Entrevista realizada por el Presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, Jaime Antúnez Aldunate, al teólogo suizo y cardenal de la Iglesia católica, Georges Cottier, O.P.
Tradicionalmente ocupa el honroso cargo de teólogo de la Casa Pontificia, esto es, de teólogo privado del Papa, un dominico. Desde 1990 sobrelleva esta responsabilidad el sacerdote de esa orden, suizo de nacionalidad, reconocido especialista en estas materias, George Cottier.
El padre Cottier es una figura querida en esta Roma en que hoy vive y que frecuenta desde hace años. Todavía se recuerda su retiro predicado al Santo Padre y a la Curia Romana en Cuaresma, antes de asumir sus actuales funciones. Éstas le obligan hoy a trabajar muy cerca del Pontífice asesorándolo en materias delicadas y de indudable gravitación.
Cruzando la puerta de Santa Ana, luego el Cortile del Belvedere, internándonos por escaleras y corredores, con la ayuda de algunos guardias suizos ya prevenidos, llegamos después de algún rato de caminar y de subir a su recogido lugar de habitación y de trabajo. Es una tarde de verano y salimos a la terraza que da su departamento. A distancia se aprecia la Villa Medicis y la iglesia de la Trinità dei Monti, iluminada todavía a esa hora por un fuerte sol. En la inmediación, cubriéndonos con su sombra, esa ala del palacio apostólico en la cual habita el Santo Padre, que acostumbra a ser mirada en la plaza de San Pedro, y cuyos departamentos observamos ahora desde la parte posterior.
Hay una atmósfera de orden y reposo en este sitio, en el cual conviven la antigüedad de algunos preciosos tesoros bibliográficos y la modernidad del computador, el trabajo asiduo y la contemplación. No se puede dejar de pensar, entre otras muchas cosas, en esas enseñanzas que rubrican el ideal de Santo Domingo, que ha sido el de Georges Cottier y el de sus antecesores en este cargo: Veritas, por una parte; Laudare, Benedicere et Predicare, por otra.
Repasando en la actualidad algunos temas tratados por Cottier anteriormente en «Artes y Letras» de El Mercurio, la conversación toma su curso natural.
La hipertrofia de la crítica que caracteriza a la cultura moderna -rasgo de esta cultura al cual usted alguna vez se ha referido- parece haber acabado hoy con el iluminismo y con sus grandes creaciones ideológicas, particularmente con el marxismo. ¿Pertenece el futuro al nihilismo o despunta alguna forma de esperanza en el horizonte de nuestra cultura?
Su pregunta es muy difícil, porque en este sentido no es posible dar una respuesta unívoca. Es diferente para cada país. Ciertamente, el nihilismo es una de las tentaciones actuales, en el sentido de que el marxismo era una ideología de esperanza. En todo caso, esto debemos decirlo con gran precaución, ya que en los gobiernos marxistas la esperanza no formaba parte de las vivencias diarias de la población. Como la propaganda marxista era materialista, sólo se pensaba en los bienes terrenales o se procuraba que las personas pensaran únicamente en ellos. Según explicaba un obispo de Checoslovaquia, a raíz de ello, desde hacía algunos años la gente soñaba con Occidente, sobre todo a través de la televisión, como una especie de paraíso terrenal. En la actualidad, envueltos como están en una cantidad de problemas, existe cierta rebeldía y desilusión.
El marxismo despertó falsas esperanzas y ahora hay conciencia de esa falsedad, pero al mismo tiempo el capitalismo occidental carece de alternativa para el marxismo. Por el contrario, en estos países la experiencia del desempleo y las dificultades por que pasa la economía de mercado producen gran desazón y ahí reside una parte importante de los problemas.
Dicho esto, me parece indispensable recordar que el hombre no puede vivir sin esperanza, porque esta forma parte de la dimensión humana. Creo que nuestra experiencia va a ser difícil y dolorosa, en la medida que las ideologías de los dos últimos siglos han depositado una especie de esperanza absoluta en las realidades temporales. Ha habido un mesianismo temporal que se inició ya con el siglo de las luces. El marxismo fue una de sus formas, y el nacional socialismo constituyó una expresión todavía mucho más vulgar de lo mismo.
Forzoso será descubrir ahora que las cosas temporales son, a pesar de todo, relativas por estar insertas en el tiempo, y que la verdadera esperanza trasciende lo temporal. Ciertamente, los cristianos tienen un rol fundamental en todo esto. Si se pierde la esperanza cristiana, la esperanza humana no logrará resurgir por sí sola.
¿Y qué dice de la juventud?
He aludido a la desilusión de la juventud en los países excomunistas, pero tampoco podemos decir que en Europa occidental exista esperanza en la juventud; hay más bien una gran perplejidad y desilusión, debido al hecho de que por definición una sociedad con valores puramente económicos carece de grandes perspectivas. Por lo demás, se trata de una vida de tremenda lucha, con mucha competitividad. Por eso, me parece importante que los cristianos estén muy atentos al contenido de las encíclicas sociales…
…como la Centesimus Annus…
Así es. No debemos hacer una especie de apología del liberalismo económico, como una máquina autoaccionada, pues si así se le deja, favorece a los fuertes y aplasta los débiles. Es verdad que la Doctrina Social de la Iglesia reconoce la existencia de mecanismos muy útiles en el capitalismo, como el mercado y la empresa, pero señala al mismo tiempo la necesidad de una legislación social para reequilibrar los derechos del hombre y sobre todo de los más débiles, de los pobres, los enfermos, los ancianos y de alguna manera también de los jóvenes.
Considerando a Europa en sus dos hemisferios, puede afirmarse que nuestra sociedad está muy amenazada por el vacío ideológico generado por el fin del marxismo y las difíciles condiciones de la vida actual en Occidente. Hubo una especie de euforia con los años 60, a raíz del boom económico, pero en la actualidad se perciben dificultades en todas partes. Así, por ejemplo, el desempleo de los jóvenes es uno de los problemas graves. Por otra parte, los índices de drogadicción son bastante elevados en la juventud. Nuestra sociedad enfrenta grandes problemas. Y el capitalismo no proporciona ideales. En ese sentido, repito, es muy importante la Doctrina Social de la Iglesia y la lucha por los derechos humanos.
Ahora, como contrapartida a esa situación de desánimo que afecta a la juventud occidental, hay que decir también que su generosidad es asimismo grande, y que, por tanto, no todo es desilusión. Por ejemplo, en un país como Italia, existe el voluntariado y es muy interesante lo que muchas personas hacen por los demás. La juventud es muy sensible, por lo cual no hay que perder la esperanza en ella. Sabe ser generosa cuando existen causas verdaderas. Pero hay que ayudarle a moverse en todo esto.
En cuanto a los países del Este, he tenido contacto con algunas personas y una de sus grandes dificultades ha sido la incorporación a la sociedad occidental. En Europa occidental, con la economía de mercado, la gente está acostumbrada a una cierta combatividad en la vida desde la edad escolar. Por otra parte, se cuenta con una buena legislación social, mejor en Europa que en Estados Unidos. En Francia, Italia y Alemania, la legislación social es buena. Todo eso compensa en gran medida las dificultades del sistema económico. En cambio, los jóvenes de los ex países marxistas, que lo recibían todo del estado, que les proporcionaba gratuitamente un departamento, medicina, trabajo, e incluso un sueldo en caso de estar cesantes, no tenían hábitos de lucha y para ellos la transición es mucho más difícil.
En definitiva, estamos yendo hacia una época de transición, que va a ser algo larga y difícil para todos. Y el compromiso social de los cristianos es en estos momentos muy importante.
Agresividad contra la Iglesia
«Poscristianismo» es un término carente de significado, ha dicho usted. El principio espiritual trascendente que da origen a los diversos tipos de cristiandad permanece siempre, lo he oído afirmar. Sin embargo, en ciertos países -Alemania, España y otros- la prensa, con toda su enorme carga de influencia para generar cultura o contracultura, parece comportarse como si se hubiese inaugurado un periodo «poscristiano». Algunos explícitamente lo entienden así. ¿Qué hay tras ello?
El cristianismo tiene palabras de vida eterna. Sabemos que contamos con la presencia de Cristo hasta el fin del mundo: «estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos». Cristo siempre está presente en su Iglesia. Por lo tanto, desde el punto de vista de la fe, la idea de «postcristianismo» es falsa. Una persona sin fe, al considerar ciertas épocas del pasado, en que la proporción de cristianos era mucho mayor que en la actualidad, puede pensar que ha terminado el cristianismo y a partir del Siglo de las Luces siempre ha habido quienes han pensado así. Como cristiano, afirmo que es falso. Existe esa actitud, pero nosotros sabemos que la Iglesia no perecerá.
Además, la Iglesia siempre será víctima de persecuciones. Los períodos de tranquilidad son momentos de tregua en su historia. Cuando leemos el Apocalipsis, vemos que la Iglesia será impugnada hasta el fin de los tiempos. Por consiguiente, no debe asombrarnos la agresividad contra ella. Es tal vez señal de su propia vitalidad. Ahora bien, esta agresividad es poco interesante, procede a modo de caricatura y a veces se percibe mucho odio en ella. Se tergiversan las palabras del Santo Padre, dándose una falsa imagen. Creo que se trata de un conflicto entre el mundo y la Iglesia. Y el hecho mismo de existir esta forma caricaturesca debe alentar a los cristianos. En su primera epístola, San Pedro nos dice que en los cristianos es necesario un buen comportamiento, porque ya han sido víctimas de la calumnia. Debéis desarmar la palabra de quienes dicen falsedades sobre vosotros. Me parece que tenemos que estar preparados para esto.
Se habla de reevangelización y de inculturación.
El Papa no le pide a la Iglesia una actitud puramente defensiva. Creo que la conciencia de la Iglesia está hablando a través de él -y todos los obispos están de acuerdo- cuando señala la necesidad de una nueva evangelización. Esto es muy especialmente válido para Europa, en el sentido de que el continente está buscando actualmente la unidad política y cultural y no podrá encontrarla sin recordar sus raíces cristianas. Y por cierto es válido en donde la persecución ha sido cruenta. El nazismo y el fascismo italiano -menos virulento, porque tuvo menor aplicación, pero también anticristiano- así como el comunismo hicieron perder contacto mucha gente con la fe al agredir tremendamente al cristianismo durante generaciones completas. Alemania Oriental, por ejemplo, estuvo sometida a partir de 1933 al régimen de Hitler y luego pasó al comunismo con una escuela sumamente virulenta en la enseñanza del ateísmo. El cristianismo no fue perdido allí, sino que arrancado. Por eso, es necesario un profundo trabajo de reevangelización. En Rusia y en los países orientales se está dando un fenómeno muy hermoso, ya que si bien siempre ha habido una tradición ortodoxa, en la actualidad se están convirtiendo personas educadas en el ateísmo.
El cristianismo siempre contará con la gracia divina, por lo cual es invencible. Nunca dejará de existir la intervención de la gracia. Por lo tanto, no debemos perder la esperanza. Se puede hablar de «poscristiandad», pero es falso la idea de «postcristianismo». El cristianismo puede experimentar avances o retrocesos en determinados lugares. Hay regiones que han sido cristianas y dejaron de serlo y otras que incluso en nuestra época se incorporan al cristianismo, con las misiones; pero el «post cristianismo» no existe dentro de la Iglesia como totalidad.
Tenemos que afrontar el problema de la inculturación. La Iglesia debe seguir permanentemente inspirando la cultura, como lo hizo durante la Edad Media y a través de los siglos. La sociedad en la cual nosotros vivimos es moderna en muchos aspectos, con problemas modernos. Pensemos en el desarrollo de la bioética, la ciencia y la técnica. Hay nuevos problemas y el Evangelio debe penetrar en ellos. Esto también es válido para todas las regiones fuera de la tradición occidental, tales como el África y grandes países como la China y la India. En la Iglesia se habla y reflexiona mucho sobre aquellas naciones. Es el problema de la inculturación, de cómo culturas no necesariamente occidentales pueden y deben recibir la influencia del cristianismo.
Tradición y cosas nuevas
La posible recuperación cultural que siga a la crisis de la modernidad, ¿no debería apuntar hacia una fusión orgánica de la tradición, desfigurada hoy por la crítica, con las nuevas formas que se inventen?
Ciertamente. La tradición es una dimensión esencial en la vida cristiana y en la Iglesia misma, y también lo es desde el punto de vista cultural. Ahora bien, no confundamos tradición con tradicionalismo. El tradicionalismo pretende fijar el pasado. La tradición, en cambio, sólo es verdadera cuando tiene vida y, por lo tanto, es capaz de ser fecunda y de alimentar cosas nuevas. Una verdadera tradición es siempre fecunda.
Uno de los problemas propios de la cultura de los medios de comunicación masiva -y no tanto de la crisis espiritual- reside en el hecho de que esos medios le enseñan a la gente a vivir en el instante. Los niños, por su parte, son introducidos sin discriminación en el mundo de las calculadoras y de las computadoras. Está bien, pero hay que saber que eso tiene sus límites. Es indispensable recordar asimismo que no existe cultura sin memoria. Y en este momento se está creando un hombre sin memoria. Ese hombre, en mi opinión, no tiene porvenir, porque en el tiempo existe necesariamente una continuidad y la cultura es producto de la misma. Si los italianos llegan algún día a olvidar quién era Dante, se producirá una catástrofe cultural. Eso no significa que los poetas actuales deben escribir al estilo de Dante, pero es imposible crear sin una tradición viva como base. En ese sentido, me parece necesaria una simbiosis. La verdadera cultura es siempre una simbiosis. Pensemos en lo ocurrido en el Renacimiento. En Roma hay gran cantidad de cosas bellas de esa época, en la pintura y la arquitectura. Sobre todo en Italia, pero también en los demás países europeos, hubo un redescubrimiento de la antigüedad pagana, pero fue un nuevo planteamiento, en que se imitó a los griegos creando. Ningún griego habría producido la gran pintura de Miguel Angel, por ejemplo. Existía una verdadera simbiosis, una nueva creación. Eso es lo que se necesita y lo que debemos esperar para el porvenir. Y ahí reside el trabajo de los filósofos, los artistas y los teólogos, en eso deben pensar.
¿En qué medida y de qué forma repercuten en la teología los procesos culturales vividos en los últimos años? ¿Existe efectivamente tal repercusión?
Creo que sí y por varios motivos. Un poco antes del Concilio, pero sobre todo con posterioridad al mismo, y especialmente después de Gaudium et Spes, los teólogos han reflexionado sobre el problema de la inculturación. En teología no puede hablarse sin tener una cierta noción de la cultura. Hay una serie de problemas teológicos que exigen reflexionar sobre la cultura, en relación con la animación cristiana de la Sociedad temporal, tal como está referida en la Doctrina Social. Éste es un primer punto. Además, se da el hecho de qué ciertos teólogos están bastante influenciados por pensadores modernos. Hasta qué punto existe un análisis suficiente al recibirse esa influencia, es un asunto que habría que ver caso por caso. Algunas veces se han adoptado muy precipitadamente las ideas de ciertos pensadores modernos no cristianos, utilizándolas en la teología sin reflexión suficiente.
Ése es un aspecto del tema. Ahora bien, ¿en qué medida ese espíritu hipercrítico de la cultura moderna, al cual se refirió al comienzo, tiene alcance en los asuntos teológicos o en el debate teológico? Hace tres o cuatro años existía una influencia de la modernidad marxista en la teología y se hablaba de la teología de la liberación. Hoy ya no hay marxismo, pero el trasfondo del mismo no ha desaparecido, porque el materialismo y la tendencia emancipadora que lo inspiraba está en todas partes. ¿De qué manera, entonces, este tipo de problemas tiene repercusión en la teología o en el debate teológico?
Me parece muy importante esta pregunta. La palabra crítica tiene varios sentidos. Tiene desde luego un sentido positivo en las ciencias experimentales, basadas en el espíritu crítico, es decir, en el hecho de querer verificar uno mismo las cosas. Así, no es suficiente lo que me dicen o leo en los libros sobre los animales y las plantas; tengo que verificarlo yo mismo. Este es un requisito de las ciencias experimentales e implica un sentido positivo de la palabra «crítica».
Pero hay también otras acepciones. El Siglo de las Luces pretendió crear una cultura que descansa únicamente en el hombre. El hombre es el centro y origen de toda cultura. Con ese fin, se puso en práctica una crítica del pasado cristiano. Podemos decir que con la Ilustración nació una especie de espíritu crítico, en el sentido de un enfoque negativo del pasado, de la tradición. El concepto de tradición, que está siendo rescatado en la actualidad, no fue comprendido en el Siglo de las Luces. Éste es uno de los primeros resultados de la crítica, que dejó sus huellas: el hombre debe construirlo todo a partir de sí mismo y, por lo tanto, no debe recibir ni ser dócil, porque lo fabrica todo y se hace a sí mismo.
Existe, por su parte, un tercer sentido, prácticamente de agresividad ética, de acuerdo con el cual criticar significa rebelarse contra la autoridad. Eso está más bien vinculado a la conquista de las libertades políticas. Somos críticos porque todo lo proveniente de la autoridad es sospechoso y no podemos aceptarlos sin nuestro propio juicio previo. Sólo debemos creer lo que hemos encontrado nosotros mismos. Este tercer sentido se ha desarrollado mucho, conquistando también el espíritu de ciertos teólogos y determinando su relación con la autoridad doctrinal, en el magisterio. Hace tres o cuatro años, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un texto sobre el magisterio y los teólogos, que es muy interesante porque se refiere a este problema. Me parece que en el campo teológico existe una confusión entre la crítica como actividad científica y la crítica como rechazo de la autoridad. Y ahí reside uno de los grandes nudos de la crisis. Ciertos teólogos consideran casi una obligación rechazar la autoridad, el magisterio. Se objeta todo lo que viene de Roma. Es lo que el cardenal Urs Bon Balthasar llamaba «complejo antirromano», muy fuerte en los países nórdicos, incluyendo Suiza, mi propio país. Es una actitud nada científica, apasionada, irracional, que ha influido en algunos teólogos. Así, se objeta todo lo dicho por la tradición, no sólo el magisterio, sino también a los grandes teólogos del pasado. Recientemente me mostraron un texto en el cual se decía que San Agustín, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura hablaron equivocadamente de la Trinidad y es necesario tratar el tema de otra manera. Eso es típico de ese espíritu crítico que en todo quiere partir de cero. Es un sentimiento muy negativo en cuanto al cristianismo, porque incluso a nivel de pensamiento teológico, el cristianismo tiene el sentido de la tradición. No debemos recibir las cosas sin lucidez, pero tenemos que pensar también que nuestros hermanos en la fe de los siglos anteriores nos han enriquecido. Ahí me parece existir un gran problema en algunos teólogos.
El retorno de la metafísica
Hablamos de algunas situaciones que ocupan muchas páginas en los diarios, como es el caso de los libros escritos por Eugen Drewermann: «Hace unas lecturas puramente psicológicas del Nuevo Testamento y de la Biblia en general, que por lo demás carecen completamente de valor científico. Drewermann es un éxito en los medios de comunicación, pero no es un científico. Yo leí un trabajo de un médico y también de un psicólogo muy reputados y no lo considera en serio desde el punto de vista de la ciencia. Es un fenómeno de otro tipo, un best-seller, pero basado en esta actitud crítica que comentamos», explica el padre Cottier. Y añade enseguida: «ahí hay un verdadero problema, porque es necesario leer el pasado con inteligencia, sabiéndolo recibir. Volvemos así a lo dicho hace un momento sobre la tradición. Autores modernos, como el cardenal Newman, son muy valiosos en ese sentido. Newman arroja luz sobre estos problemas, porque reflexionó sobre el pasado y era también un hombre muy abierto a los asuntos científicos de su época. Pensadores como él nos pueden ayudar mucho en esta problemática».
¿Qué podría comentar del desencanto metafísico que ha sobrevenido al posmarxismo?
Eso está vinculado con lo que hemos dicho de la crisis de la crítica. En esta época, en Europa, muchos intelectuales se han dejado seducir más o menos profundamente por la ideología marxista, que ha caído y ha perdido su anterior fascinación. En consecuencia, algunos de ellos se mueven ahora en posiciones muy positivistas. Es también la posición de ciertos sabios, que se basan en los datos experimentales y en todo lo demás son agnósticos. Me parece que ahí reside uno de los grandes problemas de la filosofía moderna. En Estados Unidos ocurre otro tanto.
No obstante, parece haber también, y al mismo tiempo, un cierto nuevo renacer de la metafísica.
Efectivamente, en la actualidad -y eso es muy interesante- se está replanteando el problema de la metafísica, que se había dejado de lado. Tanto la tradición kantiana como la tradición positivista la habían eliminado.
Y existe en este momento investigación metafísica, porque se está tomando conciencia de qué ciertas grandes interrogantes actuales del hombre son precisamente de carácter metafísico. Me parece, pues, que una de las tareas de la filosofía, después de toda esa época llamada crítica, a partir de Kant, consiste en volver a encontrar la metafísica, considerando al mismo tiempo los problemas modernos. Ésta es una de las grandes perspectivas futuras de interés en la filosofía. Ha existido una especie de rechazo global de la metafísica, pero lo interesante es que los científicos hoy se plantean interrogantes y más allá de la experimentación llegan a problemas fundamentales, de orden filosófico. El término «bioética» ha sido inventado por científicos, no por profesores de moral, porque se dan cuenta de que la manipulación técnica del ser humano, del embrión, implica problemas de orden ético. Y la ética también puede ser una vía. Hay graves problemas actuales por dilucidar en esas dos vías, la ética y la metafísica. No es posible la ética sin una búsqueda de sus fundamentos antropológicos y no puede haber antropología sin metafísica.
Esta relación que usted destaca entre metafísica, antropología y ética parece asimismo importante hoy, cuando existe una gravitante tendencia a fundamentar la ética en el mero consenso social o político.
Es un error peligroso. Algunas teorías se mueven en esa dirección, como la de Habermas, por ejemplo; para él, finalmente, se llega a una noción de verdad basada en el consenso, con lo cual éste tiene un carácter normativo, y eso es falso.
Tenemos ahí otro problema de filosofía política, sumamente grave en mi opinión: el problema del fundamento de las democracias. Al nacer las democracias, su fundamento era la ley natural. A comienzos de este siglo, todavía mucha gente seguía reconociendo la existencia de una ley natural. En la actualidad, el concepto se ha criticado mucho desde el ángulo positivista y se buscan los criterios Morales en el consenso, pero este es cambiante y puede manipularse. Dado el poder de ciertos grupos en los medios de comunicación, el consenso no es expresión del pensamiento libre de cada persona. No hay que ilusionarse: en la opinión pública existen presiones y manipulaciones, por lo cual el consenso es un punto muy problemático. En nuestras sociedades existen muchos intereses contrapuestos desde el punto de vista político. Como en la democracia conviven diversas familias de espíritus, son indispensables los compromisos, pero los comités nacionales de ética no son normativos para un cristiano. Debemos trabajar para defender objetivamente nuestras ideas, pero se requiere también un trabajo más fundamental de búsqueda de valores verdaderos y de criterios verdaderos. No podemos dejar que el gobierno de turno decida sobre ello. Éste es un gran problema actual para las democracias y sin ir más lejos, allí estriba parte importante de la discusión en torno a temas como el aborto u otros relacionados con la bioética.
Hacia la cuarta vía
Usted tiene la alta responsabilidad de ser el «teólogo de la Casa Pontificia», cargo que tradicionalmente ha recaído en algún miembro de la orden Dominicana. A ella perteneció precisamente Santo Tomás de Aquino, el «Doctor común» de la Iglesia Católica. ¿Qué importancia le atribuye hoy a la filosofía del Aquinate, como punto de apoyo para un horizonte de esperanza que permita salir de esa «fascinación por la desesperanza» que ha caracterizado a la modernidad, según ha destacado usted?
La filosofía de Santo Tomás es potencialmente muy rica, en primer lugar porque es muy positiva y optimista en el sentido del ser y de la creación, de la bondad y belleza de la creación. En ese sentido ya hay en ella una visión esperanzadora. Por otra parte, es una filosofía con principios muy elevados, que permite iluminar los interrogantes modernos. No es un sistema cerrado en sí mismo, sino con principios muy abiertos, que permiten enfrentar con claridad los problemas nuevos y ver toda la verdad de las demás filosofías, facilitando así nuestro discernimiento. Y es una filosofía con principios para la moral, la cultura, el arte, la filosofía de la religión y la filosofía social y política. Por consiguiente es muy rica y equilibrada. Además nos proporciona un enfoque provisto de sabiduría, con lo cual las cosas pueden mirarse desde arriba y en su globalidad o totalidad, en conjunto. En ese sentido, es una filosofía que puede inspirar realmente una cultura o la cultura.
Y en este sentido, ¿qué valor le concede a las cinco vías a través de las cuales Santo Tomás demuestra la existencia de Dios, en particular a la cuarta? Tal vez esto diga algo especial en el contexto de los problemas y debates de la cultura moderna.
El tema de las vías me parece muy importante, porque hay una especie de ceguera en la investigación religiosa en la sociedad secularizada. Además, existe ese agnosticismo proveniente de la negación de la metafísica. Por consiguiente, el hecho de mostrar de qué manera la reflexión racional sobre la realidad nos conduce, constituye una vía. La palabra «vía» no es prueba, en el sentido de las pruebas matemáticas, sino una vía que nos conduce al reconocimiento de las cosas, del ser, de la belleza.
Usted me habla de la cuarta vía, que es la vía de la participación. Me parece muy importante, porque uno de los grandes problemas que se plantea en este momento la humanidad es el de los valores. Y no existen auténticos valores que no estén arraigados en lo absoluto. Por consiguiente, es posible, desde el punto de vista fenomenológico, mostrar la presencia de los valores, aún cuando exista una crisis, asignándole un significado muy amplio al término «valor». Por ejemplo, el sentido de la verdad, que gracias a Dios sobrevive, el sentido moral que también existe, es decir, el valor del bien. Y también el sentido estético, el valor de la belleza, en lo qué tal vez muchos de nuestros contemporáneos son especialmente sensibles. Por último, esto nos conduce a una reflexión sobre los fundamentos de la belleza, los fundamentos del bien, los fundamentos de la verdad y así finalmente estamos en la cuarta vía. Es sin duda algo muy hermoso…
Es el caer de la tarde y la conversación llega ya a su fin. Nos despedimos del padre Cottier en la puerta de su departamento y salimos por un largo corredor interior del palacio, que forma parte del Museo Vaticano. En la muralla se hallan incrustadas infinidad de interesantes y hermosas lápidas romanas, la simbología de algunas de las cuales anuncia ya, en claves secretas por la persecución del imperio, el cristianismo emergente de los primeros siglos. Pensamos que alguna misteriosa relación guarda con lo que hemos escuchado.
Al fin del largo y espacioso corredor, y de acuerdo a lo convenido, debemos golpear en una puerta de reja y vidrio, para que el joven y alto guardia suizo allí apostado a esa hora salga abrirnos. No se encuentra en ese momento en su puesto y entretanto ha dejado en el piso la lectura que entretiene esas horas: el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand… regresa enseguida. Viste el uniforme azul, también del tipo Renacimiento, con que esta guardia cuida los espacios internos del palacio papal. Mientras me guía hacia el célebre patio de San Dámaso y señala algunos puntos de mayor interés, cuenta que voluntariamente se reclutó para este servicio en algún cantón de su Suiza natal. Su opción, se ve, le complace hondamente. A nadie podría extrañar.