Ya en plena campaña presidencial, Mario Vargas Llosa visita de nuevo Chile en agosto de 1989. El motivo que trae al ahora flamante candidato presidencial peruano a Santiago es el estreno aquí de la adaptación teatral de su novela “Pantaleón y las Visitadoras”. Añade entretanto que “además me será muy interesante llegar a Chile con un proceso político muy avanzado. Chile, por razones obvias, es un país muy importante para el Perú y yo creo que de alguna manera nuestros países tienen sus suertes vinculadas o ligadas”. Habla quien aspira a ser su próximo Presidente.
Lazos de comunicación estrechos con el célebre escritor nos hacen programar con antelación a su visita un nuevo encuentro, para una entrevista suya que publicaríamos en Artes y Letras de El Mercurio antes de su arribo. En la imposibilidad de viajar por esos días a Lima, el autor de estas páginas prepara en común con otro periodista del ya mencionado cuerpo cultural del decano, Cristián Pizarro Allard, una secuencia de temas armónicos con los anteriores. “Dicebamus hodierna dei…”.
-Según su compatriota y amigo, el pintor Fernando de Szyszlo, para usted “la vida es un pretexto para escribir libros y por ello nunca deja una idea o una afirmación en el aire, ya que inmediatamente la escribe”. En relación a esta afirmación, ¿en qué medida la actual situación en que usted se halla está dando origen a algunas notas –tan sólo, mentales, tal vez- para la elaboración de una obra literaria en un futuro, sin duda muy lejano?
-Todo lo que he escrito ha estado basado siempre en experiencias personales; el motor, el estímulo inicial de todo lo que he escrito, han sido ciertas cosas que protagonicé o de las que fui testigo, o que leí. Las experiencias personales son para mí la materia prima de todo lo que he escrito. Esta es una experiencia fundamental en mi vida, de tal manera que no puedo descartar que en el futuro, si sobrevivo a ella, me estimule a escribir, pero al mismo tiempo, para que una experiencia vivida se convierta en un material fértil, yo necesito siempre una distancia, una perspectiva. Nunca he podido escribir sobre cosas que me acaban de pasar; necesito que haya una distancia para que realmente ese material, ya diluido un poco por la memoria, se convierta en algo dúctil que uno pueda transformar, manipular y en una actividad como en la que estoy ahora, una actividad incesante y absorbente, pues no tengo ninguna distancia, ni tampoco ningún deseo, de convertir eso en material literario.
Alguna vez leí, en alguna parte, que estaba haciendo política para poder escribir sobre ella; qué disparate, cómo va a hacer uno una frivolidad semejante, meterse en una actividad que es de tanta responsabilidad, como es hacer política hoy día en el Perú, tan sólo para escribir un libro.
Identidad latinoamericana
–Cercanos como estamos a la celebración del Quinto Centenario del descubrimiento de América, quisiera preguntarle por la identidad latinoamericana. Jorge Luis Borges, a quien usted ha calificado en un artículo, publicado por Artes y Letras de El Mercurio, “como el acontecimiento más importante en la literatura de imaginación en lengua española, de los tiempos modernos”, señaló, antes de morir, lo siguiente: “Deberíamos dirigir nuestros ojos hacia Europa, porque nosotros somos europeos exiliados, y además exiliados lo suficientemente lejos como para tener la visión de Europa, porque en Europa los árboles no dejan ver el bosque; pero nosotros sí estamos en condiciones de ver ese gran bosque secular que es Europa, y podemos percibir su unidad”. Y luego añade: “Yo pienso que Europa es nuestro pasado y que debería ser nuestro presente. Es una pena que hoy la gente aparte su mirada de Europa; a mi entender, es una tragedia para América del Sur”. ¿Cuál es el parecer de Mario Vargas Llosa frente a esta interrelación cultural, entre lo americano y lo europeo, planteada por Borges?
-Yo creo que desde que las carabelas de Colón se encontraron con nuestro continente, nosotros quedamos articulados a la cultura occidental y desde entonces formamos parte de ella, somos una variante de Occidente. La fórmula utilizada por Borges de europeos exiliados no me parece justa; creo que en América Latina está Europa, y algo más de Europa, y que eso es evidente en países no sólo no sólo donde el pasado prehispánico marcó con tanta fuerza, como en Perú, México o Guatemala, sino incluso en los países donde esta presencia prehispánica es mucho más débil, o más diluida, como podrían ser Argentina, Chile Uruguay. En América Latina hay, por una parte unos elementos, unos ingredientes que no son europeos, que corresponden a otros continentes, como pueden ser África, por ejemplo, que han marcado profundamente una serie de países: en el Caribe, en Centroamérica, en Sudamérica; y hay, por otra parte, una Europa que se trasplantó y que con el correr de los siglos se fue transformando en algo muy distinto. Nosotros hablamos, por ejemplo, idiomas que nacieron en Europa, pero que constituyen una variantes y unos matices que ya son muy propios, de los que fueron el español, el portugués o el inglés, que llegaron a estas tierras. Y no es solamente el idioma, también las creencias, los usos, las costumbres, la relación con el propio pasado. En América Latina todo eso tiene un curso propio, lo cual no quiere decir, de ninguna manera, que no haya una vinculación que es esencial y muy estrecha con lo mejor que trajo Europa a estas tierras, que es una cultura, la cultura que ha dado no sólo una riquísima floración de ideas, de filosofías, de obras de arte, sino que ha dado al mundo las formas más civilizadas de la coexistencia y del desarrollo humano; la cultura que creó la idea de la democracia, la idea de la libertad. Eso nació con la cultura occidental y eso forma parte ya de la tradición latinoamericana; por todo van a ser cinco siglos que nosotros tenemos derecho también a ese pasado.
Entonces, para mí la relación con Europa es una relación que parte de una comunidad íntima, con una cultura que en cierta forma hizo nacer a América como lo que es hoy día. Lo cual no quiere decir que debamos tener una actitud de beatería ni de mera imitación mecánica de todo ello. Hay unas variantes propias, nuestras, a las que de ninguna manera debemos renunciar, y todo lo que sea un cotejo, un intercambio con Europa, como con las otras culturas, va a enriquecer lo propiamente latinoamericano. Lo que creo que es absurdo y extemporáneo es el plantearse Europa-América como una dicotomía o como una confrontación, algo que ocupó muchísimo a los intelectuales latinoamericanos en el siglo XIX y a principios de este siglo; ésa me parece una polémica totalmente obsoleta; creo que no tiene absolutamente ninguna vigencia hoy en día, y que el Quinto Centenario, en lugar de resucitarla, debería servir para plantearse una relación mucho más intensa y creativa con Europa, lo cual no excluye también que sea una relación polémica; la relación polémica creo que es una buena relación.
El caso de Borges me parece muy ilustrativo a este respecto. Probablemente ningún escritor latinoamericano moderno ha aprovechado con tanta creatividad la influencia europea como Borges. El mismo no sería posible sin la literatura europea. Creo que nada sería más injusto que decir que Borges era un europeo exiliado o un simple epígono de Europa; ningún escritor europeo tiene, frente a su cultura, es decir, frente a su propia tradición, la libertad que tenía Borges frente a la cultura europea, y esa libertad se la daba la condición de americano, el poder asociar, confundir, elegir, con esa desenvoltura y esa libertad con que lo hizo, tradiciones tan distintas y tan distantes, como la literatura inglesa, la poesía del Siglo de Oro Español o las literaturas exóticas que conoció a través de Europa. Esa libertad extraordinaria para moverse frente a una tradición que no lo condicionaba, como condiciona a un escritor europeo, se le daba su calidad de americano, la condición de un hombre que estaba y no estaba inmerso en esa tradición, que de alguna manera dependía de ella, pero también estaba emancipado de ésta por el hecho de ser occidental del otro lado del océano.
Esa me parece ser la relación de América Latina con Europa, y en el campo literario, en el campo cultural, esto se ve con bastante claridad: la pintura, la pintura y la música latinoamericanas, en sus mejores exponentes, por lo menos, se deben a Europa, pero nunca se pueden explicar exclusivamente por influencias europeas.
-Existe, según usted señala, un sello cultural latinoamericano propio, reconocido, marcado profundamente por lo europeo, con grandes pensadores y creadores sustentándolo. ¿Cómo se explica que ese tesoro cultural que se ha logrado acumular durante siglos no tenga aún un paralelo en formas de estabilidad política y económica, para nuestro continente?
-Yo soy más optimista ahora. América Latina desde hace por lo menos un par de décadas está en un proceso de democratización, es decir, de sensatez política, que está mostrando una estabilidad que en los procesos de democratización del pasado no se dio. Es para mí el fenómeno más interesante en la América Latina contemporánea ver cómo, a través de experiencias distintas, todos los países van adoptando formas democráticas y renunciando a los sistemas autoritarios, o a los sistemas totalitarios, al extremo de que hoy en día los países sometidos a regímenes no democráticos son la excepción, que además cuentan con un apoyo popular, que también es novedoso, porque en el pasado muchas veces las democracias eran democracias sostenidas por las élites, pero no por una base popular.
Lo que creo que le falta a nuestro sistema democrático en América Latina es un contenido de libertad económica; la democracia nos ha traído libertad política, pero no nos ha traído el complemento indispensable para desarrollarnos social y económicamente, que es la libertad en lo económico. Todavía esta vinculación esencial entre ambas libertades no ha arraigado en América Latina; sin embargo, se va abriendo paso. Creo que a medida que resulte evidente el fracaso de todos los gobiernos democráticos que intentan las políticas anticuadas, estatistas, intervencionistas, socializantes, va surgiendo una conciencia de que no debe ser el Estado sino la sociedad civil la gran protagonista de la vida económica, y que sólo eso puede dar a nuestras democracias políticas el impulso hacia el desarrollo económico que necesitan.
Yo creo que esto poco a poco va ganando terreno en América Latina, y mi esperanza es que esta cultura de la libertad, como una conjunción de libertad política y libertad económica, arraigue, porque sólo de ella puede resultar ese desarrollo social y económico, sin el cual nuestras democracias van a tener existencias muy precarias, muy amenazadas. En nuestros países la libertad es fundamental, pero es fundamental también el crecimiento, mejorar las condiciones de vida, más empleo, formas más civilizadas de existencia para unas mayorías que casi en todos los países viven en condiciones muy deficientes, es el gran reto que tenemos por delante, completar estas democracias políticas con unas democracias económicas que traigan por fin el desarrollo.
-¿No le parece, entre tanto, que la libertad está hoy más amenazada en lo cultural político, según se puede ver en los países más desarrollados? Usted hace una referencia sobre este fenómeno en su artículo “La sociedad abierta y sus enemigos”, en el que comenta el último libro de Jean Francis Revel, “La connasisance inutile”.
-Es uno de los hechos paradójicos que en los países que gracias a la libertad han alcanzado las formas más elevadas de existencia, es decir, las formas más elevadas de justicia social, haya en las élites intelectuales una actitud crítica que va muchas veces hasta la fobia por el sistema democrático y por la cultura de la libertad; ése es un hecho del que en los países europeos, en algunos de ellos por lo menos, parece haber una saludable revisión.
En los países del Tercer Mundo es mucho más evidente la oposición, la crítica, el escepticismo frente a la cultura de la libertad; no viene esto de sectores campesinos, de sectores obreros, de sectores de la clase media. Viene, por lo general, de las élites políticas e intelectuales; allí todavía el viejo mito de la sociedad cerrada, de la utopía comunista, tiene un arraigo que ha perdido totalmente en los sectores populares. Sin embargo, si uno echa una mirada global, hay más bien motivos de sobra para sentirse optimistas; estamos asistiendo a un fenómeno que más bien parecía inconcebible hace algunos años, y es la delicuescencia del mundo comunista. El mundo comunista está sometido a un proceso de autocrítica que en países como Polonia, Hungría, los más avanzados, ha llevado al comunismo a reconocer su total inoperancia y, prácticamente, a facilitar su propia muerte; en otros países, como la Unión Soviética, esto está llevado con mucha más lentitud, pero es un proceso que a la corta o a la larga sólo puede desembocar en una comprobación idéntica. Naturalmente, puede haber marchas atrás, como es el caso de China Popular, donde vemos cómo hay ahora una represión muy fuerte para frenar ese movimiento popular en favor de la democratización. Pero el panorama global, el balance, es clarísimo: el mundo comunista, la gran utopía totalitaria, hoy día se ha hecho trizas, los propios países comunistas se han encargado de decirle al mundo que su utopía ha sido desmentida por la realidad, que esas formas utópicas, decimonónicas, no funcionan, y cuando se quieren convertir en una práctica política sólo traen fracaso económico y dictadura política.
Depende, pues, de nosotros extraer la lección; creo que los pueblos están extrayendo la lección. Creo que hay en el mundo hoy día, con algunas excepciones, una corriente que es mayoritaria hacia formas democráticas; América Latina es una expresión de eso, lo que ocurre es que hay que ser lo suficientemente lúcidos como para que ese proceso de democratización no venga entrampado, lastrado, en materia económica, por los viejos prejuicios, utópicos, colectivistas, porque esos prejuicios pueden llevar al fracaso económico a nuestras democracias, con la inmensa frustración que esto provocaría en los pueblos que están esperando no sólo la libertad política, sino también desarrollo y mejores condiciones de vida.
-Pareciera, sin embargo, que las cosas no están dadas sólo en términos de relaciones de mercado o relaciones de poder. Las civilizaciones encuentran sus fundamentos últimos, entre otros, en factores culturales, místicos y religiosos. ¿Qué importancia les atribuye usted a esos elementos en el ámbito de una “sociedad libre”?
-Ahí toca un punto que es central, respecto de lo que será el futuro de la Humanidad. Para mí no hay ninguna duda de que la libertad económica, el mercado, junto con la democracia política, garantizan el desarrollo y el progreso, y aseguran el bienestar de una sociedad. Ahora, también es evidente que este progreso material que trae la civilización industrial moderna, deshumaniza, crea un tipo de individualismo que, a la corta o a la larga, impone una cierta moral individualista, de la que resulta un gran vacío espiritual; es el problema que enfrentan, prácticamente sin excepción, todas las democracias avanzadas. Nosotros, que estamos entrando a ese proceso, deberíamos ser muy conscientes de ese riesgo y tratar de conjurarlo desde ahora. ¿Cómo se puede hacer? Es algo que para mí es un motivo constante de reflexión; yo creo que hay dos actividades que deben ser impulsadas como antídoto contra ese peligro. Una es la actividad cultural, creo que es muy importante que haya una rica actividad cultural, que el Estado debe tratar, subsidiariamente, de promover, de impulsar, como un correctivo, como un antídoto contra ese proceso de deshumanización, que parece congénito al desarrollo de la civilización industrial moderna. Y la otra, es un impulso a la actividad espiritual.
Es un hecho que la modernización trae una crisis de los valores religiosos, de las creencias, una crisis de la fe; y es un hecho, también, que esta crisis genera un vacío que en las sociedades modernas muchas veces se trata de llenar mediante formas completamente espurias y enajenadas, que son caricaturas de actividades espirituales, como son –por ejemplo- la proliferación de sectas, de los cultos extravagantes, que tienen un efecto profundamente enajenante y destructor. Entonces tiene que haber un tipo de actividad espiritual, que hay que tratar de mantener viva como antídoto o correctivo al proceso de deshumanización de la cultura industrial moderna, pero no es fácil, porque es un hecho históricamente comprobado que el desarrollo de la civilización industrial resquebraja profundamente la fe, entra en contradicción con los valores de tipo religioso. De todas maneras, creo que hay que ser conscientes de ese riesgo y tratar de conjurarlo desde el principio, porque, evidentemente, después es muy tarde y mucho más difícil.
¿Le parece adecuada, para denominar a ese estado de deshumanización que trae consigo, muchas veces, el desarrollo de la cultura industrial moderna, la expresión “soft ideología”, como la ha llamado el conocido periodista francés-director de Le Point- Claude Imbert?
Creo que “soft ideología” es una expresión que de todas maneras apunta al blanco. Lo que ocurre es que la cultura industrial moderna desconfía de la trascendencia, se fija unos objetivos, unas metas pragmáticas que en un momento dado significan la abolición de toda preocupación trascendente; entonces ello genera esas formas tan superficiales, tan frívolas, que está identificadas con lo que es la cultura de los países que han alcanzado el bienestar, el progreso y el desarrollo.
Eso no tendría mayor importancia si fuera una simple manifestación de la actividad cultural, pero si impregna toda la actividad cultural, o la actividad cultural dominante en un país, eso al final crea un vacío que pone en peligro el cimiento mismo de esos sistemas. Las sociedades se pueden ver profundamente conmovidas por contradicciones y rechazos internos a causa de ese mismo vacío. Es una de las razones por las que seguramente las élites intelectuales, las élites artísticas, las élites religiosas, las élites espirituales son las peores contestatarias de esa cultura de la libertad que ha traído, por primera vez en la historia, formas de bienestar para todos los miembros o para mayorías significativas de nuestras sociedades. Una de las razones es, quizás, que a diferencia de lo que ocurre en los países donde la cultura de la utopía totalitaria ha traído pobreza y ha traído dictaduras, sin embargo la trascendencia sí está ahí, muy viva –en la retórica, en el lenguaje, en la fe, en la ilusión, en la fantasía –con unos ideales que van más allá de lo puramente inmediato, de lo puramente material.
Es una superioridad que tienen las sociedades totalitarias sobre las sociedades libertarias. Debería ser un gran reto, un gran incentivo para que nosotros llenáramos ese vacío y remediáramos esa deficiencia, que indudablemente es una diferencia típica de las sociedades abiertas.
Respecto de la relación entre el pensamiento católico, sobre todo en América Latina, y el desarrollo tecnológico y económico moderno, Vargas Llosa señala:
-En las iglesias protestantes, la idea de la libertad económica, la idea del mercado, la idea de la empresa individual, del éxito económico, como las herramientas del progreso y el bienestar, no solamente estuvo bien vista, sino propiciada e impulsada. En la Iglesia Católica, en tanto, tradicionalmente hubo una gran resistencia contra lo que quizás, con un instinto certero, se percibía como un riesgo de secularización de la sociedad. La Iglesia Católica –aunque por supuesto hubo excepciones-, en general mantuvo una actitud muy recelosa, reticente, a la civilización industrial y a la cultura de la libertad económica; en esto, la corriente -diríamos- dominante de la Iglesia no ha cambiado, sigue siendo profundamente reticente y recelosa de algo que le parece contradecir íntimamente ciertos valores espirituales. Afortunadamente hay, dentro de la Iglesia, algunos sectores que entienden que la civilización industrial moderna es la única garantía de bienestar para todos los miembros de una sociedad, la única manera a través de la cual se puede erradicar el flagelo de la pobreza, de la miseria de una sociedad.
La razón por la cual dentro de la Iglesia han surgido teorías como la Teología de la Liberación, que toman resueltamente una opción en contra de la cultura de la libertad económica, es porque hay una tradición muy arraigada en la Iglesia, que ve en el éxito económico, en el desarrollo económico, una amenaza para los valores espirituales cristianos.
Esto es lo que ha llevado muchas veces a esa especie de coexistencia difícil, cuando no a la confrontación o abierta ruptura entre la Iglesia y la sociedad industrial moderna; es un problema que debe resolverse, porque yo creo que la civilización industrial moderna necesita de un sustento espiritual muy rico para combatir en su seno ciertos fenómenos que son profundamente dañinos, como el de la deshumanización y el del egoísmo individualista. Pero, de otro lado, creo que la civilización industrial tiene que hacer el esfuerzo respectivo para entender que no todos los problemas económicos se pueden resolver en términos estrictamente económicos, que tiene que haber un complemento de tipo cultural o espiritual para que esos problemas se resuelvan satisfactoriamente, a largo plazo, y dentro de lo que sería un genuino bienestar, que no puede ser entendido sólo en términos materiales.
-Hay un autor norteamericano que ha hecho uno de los intentos más serios, tal vez, por definir la noción de un capitalismo democrático desde una perspectiva católica. Se trata de mostrar sobre todo el espíritu que lo anima, es decir, las estructuras éticas y culturales que permiten su funcionamiento. Me refiero a Michael Novak. ¿Ha tenido oportunidad de leerlo? ¿Cree usted que en él el liberalismo económico puede hallar una buena base de sustentación ético-política?
-Novak es un hombre muy interesante, ya que además de ser un cristiano profundamente impregnado de dichos valores es también un hombre profundamente convencido de los beneficios que traen el capitalismo moderno y la cultura de la libertad económica. Es un hombre que, justamente, trabaja en forma intensa por impregnar de trascendencia la filosofía liberal y la sociedad moderna, pero creo que en abono de lo que decíamos antes, el caso de Novak es aún más bien la excepción a la regla dentro de la cultura católica.
Cuando uno lee a los grandes teóricos del capitalismo, incluso a los pensadores más geniales de ese campo, como Hayek o Friedman, no ve nunca allí un asomo de trascendencia ni de espiritualidad; ve el problema planteado en términos estrictamente económicos o filosóficos, humanistas, pero el tema de la trascendencia y el tema de lo espiritual parece haber sido totalmente abolido. El caso de Novak es más bien una excepción porque él está convencido de que ambas cosas son como el anverso y el reverso de la medalla.
Desde luego que son muy interesantes sus ensayos, como también lo es la manera como él se interesa por América Latina, a diferencia de lo que ocurre con otros pensadores modernos, liberales. Él sí es un hombre que conoce la problemática latinoamericana y la ha estudiado de una manera polémica; por ejemplo, en sus ensayos críticos sobre la Teología de la Liberación.
Nicaragua y Cuba
–El 19 de julio pasado se cumplieron 10 años de la revolución sandinista nicaragüense. Usted, en el año 1985, tuvo oportunidad de visitar ese país y escribir un breve ensayo que llevaba por título “Nicaragua en la encrucijada”. En esa conocida publicación manifestaba ciertas esperanzas por el curso de los acontecimientos en dicho país. A una década de la instalación en el poder del régimen marxista de Ortega y a algunos años de su visita, ¿cuál es su actual evaluación de ese proceso?
-Creo que mi percepción no fue del todo equivocada. Nicaragua, a pesar de haber avanzado tanto en lo que sería un modelo totalitario, no es Cuba. Creo que hay unos espacios críticos que se han mantenido, mal que mal, y que hoy en día si es que estas elecciones llegan a tener el carácter que creo todos quisiéramos tuvieran –elecciones genuinas, elecciones auténticas-, van a tener la oportunidad de recibir un apoyo popular o por lo menos cotejarse con el sandinismo ante la opinión pública nicaragüense. ¿Qué posibilidades hay de que en estas elecciones resulte una genuina democratización de Nicaragua? Es muy difícil decirlo; creo que el gobierno nicaragüense se encuentra ante un disparadero; la situación económica de Nicaragua es tan crítica, tan difícil; la presión internacional en favor de la democratización, no sólo de los países desarrollados, de los Estados Unidos, de Europa occidental, sino de la propia América Latina, es muy grande y todo eso empuja al sandinismo a una apertura. Ahora, esta apertura puede significar pura y simplemente que el sandinismo se vea expulsado del poder por el voto popular, algo que es muy posible; creo que la crisis tiene que haber reducido muchísimo la popularidad del sandinismo.
En estas elecciones, si la oposición no tiene la mayoría, va a tener de todas maneras una votación significativa como para tener derecho a compartir el poder con el sandinismo. ¿Va a aceptar eso el sandinismo?: ésa es la respuesta crítica. Si la oposición tiene en esas elecciones libres suficientes votos como para compartir el poder, pues entonces el sandinismo pasará a ser pura y simplemente un partido más entre dentro de una sociedad que habrá optado por la democracia. Yo creo que América Latina debe ejercer una gran presión para que Nicaragua entre también a formar parte de esta cultura de la libertad; es decir, para que haya allí una genuina democratización.
La pregunta siempre quedará flotando allí en el aire. Para Vargas Llosa un papel fundamental jugarán en este proceso las FF.AA. Mientras ellas no dejen de ser “un órgano de masas del partido”, se hace muy difícil pensar en un régimen político democrático.
-Dentro de este cuadro de reencuentro democrático que vive Latinoamérica, ¿cómo explicaría los últimos acontecimientos sucedidos en Cuba? ¿Se trata de la reivindicación desesperada por el modelo “clásico” de hacer la revolución, esto es por las armas y con el consiguiente uso de la fuerza?
-No es ningún secreto que Cuba ha estado contra la “perestroika” y que ve con enorme desconfianza el proceso de democratización del mundo comunista; no es ningún secreto, porque Castro se ha encargado de decirlo de manera muy explícita. Es un hecho que Cuba ha quedado convertida en una nación excéntrica dentro del propio mundo comunista por su adhesión al modelo autoritario –diríamos- clásico. Ahora, ¿qué es lo que está pasando exactamente en Cuba? Yo no lo sé, pero estoy convencido de que esas pugnas, esos juicios, fusilamientos, deposiciones, revelan un problema interno bastante serio y extendido que evidentemente va mucho más allá de las razones que se muestran hacia el exterior. El problema de la droga –que seguramente existe- debe ser unos de los componentes del problema, pero nadie puede pensar, sinceramente, que en un país vertical, totalitario y pequeño como Cuba, haya podido existir una mafia, a esas alturas del poder, sin que Fidel Castro ni su hermano Raúl, Jefe de las Fuerzas Armadas, se enterasen. Es inconcebible. Debe de haber algo más, debe de haber un elemento político muy fuerte en todo este drama, que puede ser algún complot en marcha que está siendo zanjado de raíz y escarmentado, o un malestar al que está dando desahogo de esta manera tan dramática. Pero evidentemente tiene que haber un componente político en el sistema. Y pienso que tal como están las cosas hoy en día, sobre todo en el mundo comunista, la situación de Cuba es que va a tener un desarrollo en un futuro inmediato. Pero pudiera ser al revés, lo que pudiera haber ahora es un cerrase en sí misma, una especie de “albanización” de Cuba para tratar de mantener a la isla impermeable a la contaminación democrática, que hoy es también, pues, una infección en todo el mundo comunista. Entonces pudiera haber simplemente un movimiento hacia atrás y hacia adentro, para convertir a Cuba en un mundo fuera de la historia, fuera del tiempo, una especie de sociedad lunar que ha escapado completamente al movimiento de la historia.
Resulta extraordinario, si uno piensa que hace 30 años nosotros vimos a Cuba como el país que estaba a la vanguardia de América Latina, y hoy día vemos que todos sus esfuerzos son para quedarse lo más atrás, lo más lejos posible, regresar –en cierta forma- a las cavernas de la historia, que es en lo que está quedando convertido el socialismo.
Literatura y política
Acosado por las extraordinarias urgencias de una campaña presidencial de resonancia mundial, el escritor, como es natural, se refiere, para terminar, a la confluencia en su interior de lo literario y de lo político –tema que ya bordeó en otras oportunidades-, vista ahora desde el incandescente presente:
-Son éstas dos actividades que coexisten con mucha dificultad y que hasta en cierta forma se repelen. La actividad literaria es una actividad solitaria, en la cual es uno enteramente responsable de lo que hace, no es un quehacer que esté supeditado a la actualidad, y es una actividad en la que uno no tiene por qué someterse a la dictadura del tiempo. Creo que la política es todo lo contrario: es una actividad que debe hacerse en equipo, tiene que ver con los demás; significa, necesariamente, constantes transacciones, concesiones. Uno vive enteramente subordinado a la actualidad. Las circunstancias, las coyunturas, determinan los horarios, la agenda, las decisiones, y, por otra parte, uno no puede casi tomar distancias, sobre todo cuando se hace política en las condiciones de emergencia en las que estamos haciéndolo hoy día en el Perú. Entonces, son dos actividades muy alérgicas, írritas –yo diría- en lo profundo, la una a la otra. Yo digo esto como una contradicción que es indisoluble. Estoy haciendo política no por vocación –por vocación yo hago literatura-; estoy haciendo política más por razones de tipo cívico y ético, sin renunciar a mi vocación; yo me doy cuenta, lógicamente, de que ésta es una actividad que va a mermar mucho mi vida intelectual y mi vida creativa, pero espero que sea algo transitorio. Creo que hay ciertas circunstancias que exigen una participación cívica a todos los ciudadanos de un país, tengan o no vocación política, les guste o no les guste la actividad pública, y creo que ésta es la situación actual del Perú.
-En esa coyuntura en que usted se encuentra, ¿hay nostalgia por esa mañana, que como describió en alguna entrevista anterior con “El Mercurio”, procura mantener “a piedra y lodo” para sus trabajos literarios? ¿Hay algo en su interior que de algún modo le recrimina?
-Yo no he sido nunca un cultor de la autocompasión, que es una inclinación que tenemos muchos peruanos; nunca me ha gustado en los demás y, quizás por eso, nunca la he practicado. Creo que uno tiene que meditar mucho antes de tomar una decisión, pero cuando la toma, por lo menos en mi caso, no suelo seguir paralizado por dilemas hamletianos, sino simplemente me entrego a fondo a aquello que me he propuesto; esto es lo que estoy haciendo ahora, estoy totalmente metido, de lleno, en esta nueva actividad, y sin tiempo, y, por supuesto ninguna gana para preguntarme si hice bien o hice mal. Yo creo que es lo que tenía que hacer y estoy tratando de hacerlo lo mejor que puedo. No he renunciado enteramente a la actividad intelectual; en las mañanas procuro siempre reservar algunas horas para ello, a veces son muy pocas, porque estoy convencido de que con esa pequeña actividad intelectual que reservo para mí cada día puedo funcionar muchísimo mejor haciendo lo otro. Creo que haría política peor de lo que lo hago, si es que no pudiera dedicar unas horas al día a leer, a pensar, a reflexionar, a tomar unas notas, a algo que me distanciara un poco de la actividad política y me mantuviera viva la actividad intelectual.
Por otra parte, creo que es muy importante que al hacer política de ninguna manera se caiga en lo que caen muchos políticos profesionales, que es el hacer de ella una mera lucha por el poder, una actividad que no tiene que ver sino que prácticamente con la intriga, la maniobra o la especulación. Soy un convencido de que la política debe ser básicamente cuestión de ideas, de principios y también de imaginación y de creación; entonces, para hacer política de ese tipo, es importante tener una vida intelectual viva, en la que uno pueda meditar, analizar, reflexionar y dar una cierta visión trascendente de aquello que es la actividad puramente cotidiana.
-De ahí que usted también decía en alguna entrevista que la política suele despertar, tal como se le entiende hoy en día, aquellas dimensiones más deleznables del hombre. ¿Conserva esa impresión?
-La política tiene que ver con el poder, y el poder creo que no sólo ahora y en América Latina, sino desde siempre, ha sacado lo peor que hay en el hombre: la ambición del poder, la lucha por el poder, o por retenerlo, o por conquistarlo; es algo que tiende a pesar como una fuerza irresistible que derriba todos los principios, derriba los sentimientos, es decir, saca los peores instintos del ser humano. Es una de las razones por las que creo que la democracia es el mejor sistema, o el menos malo, que han inventado las sociedades; porque la democracia con esa red de poderes y contrapoderes, de contrapeso y fiscalizaciones, impide que la política degenere en la pura barbarie, que es en lo que degenera la política cuando no hay crítica, cuando no hay fiscalización del poder, cuando el poder puede expresar esa vocación íntima que tiene todo poder: una vocación de crecer y durar, a ser omnímodo y ser eterno; eso es algo implícito en él.
La democracia crea un sistema donde eso está recortado, frenado, mediatizado, es decir, civilizado. Creo que es una de las razones de por qué es fundamental que la democracia exista y que esté constantemente, por supuesto, revitalizada, perfeccionada; porque la democracia si no se revitaliza y se degenera, se puede corromper y anquilosar internamente. Pero no hay ninguna duda de que la política es una actividad en la que se expresan, o manifiestan, de una manera mucho más visible que en otras, los peores instintos del ser humano.
Esta entrevista forma parte del libro: De los sueños de la razón, al despertar. Nueva crónica de las ideas.