por los objetos, el resultado de un trabajo, la casa donde se vive, el producto de un esfuerzo. Y eso es sano y es útil, pues es una manera de manifestar esa voluntad de libertad. En ese sentido la propiedad es una garantía de libertad. Una garantía de libertad no sólo frente al Estado, sino que frente a otros hombres. Y ese derecho debe ser preservado y defendido, con un criterio siempre social. 

En todo esto lo fundamental es destruir los estereotipos y los slogans. La idea de propiedad está tan dañada por los estereotipos y los slogans que parece ser inseparable de la idea de explotación, lo que es por supuesto un disparate. Y en esto los intelectuales deberían estar dispuestos a dar batallas que rompan el tabú y el cliché y permitan llegar a la realidad.

Para ese tipo de tema la lectura de Isaiah Berlin es extraordinariamente útil, pues él ha logrado liberar ese tipo de tema de todas esas lejanías demagógicas e ideológicas.

¿Qué importancia literaria atribuye a su actividad periodística? ¿Cómo evalúa una en relación a la otra?

-Al contrario de la impresión que a veces puedan dar las entrevistas, artículos y polémicas en que me veo envuelto, debo decir que lo principal de mis energías tiene que ver con la literatura y no con la política.

Ahora, el periodismo es para mí una manera de tener un pie en medio de la calle, de estar siempre en contacto con la actualidad, con la vida haciéndose, que da oxígeno a las cosas que yo escribo. La idea del escritor encerrado, cortado del mundo y enfrentado sólo con sus demonios personales no es el que yo quisiera ser, aun cuando pueda admirarlo, como a un Borges. El periodismo es un puente, en cambio la literatura a uno lo corta del mundo. Cuando se escribe una novela hay un cierre y allí son la memoria, la nostalgia, ciertos apetitos oscuros los que realmente inducen a crear. Yo no quisiera hacer de eso una práctica continua ni exclusiva y por eso necesito la presencia de la realidad inmediata que me otorga el periodismo. Quisiera que esta realidad impregne siempre mi literatura.

-En general, para la calificación final de la obra literaria, ¿le da un valor diferente a que los hechos narrados provengan de la fantasía o de la realidad?

-Es difícil hacer esa distinción. Los hechos de la fantasía han nacido siempre a partir de una experiencia y no dentro de una campana pneumática. Ya sean experiencias sufridas o gozadas, ese es siempre el origen de todos nuestros fantasmas. A partir de esto algunos escritores dan una prerrogativa al mundo interior. Otros al mundo exterior. Y por fin hay los que están continuamente alternando entre estos dos mundos. Este por ejemplo es mi caso.

-Después de su obra “Conversación en la Catedral” y hasta que se conociera “La guerra del fin del mundo” –vale decir, durante el período que comprende “Pantaleón y las visitadoras” y “La tía Julia y el escribidor”- cierta crítica afirmó en su momento que se veía un quiebre en la línea creadora de Vargas Llosa. ¿Hubo efectivamente en ese período alguna vacilación en la línea formal y en su búsqueda de lenguaje?

-Nunca me ha gustado repetir lo que ya he hecho. Para mí lo fascinantes de la creación literaria es lo que conlleva de riesgo, de exploración de lo desconocido. Y entonces he procurado en cada nuevo libro intentar algo distinto. Cuando aparecieron estos dos que menciona, efectivamente muchos críticos se sorprendieron con el cambio de temática y sobre todo de tono. Pero para mí fue una experiencia refrescante por ejemplo el humor, algo que hasta entonces no aparecía o aparecía apenas de soslayo en mis libros. Fue una experiencia interesante y rejuvenecedora descubrir toda esta veta contra la cual yo tenía prejuicios absurdos. Me parecía que una literatura seria no podía ser humorística. Después descubrí que era exactamente al revés. De modo más basto en “Pantaleón” y de modo más sutil e indirecto en “La tía Julia”, fue mi intento en esos dos libros.

Creo que eso es muy importante para un escritor que quiere mantenerse vivo. Estar dispuesto en cada libro a jugársela de principio a fin. Es muy fácil repetir un mismo esquema que ya ha conseguido. Pero eso haría que la creación perdiera novedad. Lo interesante es la incertidumbre, la oscuridad en la que uno escribe. Y eso sólo se puede conservar si uno escribe cada vez algo nuevo. Aunque se rompa uno la cabeza a veces.

-¿En qué libro trabaja actualmente?

-Estoy trabajando en un libro basado en un personaje histórico que es Flora Tristán, una francesa del primer tercio del siglo pasado, hija de un peruano y que fue abuela de Paul Gauguin. Fue a Perú a reclamar una herencia que no consiguió y dejó un testimonio invalorable sobre el país en 1830. Pero por sobre todo se convirtió en un personaje histórico en Francia, donde fue una de las primeras feministas de la historia, causa en favor de la cual escribió panfletos y opúsculos. Una socialista-anarquista, utópica, que tuvo una vida aventurera, que vivió en ese medio que siempre me llamó la atención, que es el de despertar de ese género de utopías cuando parecían aún irreales. Es un personaje con virtualidades novelescas extraordinarias, en el que trabajo desde hace un año.

-¿Piensa seguir incursionando en el teatro? ¿Cuáles son para el escritor, en relación a otros géneros, las dificultades que ofrece la creación teatral?

Tengo por cierto varios proyectos. El teatro sobre todo exige un esfuerzo de condensación que el novelista no tiene. La novela permite extenderse indefinidamente. Situarla en la conciencia de los personajes o en el mundo exterior, hacer del paisaje el protagonista de la historia o abolir el paisaje. El teatro, no. Por más libertades que uno se tome, hay que hacerlo dentro de un orden, que es bastante rígido. Todo pasa por los diálogos, y si se quiere verla representada, tiene que tener una determinada dimensión que se está obligado a respetar. Para un novelista el teatro es un ejercicio de ascesis. Algo interesante para quien como yo tiene tendencia a la exuberancia y al exceso.

-¿Existe un Vargas Llosa poeta?

-No, pero existió. Como todo el mundo, comencé escribiendo poesía, pero me retiré a tiempo. Creo que descubrí de una manera oscura lo que mucho después leí en un texto de Borges. Que en poesía sólo se admite la excelencia. Tal vez cuando descubrí que no sería nunca un poeta excelente, dejé de escribir poesía.

-¿Hacia dónde ve que se dirigen más los intercambios de influencia de la literatura latinoamericana?

-Una de nuestras grandes tradiciones culturales es la de haber sido siempre abiertos a las influencias de afuera. No hemos sido provincianos, a diferencia de algunos países, sobre todo europeos, que viven devorándose a sí mismos, ajenos a lo que pasa en el exterior.

En cuanto a los Estados Unidos, cuando yo era joven, era sobre todo a los novelistas norteamericanos que leíamos e imitábamos. Pero ahora que no hay en Estados Unidos escritores de la estatura de un Faulkner, o un Hemingway o de un Dos Passos, lo que interesa más a los sudamericanos es la poesía de Estados Unidos.

-¿Cómo se ve el panorama futuro de la literatura peruana?

-Soy bastante optimista. Han aparecido bastantes escritores jóvenes, sobre todo en el campo de la narrativa, porque poetas siempre ha tenido el Perú. Los hay de vena fantástica y realista. Entre ellos podría citar los nombres de Guillermo Niño de Guzmán y Alonso Cueto, escritores jóvenes que han publicado libros en los últimos meses, en quienes hay indicios indudables de talento creador.

Esta entrevista forma parte del libro: Crónica de las ideas. Para comprender un fin de siglo

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