Esta entrevista forma parte del libro:
Nacido en la Lorena francesa en 1921, Julien Freund fue en su juventud un activo miembro de la Resistencia, consagrando luego su vida al estudio y a la docencia en materias político-sociales. Catedrático actualmente de la Universidad de Estrasburgo y fundador de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad, el profesor Freund es también el presidente de la Asociación Internacional de Filosofía Política. Columnista de los principales diarios de su país, autor de más de 40 ensayos, sus obras más recientes son “El fin del Renacimiento” y “La esencia de lo político”.
La naturaleza de sus planteamientos, como no podía ser menos, despertó el vivo interés de diversos medios universitarios chilenos.

La crisis del Estado contemporáneo es el tema en que basó la principal de sus exposiciones en Chile el profesor Freund.
Comprender esta situación, precisa, exige observar el desarrollo de la concepción del Estado tal cual fuera acuñada al fin del Renacimiento siguiendo el pensamiento de Maquiavelo y otros autores italianos, pues es allí donde se encuentra su fuente original esta actual crisis.
“Se trata -el Estado así concebido- de un tipo de unidad política que se origina entre el siglo XV y el XVI, diferente de las unidades políticas anteriores, tales como los imperios orientales, las ciudades griegas o los reinos feudales de la Edad Media. Francia, España e Inglaterra fueron los primeros estados en el sentido moderno del término”. Con el correr del tiempo la misma expresión se hizo extensiva a otros países y continentes. “Pero el Estado no es eterno, indica Freund, es una creación histórica y como tal puede desaparecer, sucediéndole otra expresión, así como ella sucedió al Feudalismo”.
Con mucha precisión didáctica, el catedrático galo va señalando lo que considera como características fundamentales de esta noción de Estado, que ha desbordado hacia una situación francamente crítica en la actualidad. Veamos lo que dice respecto de alguna de ellas:
“En primer lugar, el Estado contemporáneo responde, en el orden de lo político, al proceso de racionalización que afectó, desde el principio del Renacimiento, a las más diversas actividades –lo económico, lo jurídico, etc.- y con esta racionalización, el impulso por intervenir más directamente en lo económico, en el ámbito de lo social, en el dominio científico, en el pedagógico, etc.”
Y apunta como ejemplos del comienzo de este intervencionismo estatista en diversos campos el economicismo de Colbert, que sobrepasó los límites de la acción del Estado introduciendo reglamentaciones estrictísimas. Asimismo, la decidida injerencia del Estado en la educación a partir del siglo XIX, que antes respondía a iniciativas privadas.
Luego, volviendo sobre la idea de que en el origen de esta concepción y en su lógico desarrollo están las causas de la actual crisis, añade:
“El Estado moderno ha desarrollado esta racionalización hasta los límites de lo irracional, a veces incluso agravando una irracionalidad que en principio se proponía remediar. De principio, de orden se ha transformado así en causa de desorden. El ejemplo que salta primeramente a la vista es el de una administración desnaturalizada y transformada en burocracia. Siendo la administración algo indispensable para la colectividad, su gigantismo la paraliza y la transforma en un parásito que se tiene por fin a sí misma”.
Pero al calificar esta realidad, el profesor Freund, con equilibrio y profundo sentido de la realidad, no se queda en una simple y fácil crítica de la organización política contemporánea. Sus observaciones apuntan también al mal acostumbramiento en que han caído sucesivas generaciones, contribuyendo con su actitud a reforzar, más que a corregir, esta equívoca concepción del Estado:
“Este desvío no es imputable tan sólo al poder, pues la propia ciudadanía tiene una buen parte de responsabilidad en esta difusión burocrática, precisamente en la medida que pide una ayuda cada vez mayor del Estado en diversos campos de la vida privada. Exige lo que se ha llamado el Estado-Providencia, el cual debería estar a disposición no tan sólo de problemas colectivos, sino también de preocupaciones individuales. La consecuencia es una profusión de leyes, de decretos y ordenanzas que, por su artificio, viene a sustituir al ámbito de las costumbres y acaba por disolverlo”. Aquí, pues, según explica el profesor Freund, radica un aspecto crucial en la crisis contemporánea del Estado: “El Estado entra en crisis desde el momento en que extrapola sus capacidades, pues perturba así a las demás actividades que, a su vez, no pueden sino perturbarle a él”.
Justificaciones ideológicas y equívocos
Este impulso intervencionista entrañado en la propia concepción del Estado moderno ha venido a recibir una justificación doctrinaria más explícita con el socialismo, afirma el catedrático francés. Según palabras de Freund, “el socialismo aporta al estado la justificación doctrinaria para este impulso de injerencia en lo privado, para esa tendencia a la omnipresencia del Estado. Y es el socialismo el que principalmente ha arrojado una especie de abyección sobre lo privado”.
En un orden distinto le presta también su apoyo a esta tendencia intervencionista la idea prevaleciente de que la legalidad –la supremacía de la ley en un sentido de ley positiva- es la máxima justificación del Estado moderno. “Las unidades políticas anteriores, agrega, la ciudad griega, por ejemplo, dejaban espacio a las costumbres y las costumbres participaban en la vida política. En el Estado moderno, en cambio, el único punto de referencia es la ley, incluso a veces contra las costumbres admisibles y buenas”.
Ordenar los términos del problema, expresa, exigen entender que el derecho es posterior a la voluntad política: “El derecho aparece justamente en la voluntad de organización de una unidad política, y organizarla es precisamente darse un derecho”. Lo que se vincula con la persecución del bien y la felicidad para los individuos componentes de una determinada sociedad, a propósito de lo cual el profesor Freund nos dice:
“Es un error básico confundir esta racionalidad del Estado a que me he referido con la felicidad de los hombres. Esta es fundamentalmente individual y no puede fundarse, por tanto, en la racionalidad del Estado. Uno la encontrará en el gozo, otro en el ascetismo, otro en la bohemia, otro será feliz si lo consideran distinguido. ¿Cómo podría el Estado construir la felicidad desde el momento en que la percepción de los individuos es muy diferente en lo que a ella concierne? La racionalidad del estado bien entendida no puede consistir sino en que éste disponga las condiciones materiales para que cada uno fabrique su felicidad con la impronta de su propio estilo. Y que el Estado se abstenga de querer él fabricar colectivamente la felicidad, pues en tal caso tendría que imponerla y no haría a los hombres felices sino desgraciados. Una felicidad impuesta no puede ser calificada de tal. Hay algo esencialmente individual en la felicidad”.
Libertad y liberalismo
El discurrir del escritor y pensador galo nos lleva así el problema de la libertad y a una definición de criterios frente al liberalismo, término de connotaciones filosóficas y políticas tanto como económicas, objeto de las más variadas interpretaciones.
¿Cómo define el profesor Freund el liberalismo y qué posición asume frente a él?
Distingue, por de pronto, liberalismo económico de liberalismo político. Sustenta, en cuando al primero, la necesidad de la libre iniciativa particular y del derecho de propiedad: le preocupa la libertad del crédito, pues su nacionalización, afirma, es el principal instrumento del Estado para controlar la vida empresarial; considera sorprendente la porfía de algunos en defender esquemas de planificación estatizante ante los evidentes fracasos de la economía de los países socialistas.
Frente al liberalismo político, en cambio, mantiene algunas reservas. Si se le considera como el respeto a los derechos fundamentales –reunión, información, etc.- está perfectamente de acuerdo con él. Sin embargo, discrepa de los liberales del siglo XIX, que querían reducir el papel del Estado únicamente a la función militar y financiera y buscaban disminuir su autoridad. La autoridad del Estado es garantía de orden dentro de un país, si bien esta autoridad debe también ser revocable.
Pero la cuestión central en materia de liberalismo político considera que es la permisividad de la ley. Visto que una ley adquiere un sentido por lo que permite o por lo que prohíbe, expresa que “es un error querer legislar principalmente sobre lo permitido. Las leyes deben tratar principalmente sobre lo prohibido. Si todo fuese permitido, no harían falta las reglas”. Y añade: “Cuando se legisla sobre lo permitido, es permitido lo que dice la ley y lo demás entra en lo prohibido. En cambio, cuando se legisla sobre lo prohibido, es prohibido lo que dice la ley y todo lo demás es permitido. Estoy contra el liberalismo que quiere legislar sobre lo permitido, y estoy a favor del liberalismo que legisla sobre lo prohibido. La primera situación la ilustra perfectamente el caso de Rusia, donde al obrero se le señala lo que está permitido en la fábrica, pero todo lo demás está prohibido, incluso cambiar de trabajo. Estar, por lo tanto, en contra de un liberalismo de leyes permisivas y a favor de un liberalismo de leyes prohibitivas. Me dicen, incluso, que soy un antiliberal desde este punto de vista…” concluye riendo.
Revolución y estatismo
Si la voz cantante de las protestas contra la autoridad la han sostenido desde siempre las ideologías revolucionarias, son ellas mismas, sin embargo, las que han ejercido de manera más dura esa autoridad, generalmente a través de un estatismo desenfrenado. “Han proclamado que desean suprimir la dominación y eliminar al Estado, pero en la práctica no han cesado de reforzarlo, haciendo que deje de ser un elemento moderador para transformarse en una máquina de opresión y de agresión contra los ciudadanos”, indica.
“La primera expresión de este género de estatismo la constituyen –explica el profesor Freund- los más radicales elementos de la Revolución Francesa, esto es, los jacobinos. Todo fue sacrificado al poder de algunos hombres a través del fortalecimiento del poder estatal. Lenin –recuerda- retomó la misma fórmula (aun cuando declarase que mantenía el Estado sólo como mecanismo de transición). La pretendida oposición del Estado en unos y otros jefes revolucionarios se transformó de hecho en la instauración de un Estado despótico. Fascismos y nacismos de todos los tipos han recogido en nuestro siglo la misma fórmula. El hitlerismo, como lo he demostrado en varios de mis escritos, es un hijo natural del jacobinismo y del leninismo”.
¿Hacia un superestado?
Atendiendo al proceso de integración política observable principalmente en Europa, surge una pregunta de su relación con este reforzamiento del Estado. ¿Responde este proceso a un debilitamiento de las diversas estructuras estatales en beneficio de un solo gran Estado, aún más poderoso? El tema, motivo de las más variadas conjeturas, no escapa tampoco a las consideraciones de nuestro entrevistado, para el cual tiene una respuesta clara.
“La integración europea preconizada por cierto número de políticos no podrá realizarse, sino en detrimento de los Estados existentes, es decir, al precio de su desaparición. Si la integración, pues, se llega a realizar, Europa se agrupará en una nueva clase de unidad política, diferente a la estructura estatista hasta ahora conocida. Así como existieron unidades políticas preestatistas, puede haber unidades postestatistas, de las que la unidad europea sería un primer modelo. Será quizás lo que han llamado algunos “la Europa de las etnias”. Es decir, una Europa unificada que reuniría pueblos, pequeños o grandes, que han sabido preservar al cabo del tiempo su originalidad y su patrimonio cultural y lingüístico. Se trataría, pues, de un nacionalismo no en las dimensiones de un Estado sino en el de las etnias más pequeñas, tanto en lo que dice relación a población como a superficie”. Y en este sentido –añade- la idea de Europa se opone más a la idea de Estado que a la de nación.
La mesocracia
¿Qué piensa Julien Freund de la democracia?
-Cuando alguno de mis interlocutores se presenta como demócrata me siento obligado a preguntarle de qué democracia se trata: ¿de la versión americana, de la versión parlamentaria europea, de la versión totalitaria de los países de Europa del Este o de la versión dictatorial de los países del Tercer Mundo? Personalmente, para evitar estos equívocos o falsificaciones, he propuesto en un libro mío por aparecer el término de “mesocracia”. Entiendo por ello un régimen de mesura, de poderes compartidos y equilibrados, que no sacrifican la libertad a la igualdad y viceversa, y, por fin, que respetan lo específico de cada una de las actividades humanas –religiosas, artísticas, económicas, científicas- sin subordinarlas al arbitrio de lo político.
Resta saber entretanto cómo califica la legitimidad del régimen. Para Freund reside ella fundamentalmente en el respeto a los legítimos derechos y libertades del individuo. Descalifica por ello los abusos cometidos en nombre de la democracia que han conducido a la hipertrofia del Estado y a una crisis de legitimidad en innumerables casos.
Relativismo e igualitarismo
Tratando sobre las crisis de valores que afecta a Occidente y destacando en este sentido la actualidad de las reflexiones entregadas por algunos disidentes rusos-, el profesor Freund se detiene en dos fenómenos que le parecen las coordenadas de esta crisis: el relativismo en las ideas y principios, y el igualitarismo en las relaciones humanas.
Como denominador común de estos dos fenómenos indica la horizontalidad y la pérdida del sentido de las jerarquías. “El relativismo se define por el ‘todo vale’, por la disolución de las jerarquías o escalas de valores. Puede haber fricciones nacidas de las diferencias entre unos y otros sistemas de valores, lo que es normal y muchas veces enriquecedor. Lo lamentable es la confusión de las ideas y de los valores, queriendo ponerlos todos en un plano de igualdad. Es conveniente que exista tolerancia entre personas que tienen diferentes ideas. Pero otra cosa muy distinta es la tolerancia en materia de ideas y principios. Esto último conduce irrevocablemente a la decadencia. No se puede confundir un plano con el otro”.
Acerca del igualitarismo no es menos explícito. Afirma que la igualdad, en el sentido de justicia social como se preconiza en nuestros días, no pasa de ser una idea abstracta. “La vida rechaza la igualdad, observa. Toda manifestación de vida es antiigualitaria, y hasta los hechos más simples nos hacen reconocer la desigualdad: uno es grande y otro es más pequeño; uno tiene facilidades de abstracción, otro, en cambio, sobresale por sus habilidades manuales, etc.”
Precisamente luego los diversos géneros de desigualdad que ofrece la naturaleza y lo que en justicia corresponde considerar al respecto, añade: “Hay desigualdades irreductibles ligadas a nuestro propio nacimiento y es lo primero reconocer su existencia. Están enseguida las desigualdades que nacen de nuestra actividad: como lo podemos apreciar en estos días, millones miran el fútbol, pero sólo puede haber 11 en la cancha…; lo mismo ocurre en el arte y en la ciencia, donde unos hacen descubrimientos fantásticos y otros, trabajando todavía más, no consiguen tanto resultado”.
“Existe luego un tercer género de desigualdad y es la que nace de la suerte: uno tiene un accidente y queda lisiado, otro cae enfermo, mientras muchos mantienen la salud. Creo, dice Freund, que es en esta tercera clase de desigualdad en que entra a jugar el problema social, y es aquí donde cabe la solidaridad, la ayuda social, etc. Las primeras formas de desigualdad, en cambio, deben ser reconocidas e, incluso, apreciadas en cuanto enriquecedoras para el conjunto”.
Y la conversación sigue por el mismo cauce, derivando de un tema a otro: el empobrecimiento de la identidad y las posibilidades de recuperación del sentido del ser; el tecnicismo que invade las relaciones humanas y la importancia de salvaguardar la propia intimidad; su entusiasmo de vivir una época de transición como la actual y su confianza en el futuro. Temas como para otros varios libros, que desde la calma de su recogimiento en Villé, Alsacia, Julien Freund se propone continuar elaborando.
Esta entrevista forma parte del libro: Crónica de las ideas. Para comprender un fin de siglo