Más de cien publicaciones avalan la reputación de Alain Besançon en la historiografía moderna. Autor además de numerosos artículos como sucesor de Raymond Aron en el semanario parisino L’Express –columna que dejó hace poco-, dicho historiador francés visitó nuestro país en junio de 1989, un mes antes de las magnas celebraciones oficiales preparadas en su país por el gobierno socialista de François Mitterrand para conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa.
Alumno brillante de las Grandes écoles francesas, Alain Besançon hizo sus estudios en Francia, concretamente en París. Su deseo de especializarse en la historia rusa lo llevó a pasar un año -1961- en Moscú como invitado de la Academia de Ciencias de la URSS. Posteriormente fue asistente de investigación en la Universidad de Columbia, Nueva York; profesor visitante en Rochester, Nueva York; y profesor visitante en la Hoover Institution de Stanford, California. Ha enseñado asimismo en Oxford, Inglaterra, donde ha permanecido en el conocido All Souls College de dicha universidad. En 1981 la Academia Francesa le otorgó el Gran Premio del Ensayo y, más recientemente, en 1987, el Premio de Historia.
Se desempeña actualmente como profesor en la Ecole des Hautes Etudes, lugar en que antaño trabó amistad con su maestro Aron.
-Transcurridos doscientos años, ¿cómo ha cambiado la imagen que tienen los intelectuales franceses de la Revolución Francesa?
-Se ha producido un fenómeno muy curioso. Actualmente tenemos un gobierno socialista que se propone celebrar en grande la Revolución Francesa, para glorificar a la izquierda y para glorificar la Revolución en general. Pero las cosas han tomado un curso muy diferente. Gracias a varios historiadores, creo que por primera vez estamos encarando en Francia ese acontecimiento en una forma que podríamos llamar racional. Ya no se pinta un cuadro totalmente color rosa, ni totalmente negro. Sencillamente, lo abordamos desde un punto de vista histórico, como un fenómeno importante, para bien o para mal –y debemos confesar que más para mal. Estos análisis fríos de la Revolución Francesa, realizados por historiadores provenientes de todas las zonas del espectro político, incluso de la izquierda, son en mi opinión un fenómeno inusitado en Francia. Porque hasta ahora hemos tenido interpretaciones dualistas de la Revolución, propuestas, por una parte, por gente que se oponía a ella y, por otra, por los que tenían una visión favorable de la misma. Sin embargo, en la actualidad esta especie de dicotomía parece estar superada. Tengo que mencionar aquí el nombre de François Furet, que a pesar de venir de la izquierda hizo que historiadores de la época de Stein, Cauchin, Dissot y Tocqueville, que eran los héroes de la derecha, fueran aceptables para la izquierda.
No obstante, todavía existe un pequeño bastión de historiadores, que pertenecen principalmente al Partido Comunista, que siguen exaltando a los jacobinos y los consideran los precursores de los revolucionarios soviéticos, pero ya no son importantes en la escena intelectual y no los toman en serio.
-Al leer las revistas francesas de actualidad se advierte que los personajes centrales de la Revolución Francesa, de acuerdo con esta nueva visión, ya no son ni Robespierre, ni Danton, ni Marat, sino Condorcet, el abate Gregoire.
-Efectivamente, creo que esto se debe únicamente a que el gobierno francés actual no se atreve a poner a Robespierre, a Marat y a las figuras más representativas de los jacobinos en un primer plano; prefieren poner allí a figuras más benignas como Condorcet o el abate Gregoire.
-Sin embargo, ellos desempeñaron un papel secundario en los acontecimientos.
-Depende de nuestro punto de vista. Porque, después de todo, Condorcet fue un hombre de gran estatura intelectual. El abate Gregoire es quizás la nota masónica del gobierno.
-¿Hace un esfuerzo consciente el gobierno por tratar de separar el Terror de estos acontecimientos?
-Sí. Por el momento, la democracia francesa pasa por un período de mucha tranquilidad, y no tiene deseos de revivir la escena sangrienta de la Revolución. Ha ocurrido un fenómeno muy extraño y es que, por primera vez, que yo sepa, se está analizando en cierta medida “La Marsellesa”. No me refiero a la música, sino a la letra, a las ideas que contiene, que nos parecen muy “sanguinarias”.
El poder cayó en manos de un partido
-Frecuentemente se ha analizado la Revolución Rusa como una consecuencia de la Revolución Francesa. ¿Qué repercusiones tiene esta visión de los hechos que, de acuerdo a lo dicho por usted en sus conferencias, no comparte?
-Una de las razones por las cuales las ideas comunistas y la popularidad de la Unión Soviética echaron raíces en Francia fue debido a que la Revolución Soviética fue vista por el pueblo como una continuación o repetición de la Revolución Francesa.
En una de mis conferencias en Chile expliqué estas ideas. La Revolución Rusa, a mediados del siglo XIX seguía la senda de la revolución europea clásica; es decir, seguía lo que podríamos llamar el paradigma de la Revolución Inglesa o de la Revolución Francesa. Pero por razones muy específicas cambió repentinamente de curso y se excedió del límite que era recomendable, y al hacerlo se transformó en un fenómeno histórico totalmente nuevo. En otras palabras, la senda clásica de la revolución, tal como la ejemplifica Inglaterra en el siglo XVII o Francia en el siglo XVIII, se caracterizaba porque el rey devolvía el poder a la sociedad civil. No obstante, lo que distingue a la Revolución Soviética es que la sociedad soviética no pudo heredar el poder que perdió el zar; el poder cayó en manos de un partido utópico que se propuso crear una sociedad enteramente nueva, totalmente diferente del orden liberal o democrático, que es el resultado final de lo que yo llamo una revolución “clásica”.
-En todas estas revoluciones “clásicas” de la modernidad, la democracia pareciera ser el ideal, la meta deseada. ¿Cree que el ideal de la democracia prevalece al interior de estos movimientos, concretamente la Revolución Rusa o la Revolución Francesa?
-Sin duda que no estaba en el interior de la revolución rusa, pero sí en la francesa. Aunque no en forma inmediata. Una idea importante que se ha mencionado en el último tiempo es que el proceso que conduce desde el antiguo régimen al nuevo es muy largo, y requiere por lo menos un siglo. Tomó aproximadamente cien años para que Inglaterra pudiera pasar del antiguo al nuevo régimen. Y lo mismo ocurrió en Francia. Se requirió por lo menos un siglo para el establecimiento final de la República a fines del siglo XIX. Y éste es también el caso de la misma revolución que tuvo lugar en un país como Alemania, proceso que empezó en 1848 y terminó probablemente en 1945; o en España, a contar de 1873 hasta culminar en 1975.
-Estos procesos podrán tal vez ser vistos, dentro de 200 o 300 años, como una revolución en el camino hacia la democracia…
-Nadie puede predecir el futuro. Creo que la instauración de la democracia es una auténtica revolución, que tiene lugar a escala histórica en el mundo actual. No puedo saber si es el último régimen político que conocerá la humanidad. Quizás la democracia tenga muchas cosas buenas; sin embargo, nadie puede predecir el futuro.
Mi visión de la democracia no es la del régimen perfecto. Sería insensato pensar que la democracia es mejor que el régimen presidencial, que la monarquía, que el imperio o que la república antigua, como las de Roma o de Atenas. Pero el hecho es que, cuando se ha establecido, la democracia parece ser muy difícil de erradicar. Consideremos, por ejemplo, el caso de Chile, que ha sido una democracia desde hace mucho tiempo. Esta democracia estuvo a punto de ser derrocada por el comunismo. No obstante, Chile reaccionó resueltamente y después de una agitada y breve interrupción en la cual la vida política quedó en cierto modo congelada, ahora se encamina a la reanudación de la democracia. En consecuencia, la democracia parece ser un régimen bastante sólido, al menos por ahora.
-¿Podríamos considerar en este caso también a España, donde un régimen considerado “dictatorial y autoritario” condujo a la democracia?
-Ese fue el caso de España y, supongo, porque no conozco suficientemente la historia chilena, que de acuerdo con la conciencia histórica de este país, no es imposible hacer cierto paralelo con España. No puedo criticar al general Franco, porque después de todo salvó a su país del régimen absolutamente perverso que es el comunismo. Se opuso después a Hitler, cuyo régimen era hermano gemelo del comunismo, y ayudó a su país a entrar en el mundo moderno industrializándolo y preparando el terreno para una transición pacífica a la democracia.
Camino a la democracia
-No deja de ser interesante el hecho de que países que han sido considerados y atacados por los medios de comunicación como “dictaduras” puedan conducir a la democracia…
-La dictadura no es un régimen nuevo en la historia universal; después de todo, el nombre “dictador” es de origen romano y significa que cuando la república enfrentaba alguna dificultad, podía apelar a este tipo de régimen transitorio. No veo nada totalmente nuevo. Nada que esté completamente fuera de la experiencia humana común.
-Por lo tanto, puede ser necesaria en algunas ocasiones, diría usted…
-Puede ser necesaria. Y comparto las ideas sobre la enorme diferencia que hay entre un régimen autoritario y uno totalitario. Y, sin duda, prefiero el régimen autoritario al totalitario.
-¿Cómo explicaría la diferencia entre ambos?
-El régimen totalitario destruye la sociedad, ése es su sentido. En cambio, un régimen autoritario, en la forma en que lo hemos experimentado en el siglo XX, la mayoría de las veces –pero no siempre- protege a la sociedad de esta destrucción. Sin embargo, congela en cierto modo la vida política, pareciera que la paraliza por algún tiempo, y después es muy difícil volver a una vida política normal.
-Usted ha señalado que el liberalismo se formó antes de la Revolución Francesa, pero que ésta le transmitió la noción a veces peligrosa de igualdad.
-Hay una distinción muy clásica entre las nociones de libertad e igualdad. La primera es absolutamente necesaria para el bienestar de la humanidad. El hombre no puede vivir sin libertad. Pero la libertad puede existir en regímenes muy variados y diferentes. Había libertad en la monarquía; había un ordenamiento jurídico y procesos legales justos. Montesquieu demostró que la libertad puede existir en el régimen monárquico tanto como en la república. La idea de igualdad, en cambio, es más moderna y está relacionada con la idea de democracia, porque esta última puede definirse como la igualdad de condiciones, que es la definición clásica que dio Tocqueville. Y también está relacionada con la idea de representación, de que uno no puede obedecer más que a uno mismo.
Sin embargo, como Tocqueville lo ha demostrado en términos muy clásicos, se puede concebir una democracia que sea antagónica a la libertad. Creo que en nuestro orden de prioridades, la libertad debe ocupar el primer lugar. No podemos vivir sin libertad. No puede haber justicia sin libertad. La idea de igualdad es más reciente desde un punto de vista histórico.
-¿Se puede afirmar que el liberalismo, actualmente, a menudo confunde igualdad y libertad?
-En la democracia moderna, en la democracia clásica, tal como ha sido ejemplificada por la Constitución y por la vida política de los Estados Unidos, encontramos un equilibrio afortunado entre igualdad y libertad. Y lo que le preocupaba a Tocqueville era que en un país como Francia la igualdad pudiera tener prioridad sobre la libertad. Para él, esta prioridad era una perversión de la democracia.
Esta entrevista forma parte del libro:
