ENTREVISTAS
Joaquín Navarro-Valls

Juan Pablo II está labrando la Iglesia del dos mil

Avanzando por la Vía de la Conziliazione, rumbo a San Pedro, casi al llegar a la Plaza, se encuentra, al costado derecho, la Secretaría de Prensa del Vaticano. Desde un amplio hall se entra a un extenso auditorio, donde el Vaticano comunica a la prensa del mundo entero las determinaciones de la Santa Sede en variadas materias. Lugar clave, si se piensa, para un Estado cuya principal arma, después de la oración, la constituye la palabra.

En el primer piso también, al final de un corredor, se encuentra la oficina del jefe de esta Secretaría, que en la actualidad ocupa el joven médico español, por muchos años corresponsal de prensa del principal diario de su país en Italia y Medio Oriente, Joaquín Navarro-Valls. El carácter del portavoz del Santo Padre, hace que el nombre de Navarro-Valls circule a menudo en muchas notas de prensa del mundo entero, también en Chile.

Con la virtud tan propia en los hombres de su tierra de ser fácil en la comunicación, la conversación entra de lleno y sin rodeos en el tema de la dimensión que los viajes del Papa tienen para el mismo Papa.

-Los viajes del Santo Padre parecen haber despertado en muchas partes olas de fervor y entusiasmo cuyos efectos no son fáciles de medir. Usted, como portavoz del Santo Padre, ha debido acompañarlo en cada una de esas misiones. ¿Qué queda a su juicio de ese fervor y de ese entusiasmo después de los viajes?

-He acompañado al Santo Padre, antes como periodista, trabajando para un periódico de España. Hace dos años que lo hago como portavoz.

Creo, sinceramente, que esta siembra que el Santo Padre está haciendo a nivel universal en los cinco continentes donde ha estado –quedan muy pocos sitios donde el Papa no haya estado todavía- es una siembra de tal proporción, de tal densidad y de tal extensión, que dentro de 200 años se seguirán recogiendo resultados.

No digo que ahora no se recojan ya resultados -me referiré a los resultados inmediatos-, pero dentro de 200 años se seguirán recogiendo-. No se agota esto en el ciclo de un pontificado.

A través de esta siembra, el Papa subraya la dimensión ética de todos los problemas humanos, cosa que está haciendo en Bangladesh o Tailandia, donde la proporción de católicos es inferior al uno por ciento. Sin embargo, él habla y habla en estadios, en plazas y en sitios públicos… Desde luego, es éste un fenómeno nuevo en la historia de la Iglesia. 

Pero no sólo en 200 años, sino que también ahora, se recogen resultados. Para darle un dato inmediato y que se puede contabilizar, veamos el problema de las vocaciones sacerdotales. Hasta 1979 las vocaciones continuaron disminuyendo en todo el mundo, en todos los países católicos de mayoría o de minoría católica. El Papa comenzó a viajar en diciembre de 1978; por tanto, prácticamente en el 79. Desde esa fecha, en todo el mundo las vocaciones sacerdotales están en aumento. La estadística que ha hecho la Santa Sede en fecha reciente da, en todos los continentes y en todos los países de cada continente, un aumento de vocaciones religiosas y sacerdotales. En algunos países es de 14 por ciento; en otros, de siete por ciento, y en otros, de tres por ciento. En mi opinión, ésta es una de las muchas consecuencias directísimas de los viajes del Santo Padre.

Por otro lado, la presencia tenaz, incansable, obstinada diría yo, del Papa en un sitio y en otro, en países de mayorías y de minorías católicas, ha hecho que el pontificado como tal, como institución, sea indiscutiblemente aceptado hoy, en todo el planeta, como la más alta opción moral que tiene el mundo y, entonces, no es nada extraño que a la Santa Sede lleguen y se planteen casi diariamente muchísimos problemas de entendimiento internacional de los pueblos.

Tercer punto que quería subrayar: un hecho tan absolutamente excepcional como ha sido el encuentro de oración en Asís, del 27 de octubre del año pasado, es decir, que todas las religiones de la tierra se encuentren juntas –para orar cada una separadamente, no todas juntas-, pero que todos los líderes decidieran presentarse en Asís sólo ha sido posible, en mi opinión, como una consecuencia también de los viajes del Santo Padre, que ha ido a Tailandia y ha saludado a los líderes budistas; que se ha encontrado con Ramsey en Ghana y luego en Bombay; que se ha encontrado con los sintoístas en Tokio. Cuando luego invitó a Asís, ocurrió ese fenómeno nuevo en la historia de la Iglesia, que no se había producido nunca. 

-En relación con los viajes del Santo Padre tampoco han faltado las críticas. Hay quienes señalan que esas visitas son inoportunas, o bien, que son meras manifestaciones de papolatría y espectáculo. ¿Qué podría responder usted?

-Me remito prácticamente a la respuesta de la primera pregunta. He hablado con estadísticas en la mano. Esto no es papolatría. El aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas en todo el mundo es un dato estadístico, no es de retórica lingüística. 

La convocatoria de ese encuentro de Asís es un hecho, ya realizado. La llamada a la Santa Sede a intervenir, a hacerse eco en los grandes problemas de la humanidad, es continua. Es decir, hay un “feed-back”, hay una respuesta a los viajes del Papa. De todas formas, las personas que hablan en términos de entusiasmo meramente exterior, en relación con los viajes del Papa, que dicen que luego no queda nada, que acuden a la imagen de la bengala que alumbra y luego se apaga, me parece que se quedan en la pura imagen y no penetran. Es decir, razonan en términos casi cinematográficos.

En primer lugar, un viaje del Papa –y esto se constata en Chile- no es sólo la semana que el Papa está en ese país, sino son los dos años, o el año y medio de preparación para ese viaje. Ha habido una verdadera misión en ese país, ya antes de que el Papa llegue, en término de preparación, y la seguirá habiendo después.

De ahí que la presencia física del Papa en cada país diría que es antropología sana. Es decir, el hombre es una criatura de Dios y quiere oír hablar de Dios.

-En países con un debate ideológico-político muy candente existe difusa la sospecha de que el viaje va a tener tal o cual sesgo ideológico y tal o cual proyección partidista. Esa perspectiva ¿no se inserta también en este fenómeno de profunda laicización de la mentalidad contemporánea? ¿Los viajes del Santo Padre no son una poderosa contribución para revertir esa tendencia tan actual de relativizar lo absoluto y absolutizar lo relativo?

-Los fondos que quedan de esa enorme siembra de ideas, de reflexiones, de estímulos –que son la consecuencia de toda la predicación y de toda la catequesis del Santo Padre en sus viajes- es tal, es tan fuerte su densidad, el peso de ideas de todo eso es tan profundo, que ayuda a poner al hombre en su justa proporción, y el hombre situado en su justa proporción es capaz de juzgar correctamente. 

Cundo el Santo Padre recuerda al hombre su propia verdad, el hombre, que recupera su propia dimensión, es inmune contra el engaño. El hombre que ha recuperado su propia conciencia de lo que es, resulta que es capaz luego de invertir esa tendencia de absolutizar lo relativo o relativizar lo absoluto, en cualquier terreno, en el terreno científico, en el político, en el literario, en cualquiera, porque es el hombre inmune frente a cualquier fenómeno de totemismo, de considerar a un algo como absoluto cuando aquello no tiene categoría de tal. 

Pero para eso hay que inmunizar al hombre y el hombre se inmuniza con un sano peso de ideas y esas ideas son las que está difundiendo el Santo Padre. Recordando el capítulo I y II del Génesis, a partir de donde se recuerda al hombre quién lo ha hecho, cuál es su principio y cuál es su vida y luego, lo que sigue, la exigencia ética, la exigencia de comprensión, de convivencia humana, el esfuerzo –que es también ascético y no sólo intelectual, es decir, tiene raíz cristiana- por entender al que no piensa como yo y convivir con él –que es una exigencia que el Papa está recordando continuamente-; y tantísimas otras cosas.

-Tal vez quisiera hacer algún recuerdo personal de los viajes en que ha acompañado al Santo Padre, que contribuya a enriquecer la visión de estas misiones pastorales

-El anecdotario sería infinito. Quizás, volviendo un poco atrás, a una de sus preguntas sobre el tema de qué queda de los viajes del Santo Padre, o poniendo la pregunta en términos más brutales todavía: ¿vale la pena el esfuerzo físico enorme que hace el Santo Padre? Esos planes de vuelo tremendos, ¿valen la pena? La pregunta literalmente yo la hice así, en esos términos de brutalidad, cuando era sólo periodista, en el primer viaje del Santo Padre a África, una tarde que llegamos a un pequeñísimo pueblo en el norte de Zaire, dentro de África.

Estábamos al lado del río Congo, Quizangani se llamaba. Aquella noche hacía calor, no podía dormir en el hotel, salí a dar un paseo por la única calle que había en ese pequeño pueblo. Habíamos llegado aquella tarde y al día siguiente salíamos, eran muy pocas horas de estadía.

Me encontré con una persona agradable con la que estuve hablando;  era una persona de unos 55 ó 60 años, con claros signos físicos de que llevaba muchos años en aquellas latitudes, por cuanto había contraído la malaria y todas esas cosas, y que luego se me identificó como misionero que llevaba 20 a 25 años trabajando en ese pueblo.

Y a esta persona yo le puse esa pregunta: ¿usted cree que vale la pena todo este esfuerzo del Papa, que viene a este pueblo en que estamos nosotros y mañana sale? Su respuesta fue textualmente ésta: aunque sólo fuera por el bien que ha hecho a mi alma ver aquí en Quizangani al Papa, valía la pena. Es decir, ese hombre no se planteaba la pregunta en términos sociales, en términos masivos, que es como los retóricos se las plantean, siempre pensando en los demás y no en uno mismo.

Se lo planteaba en categorías estrictamente individuales. Decía: aunque sólo fuera por el bien que ha hecho a mi alma, yo no sé a los demás, pero a mí, que llevo 20 años aquí, y que no había podido ver al Papa nunca, y que lo he visto en un pueblo donde yo estoy trabajando… aunque sólo fuera por el bien que ha hecho a mi alma, se justifica todo el esfuerzo del viaje.

Lo cuento ahora como anécdota, porque parece que ilumina mucho precisamente para salir de la retórica de la pregunta sirve-no sirve, vale-no vale, qué queda después de todo esto. Hay aquí un testimonio estrictamente individual

-¿Y cómo transcurre la vida personal del Santo Padre durante los viajes?

-Son jornadas agotadoras.

-Pero él, ¿cómo sobrelleva el día, mantiene horas de recogimiento, de descanso, hay algo que sea interesante conocer en tal sentido?

-Cualquier persona que vuele con él lo ve. Porque, además, en un avión donde vamos todos juntos, no es que haya mucho especio para la privacidad.

El Santo Padre reza muchísimo, lleva muchísimas horas rezando el rosario en un pequeño compartimiento del avión en que va sólo él. Reza el breviario por la mañana, y reza mucho durante el día. Lee y estudia durante el tiempo de los vuelos; de un sitio para otro, no es tiempo perdido.

Es una cosa verdaderamente espectacular cuando en climas tropicales, en climas que hemos estado de temperaturas extremas, todos se suben al avión con el ánimo de descansar un poco, y el Santo Padre aborda el avión y un minuto después está absolutamente sumergido en la lectura de un libro de filosofía o de teología o de pensamientos. Es una cosa increíble la capacidad de concentración y la capacidad de aprovechamiento del tiempo que tiene.

Y luego, otra anécdota real del último viaje del Santo Padre que fue a Australia, Bangladesh, Singapur, etc.: estábamos en Australia, en lo que era la jornada más dura de todo el viaje; tocábamos cuatro ciudades en un día, separadas por las enormes distancias del continente australiano; de Melbourne, en el sur, a Darwin, en la punta norte; luego al centro del país, Prince, y luego, por la noche, en el aire. Una jornada brutal, desde el punto de vista físico; para todos, una paliza tremenda.

Los periodistas estaban exhaustos, todo el mundo cansado. El Santo Padre abordó el avión después de celebrar misa en Darwin. Vi que escribía, y pregunté, me interesé por conocer qué estaba haciendo el Santo Padre en aquel momento. Escribía en polaco, como él suele escribir, en su lengua nativa. El Santo Padre estaba escribiendo el texto del discurso de la audiencia pública que tendría en la Plaza San Pedro, tres días después de aquella fecha.

Estábamos todavía volando en Australia y ya su mente estaba puesta en el próximo encuentro que tendría con los fieles en la Plaza San Pedro, y estaba escribiendo el texto de aquella audiencia pública.

-Para el católico sudamericano llama mucho la atención, por ejemplo, lo que parece haber sucedido con el viaje del Santo Padre a Holanda, con todas aquellas contramanifestaciones en las calles. No sé si haya habido en esto mucha exageración de la prensa. ¿Cómo el Santo Padre ha sobrellevado todo esto?

-Naturalmente estuve en aquel viaje acompañando al Santo Padre. Puedo decirle que esto fue tremendamente polarizado por la prensa, por la espectacularidad, por el elemento de noticia. Pero quien ha estado en el séquito del Santo Padre no se ha enterado. Había gente que quería     ver al Santo Padre; algunos católicos otros no católicos; lo mismo en las ceremonias, había católicos y protestantes.

Si algunos querían manifestarse, hay que decir que lo lamentable es que quisieran hacerlo de un modo intolerante. Muy dueños son de manifestarse. Pero cuando se predica la libertad, la libertad interior, se ha de ser respetuoso también con manifestaciones de otro contenido.

Se pide siempre que la manifestación sea dentro de un límite de mutua corrección. Ahora ha habido en Holanda un elemento de exageración, y muchos holandeses no católicos se lamentaban de aquel hecho. Quienes, por otra parte, se manifestaban allí, eran grupos de homosexuales, que si querían podían manifestarse. Pero la pregunta es ¿qué representan estos personajes? ¿A quién representan?