ENTREVISTAS
Vintila Horia

En el Espacio del Exilio

¿Dónde se ubica usted a sí mismo como escritor en el vasto horizonte de las letras contemporáneas?

-Yo diría que en el espacio del exilio, porque después de la Segunda Guerra Mundial el espacio europeo se enriqueció con un nuevo subespacio, por así decirlo. Muchos escritores, no sólo de Rusia, sino de todos los países ocupados después del 45 y que forman en el fondo toda la estructura geopolítica y espiritual de la Europa Central, tuvieron que escoger la libertad para sobrevivir y para sobrevivir como escritores, y entonces nos encontramos, después del 45, en los años 50 como en los años 60, con un inmenso exilio formado por rumanos, polacos, húngaros, checoslovacos, alemanes del Este, yugoslavos, búlgaros, que dejan sus países y se establecen en los países occidentales. Sobre todo en Francia, en Alemania, en Italia, en los Estados Unidos y en Madrid –pues Madrid forma parte ya de la historia literaria de Rumania-. Aquí en efecto se estableció un grupo de escritores bastante importante, de poetas, de prosistas también, algunos de los cuales murieron, y no se puede escribir la historia de la literatura rumana después de los años 50 sin contar con lo que yo he llamado alguna vez la Escuela de Madrid. Junto con Ionesco, con Mircea Eliade, con Ciorán y otros rumanos formamos parte de este nuevo capítulo de la historia literaria rumano-europea que podría ser llamado el espacio del exilio.

Vintila Horia nació en 1915 y residió en Rumania, su patria, hasta el año 1940, cuando fue nombrado Agregado de Prensa de su país en Roma. De lo que vivió en adelante explica: “Vino entonces el gobierno de la Guardia de Hierro y perdí mi cargo. Me fui a Viena, estudié literatura alemana con la beca Humboldt, y luego estando allí me nombraron otra vez Agregado de Prensa en Viena y hasta el año 1944 no perdí los contactos con mi país. Cuando los rusos entraron en Rumania, entonces sí que perdí este contacto. No volví nunca más a Rumania desde 1944. Viví un año en un campo de concentración en Alemania. Me trasladé luego a Italia, a Argentina, volví por fin a Europa. Viví unos años aquí y luego nos fuimos a París, porque habían publicado allí “Dios ha nacido en el exilio”, que me valió el Premio Goncourt. Nos quedamos cuatro años en París y volvimos a España en 1964 con el acuerdo de toda la familia”.

-Ya que habla del exilio, y siendo usted autor de “Dios ha nacido en el exilio”, que fue la obra con que obtuvo el Premio Goncourt, ¿qué puede decir de su propio exilio como experiencia propulsora de literatura?

-Como es natural, muchas veces he pensado en esto. Yo considero el exilio como una técnica del conocimiento. No sé si usted recuerda un poema muy bonito de Rainer María Rilke, “El canto de amor y muerte del Alférez Cristóbal Rilke” –uno de los primeros y más bonitos poemas de Rilke-, donde habla de un viaje y cuenta las tres etapas iniciales en la vida de un ser humano. Ellos van a la guerra para luchar contra los turcos –esto sucede durante una especie de Edad Media europea- y durante este viaje él conoce la amistad, que sería como el primer peldaño del conocimiento, conoce el amor, que sería un segundo peldaño o técnica del conocimiento; siendo el tercero y más importante la muerte, porque muere al enfrentarse a los turcos, al entrar en batalla. Yo añadiría a estos tres peldaños una cuarta técnica del conocimiento que es el exilio, siempre considerando el exilio, claro, como una especie de iniciación o de técnica importante del conocimiento, tan importante, quizás, como el amor y la amistad.

Quien haya conocido el exilio es como un alumno de Sócrates que haya conocido al Maestro. ¡Es una mayéutica! 

-¿Qué balance haría de su importante obra periodístico-cultural, resumida en el libro “Viaje a los centros de la Tierra”? ¿Por qué ese título?

Porque hace unos 15 años, creo, después de terminar una novela que se titula “Una mujer para el Apocalipsis”, me planteé un día el problema de la validez de mis opiniones. Al darme cuenta de que vivía en un momento determinado y en un sitio determinado y de que yo tenía una formación, una ideología y que todo lo expresaba a través de una filosofía personal, por así decirlo, me dije un día, en el año 1969: a lo mejor mis ideas ya no son las ideas de mi tiempo, a lo mejor tendré que cambiarlas, a lo mejor no tengo la razón en lo que estoy apoyando.

¿Cuál podía ser para mí la mejor manera de controlar esto? Llegué a la conclusión de que lo mejor sería hacer una lista de las personas más importantes que vivían en Occidente en ese momento, e iré a verlas para constatar si ellas pensaban como yo o no. Entonces hice una lista de 40 personas o algo así, donde estaban Toynbee, Gabriel Marcel, Fellini, Marshall MacLuhan, dos o tres grandes teólogos como Karl Rahner y Von Balthasar, el pintor abstracto Georges Mathieu, de París, algún historiador y algún médico muy importante, algún arquitecto –el famoso Abramovitz, de Nueva York, que hizo el edificio de las Naciones Unidas-, Heidegger, el norteamericano John Dos Passos, científicos como el físico alemán Heisenberg, en fin, un mundo de gente.

Para viajar hasta esta gente para ir a rastrearlos implicaba una cantidad de dinero importante. Coincidió esto con una propuesta que me hizo una revista semanal médica que se distribuye gratis a los médicos en España, Portugal e Hispanoamérica –tenía una tirada de 60 mil ejemplares o algo así, y tenía mucho dinero porque era propiedad de grandes laboratorios en Madrid-. Me sugirieron una gira a través de los grandes hospitales y clínicas de Europa. Yo les dije que no, que eso no me interesaba, que estaba dispuesto a proponerles otro tipo de encuesta. Enseguida aceptaron, y durante casi dos años me paseé por el mundo entero escribiendo reportajes o capítulos para un futuro libro que al que enseguida titulé “Viaje a los centros de la Tierra”, que eran eso para mí los representantes de todas las disciplinas a quienes visité.

Constaté al final del viaje que yo no me había equivocado, que todos ellos pensaban más o menos como yo en el sentido de que eran o profundamente cristianos o profundamente espirituales, en un sentido muy antimaterialista de la palabra. Algunos de ellos no adherían a una religión determinada, pero creían en Dios, aceptaban el mensaje de Jesucristo. No se atrevían a decir: Dios ha creado el mundo, Jesucristo es el creador de una nueva religión. Pero estaban mucho más de acuerdo con esto que con la tesis del materialismo dialéctico o del positivismo.

Recordaré siempre la entrevista con Toynbee, que era una persona realmente impresionante, buena y convencida de todo lo que decía y con la que coincidí muchísimo. Lo mismo podría decir de Heisenberg, a quien pregunté en Munich acerca de sus relaciones con Dios. Me dijo enseguida: mucho más agradables y fáciles que las relaciones con los hombres. Luego, en el Observatorio de Radioastronomía de Inglaterra, cerca de Manchester, creado por un inglés, que fue hecho Sir después por la Reina, que se llama Bernard Lowel, a quien pregunté cuál era su teoría sobre el origen del cosmos: mire usted –me dijo-, yo no me atrevería a lanzar una teoría sobre el origen del cosmos antes de consultar con unos teólogos.

Todo esto fue para mí muy elocuente del cambio extraordinario que se había producido en el mundo en aquella época, o sea en los años 60.

Y me di cuenta más tarde que la revolución que había producido la física cuántica, que es el elemento que ha cambiado todo en el siglo XX. Porque al ser una física antideterminista y muy espiritualizada –la materia para ellos es puro espíritu y a través del antideterminismo se sitúan en una posición antimaterialista-, el materialismo positivista del siglo pasado, que es determinista, pasa a ser algo completamente superado a partir del año 1900, cuando Planck en Berlín pronuncia su conferencia sobre las partículas.

Para mí –esto lo he dicho aquí en varias conferencias y aulas- la revolución de los tiempos contemporáneos no estalla en el año 1917, como cree mucha gente. El año 1917 es el fin de algo, no es el principio: es el fin del materialismo; el comienzo de todo futuro es el año 1900 cuando Planck pronuncia su conferencia sobre las partículas y desde aquel momento se empiezan a desarrollar en el mundo científico nuevas teorías. 

-¿Esto de algún modo no coincide con una cierta desilusión respecto de la capacidad de progreso que el racionalismo había propuesto?

-Sí, evidentemente. Basta con mirar el desengaño que representa en la misma época, exactamente, la pintura del expresionismo en Alemania. ¿Por qué son tan trágicas, tan desengañadas, tan tremendamente tristes esas figuras? ¿Qué significa esto? Es la expresión de un desengaño. Como a su modo la generación de los desengañados aquí en España, a principios del siglo XVII, con Cervantes, Quevedo y demás. Había fracasado algo invencible y se había producido un desengaño. Pues lo invencible en este caso era el materialismo. Aquél había fracasado y había surgido una generación de desengañados y un mundo revolucionario, pero no de tipo materialista, porque aquello es una tradición envejecida. La revolución significa para mí lo cuántico, es el retorno a unas grandes tradiciones de tipo occidental. 

-A propósito de esta preocupación por las reflexiones que ha inaugurado la ciencia moderna, ¿usted aprecia alguna proyección de estas reflexiones y descubrimientos en la vida pública y política contemporánea?

-No, no. Me acuerdo que en una rueda alguien le preguntó eso mismo a Sócrates –y lo cita Platón en uno de sus Diálogos- de todas las doctrinas e ideologías de su tiempo, tú, ¿con cuál de ellas estás? Y él dijo: con ninguna; pues ninguna de ellas estaba a la altura de sus pensamientos. Ninguna de las ideologías contemporáneas está a la altura de la ciencia contemporánea. Y le voy a decir más. Cuando los marxistas dicen que el marxismo es una ciencia, ellos tienen razón, pero es la ciencia del siglo pasado, que no tiene ninguna vigencia. El mérito de Marx ha sido el de haber aplicado a la política las ideas de la ciencia de su tiempo. Las ideas científicas de nuestro tiempo no están en ninguna ideología. Para mí el gran fallo de nuestro tiempo, la tragedia de nuestro tiempo es ésta. La ciencia contemporánea no se refleja en este momento en ninguna doctrina.

Ahora, ¿le parece a usted que más bien debe ser la ciencia la causa que se refleje como efecto de las doctrinas filosóficas, o al revés, más bien estas corrientes de ideas las que deberían promover determinadas escuelas científicas?

Todo forma como una especie de frente, en todas las épocas, un frente que avanza, que progresa, y ese frente está apoyado en las técnicas del conocimiento que son la física, la astronomía, la literatura, la filosofía, que dicen la misma cosa empleando cada una su lenguaje característico. Pero todo esto forma –digamos- el mismo sistema, la misma ideología o la misma filosofía. Una época está siempre determinada por una de esas técnicas del conocimiento. Puede ser la pintura como en los principios del Renacimiento; puede ser la filosofía como en el siglo XIX, a través de la filosofía alemana o la filosofía en el siglo XVIII en Francia; o puede ser la ciencia como en otras épocas de la humanidad. Y en este momento, la disciplina que todo lo controla y todo lo determina, es la ciencia a través de la técnica. Es la ciencia a través de la técnica que ha universalizado a Occidente, esto es evidente. Y esta ciencia a través de la técnica tendría que elaborar un día una ideología situada en su mismo nivel.

-¿En el ámbito político-social?

-En el ámbito político-social y económico. Y todo eso con el fin de que la humanidad no continúe como vive hoy, de manera primitiva en lo político. Porque vivimos bajo la amenaza permanente de guerras, de revoluciones y de hambres en todo el mundo. Para la gente que está situada en un nivel sumamente privilegiado, mucho más en lo alto que la política, eso es evidente. Existe efectivamente una elite científico-literaria, filosófica, en el mundo que vive completamente aparte de la bajura política de este momento. Hay una discrepancia y un desnivel que explica hasta cierto punto la desgracia del mundo contemporáneo. 

¿Qué juicio hace usted de la obra de un pensador que sin duda ha gravitado bastante en el ámbito de la filosofía de la ciencia contemporánea, incluso con proyecciones en lo político-social, como es Karl Popper?

-He leído varios libros de él y creo que es uno de los   intérpretes más valederos de la ciencia en el siglo XX. El, con otros, evidentemente, pues Popper no es el único en este momento. Hay escritores o pensadores en Alemania y Francia que han sobrepasado el punto de vista de Popper.

Su posición no es tan avanzada desde este punto de vista espiritual al que me refería antes, o como es la de algunos epistemólogos que tienen una formación –digamos- mucho más libre y más elástica y más universal que Popper. Popper, sin embargo, representa uno de los puntales de esta novedad.

Yo creo en definitiva que un filósofo o un científico que no haya pasado por la interpretación cuántica del universo no puede acercarse a realidades revolucionarias. Dos ejemplos en este sentido serían Einstein por un lado, que a pesar de su genio, a pesar de sus contribuciones formidables a la física como a la matemática, no aceptó nunca la novedad cuántica y estuvo siempre en la polémica con Heisenberg y demás; y el segundo, Teilhard de Chardin, que a pesar de su espiritualismo aplicado a la ciencia tiene un vacío en la base de su doctrina, situada en una especie de evolucionismo determinista que ya no es el de nuestro tiempo, que explicaría, hasta cierto punto, el hecho de que Teilhard esté en este momento un poco olvidado. 

-¿Qué explicación tiene usted para su inalterable admiración por la Edad Media?

-La Edad Media es el tiempo más largo en la historia cultural de Europa. ¿Cuántos siglos dura el Renacimiento? Ni siquiera dos. ¿Cuánto dura el barroco? Si no fuera por España, ni siquiera un siglo. ¿Cuánto tiempo dura la Ilustración? Pues menos de un siglo. ¿El romanticismo?

¿Cuánto tiempo dura la Edad Media? Dura de San Agustín a Dante, que son casi mil años. ¿Cómo se explica esa longevidad realmente impresionante? Lo que consigue la Edad Media es equilibrar hasta tal punto la psique de los seres humanos que, por un lado, casi no hay locos –se han escrito libros sobre esto, no hay locos en el Medievo- y no hay, digamos, oposición al sistema.

-Hay consenso en el buen sentido…

Efectivamente. El artista, por ejemplo, cuando uno mira los mosaicos de Palermo, o la obra de Giotto, se da uno cuenta que aquello no es como la pintura expresionista o dadaísta o incluso la pintura abstracta o la pintura de nuestro tiempo, del siglo XIX también, que es una pintura de oposición en contra de un sistema. En casi todas las épocas el artista está en contra del sistema. En la Edad Media, en cambio, el artista, como el científico, como el filósofo, como el universitario está de acuerdo con este todo que es la interpretación cristiana de la naturaleza, de la historia, del hombre en la sociedad, del Estado y de todo.

-¿En qué sentido es actual hoy la Edad Media?

-Yo he sido siempre un partidario de la Edad Media y desde hace más de 10 años –hasta cierto punto, evidentemente y dentro de lo que cabe-, un crítico del humanismo renacentista. La Edad Media como la ciencia contemporánea, como el físico cuántico de hoy o el astrónomo de hoy, creen en la unidad del cosmos. Se puede observar una interesante coincidencia entre los místicos y la física contemporánea. El cosmos es uno y el ser humano forma parte del equilibrio del cosmos. Pero todo eso fue poco a poco desmenuzado y destruido tanto por el humanismo que rompió el equilibrio, como sobre todo por la separación entre res cogitans y res extensa planteada por Descartes, seguramente sin darse cuenta de las consecuencias de ello. 

-¿Qué impresión tiene de la literatura española de nuestros días y a quién calificaría como el mejor escritor español de hoy?

-Para mí, la literatura española se confunde con literatura hispanoamericana. Yo no las separaría. Porque diría que en el marco de esta inmensa literatura hispanoamericana, en la que incluyo a la española, la limitada a la península está en crisis, y en una crisis muy grave.

-¿Desde cuándo?

-Desde hace años ya. Y en este momento en el inmenso espacio hispanoamericano hay algunos sitios privilegiados donde la literatura española da al mundo los mejores libros. Lo que se llama el “boom” hispanoamericano, donde figuran algunos chilenos también, es para mí en este momento la mejor literatura que se escribe en el mundo entero.

-¿Mejor que los de lengua francesa o alemana?

-No hay comparación. Francia en este momento no tiene a nadie o tiene muy poco. Igual Alemania e Italia. ¿Quién está hoy en Francia para representar el drama tremendo que vive la humanidad? ¿O en los Estados Unidos, digamos, desde la muerte de Faulkner, de Hemingway, de Ezra Pound y de todos ellos? –porque la generación perdida fue para mí una gran generación de literatos-. ¿Quién en ese momento representaría el drama humano? Lo representan, evidentemente, los hispanoamericanos. Por un lado, como representantes de un espacio dolorido o trágico, siendo el otro espacio dolorido del mundo también con sus grandes escritores, el espacio de la tragedia soviética. Allí también este dolor humano ha creado a Pasternak, a Solzhenitsyn, o alguno de los grandes exiliados de los que hablaba antes. Todos los demás viven en una especie de claroscuro o a la espera de algo, pero este algo no se ha producido todavía. Para mí, el mundo occidental no tiene hoy representantes literarios dignos del espacio del exilio o del espacio hispanoamericano.

-En cuanto a ese espacio hispanoamericano, ¿a qué atribuye usted esta posible mayor pujanza o mayor preservación en su capacidad creativa, con respecto al resto de Occidente?

-A que el escritor es quizás el ser humano con el más grande sentido de responsabilidad ante los hombres. Y en momentos y en espacios donde la condición humana está en peligro, es allí donde se manifiestan, nolens volens, y la defienden. Porque son los únicos, en este momento, que tienen el valor de entender a los seres humanos en los espacios donde la condición humana está en peligro, es decir, el espacio americano de arriba abajo, y el espacio dominado por los soviéticos. Entonces allí, con todos los riesgos posibles e imaginables, con el riesgo de su propia vida, el escritor se manifiesta. 

-Quisiera pedirle que me explicite un poco en qué ve usted ese riesgo. Porque para el lector corriente ese riesgo tiene lecturas muy distintas.

-¿En los dos mundos?

-Bueno, me imagino que en el mundo soviético es bastante evidente. Pero en el mundo americano caracterizable de norte a sur por situaciones tan distintas, ¿cuál sería ese riesgo que hace producir literatura?

-Pues allí existe el riesgo de quedarse uno en la sombra, de no encontrar periódicos donde expresar sus ideas o no encontrar editores donde publicar los libros. Por este mismo motivo existe también una especie de técnica tácita en el mundo hispanoamericano, de algunos escritores -¡nómina odiosa!- que por un lado se manifiestan en los periódicos como grandes amigos de Fidel Castro, por ejemplo, o como procomunistas o como prosoviéticos en sus declaraciones y artículos, mientras que en sus novelas podría calificarse la obra de esos escritores como directamente antimarxista. 

-Bueno, yo he escuchado con sorpresa una apreciación suya en este sentido respecto de Gabriel García Márquez, que sin ir muy lejos acaba de estar en un Congreso en La Habana.

-Usted lo ha dicho, yo no. Pero mencióneme un libro de Gabriel García Márquez que pueda ser catalogado dentro del realismo socialista. ¿Ve usted alguno de ellos?

Si se toma un libro como “El Otoño del Patriarca”, ¿quién en el mundo coincidiría con el patriarca de este libro? ¿No sería por un lado Fidel Castro y por el otro lado Ceaucescu o Brezhnev hace algún tiempo? Yo diría que es una especie de retrato, retrato quizás inconsciente. Pero el genio es inconsciente o el gran talento es inconsciente; o sea, trabaja y se expresa utilizando unos vectores subconscientes que no le permiten apartarse de la defensa de la esencia humana. Mientras que en su existencia, o en la parte superficial de su vida, García Márquez está con el patriarca, eso es evidente. Está con Stalin, con Ceaucescu, con Brezhnev, con Fidel Castro y con todos ellos. Es un aliado del Patriarca. Sólo el novelista García Márquez defiende al ser humano en contra de estos patriarcas. 

Es una interpretación novedosa y polémica la suya…

Yo creo que es así Al contrario exactamente de Vargas Llosa, que tiene en este sentido una actitud clarísima, es un hombre que defiende en sus artículos la misma posición que defiende en sus novelas. Pero García Márquez es un esquizofrénico, en quien una parte está con los hombres y otra parte está en contra.

Esta entrevista forma parte del libro: Crónica de las ideas. Para comprender un fin de siglo

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