Algunos años después de los acontecimientos de mayo de 1968, el escritor y periodista André Frossard -ilustre miembro de la Academia Francesa- daba a luz un libro en que interpretaba los sucesos de ese convulsionado mes. Con el título de “La Baleine et le ricin” (“La Ballena y el ricino”) ubicaba allí los hechos en el horizonte del profeta Jonás y de la ciudad de Nínive. La originalidad de su planteamiento, y lo muy comentado que él fuera en su momento, nos lleva veinte años después a revisar con él los mismos hechos, ayudados por la perspectiva del tiempo.
-Hace algunos años, usted escribió un libro –“La Baleine et le ricin”- para expresar sus reflexiones sobre mayo de 1968. A veinte años de esa convulsión, ¿mantiene lo fundamental de su balance? ¿Lo ha modificado en algo?
-No he cambiado, tanto más cuanto los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia para mí eran previsibles, porque había observado algunos indicios con anterioridad a los mismos, los cuales señalé, pero desgraciadamente nadie se interesó. Antes de mayo del 68, en Francia, en Estrasburgo, para ser exacto, había un movimiento de jóvenes estudiantes, llamados situacionistas, que habían manifestado su deseo de demoler la sociedad en la cual vivían, pero sin proponer una alternativa, sin tener otras estructuras con las que reemplazar lo existente. Todo eso me había intrigado en 1067, e incluso creo que a fines de 1966, y me parecía de extraordinaria importancia. El movimiento pasó totalmente inadvertido, pero yo escribí un editorial para destacarlo, sugiriendo que los políticos y los sociólogos lo estudiaran en terreno y señalando el hecho sorprendente de que esos estudiantes rechazaban la sociedad de consumo, pero no proponían otra. No se trataba de revolucionarios clásicos, con una receta para transformar la sociedad; era simplemente gente que negaba el mundo en el cual vivía. Todo eso me parecía digno de un estudio serio, pero nadie se molestó en hacerlo y ningún otro diario, fuera el mío –Le Figaro- habló del fenómeno, salvo tal vez en alguna nota breve de acontecimientos diversos.
Es así como mayo de 1968 no me tomó tanto de sorpresa, ya que era una repetición del primer movimiento, una secuela normal de lo que yo ya había vislumbrado y, si no lo había visto, había escuchado hablar de él en Estrasburgo. Como el diagnóstico era el mismo, no he cambiado de opinión después. Lo que ocurrió entonces fue algo significativo, una especie de remezón histórico en la sociedad francesa. El movimiento de mayo de 1968 no es exclusivamente francés; se ha dado en todo el mundo, en muchas democracias, incluso en los países de Europa oriental. Por ejemplo, en Checoslovaquia, donde hubo ese mayo que fue “la primavera de Praga”. Fue un fenómeno casi universal, pero lo interesante específicamente en Francia es que aquí las cosas salen a la luz y se legisla al respecto. Dado el temperamento francés, se hacen leyes hasta del absurdo… Esto tiene sus ventajas, porque los acontecimientos se examinan en todos sus detalles y consecuencias.
Presencié todo sin mayor sorpresa y con gran interés. Aun cuando el movimiento se desencadenó contra el general De Gaulle y yo siempre fui gaullista y sigo siéndolo, se trataba de un asunto digno de analizarse objetivamente, en forma independiente de la opinión que uno tuviera del gobierno. Me topé con otros interesados en el movimiento, con enfoques que diferían en mayor o menor grado del mismo, pero que me parecían justos, como Maurice Clavel y el sociólogo Edgard Morin, cuyas ideas sobre mayo de 1968 me parecieron muy importantes. El pensamiento de Maurice Clavel era muy religioso desde hacía un tiempo e invocaba al Espíritu Santo para explicar el fenómeno, lo que me parecía excesivo. Tanto él como Edgard Morin consideraban, en el fondo, en mayo de 1968, el inconsciente colectivo en rebeldía. Todo provenía del inconsciente colectivo, pero terminaba en el mismo tipo de confusión. En un caso, la explicación venía del cielo, y en el otro, del subsuelo, pero a nivel de las calles la confusión era más o menos la misma, al igual que la mía, por lo demás. Yo no recurrí al Espíritu Santo, porque no tuve la osadía de hacerlo, sino al espíritu, pura y simplemente. Vi un fondo realmente espiritual en el movimiento de mayo, aunque no precisamente en el sentido religioso. Lo escribí casi de inmediato y lo repetí durante todo el mes de mayo, sin éxito alguno con mis lectores, que no estaban de acuerdo conmigo. Pero no podía sino decir lo que creía discernir respecto de algo que no era una revolución propiamente tal, porque en una revolución se ven tipos disparando con fusiles en las esquinas. Las revoluciones proponen algo, ofrecen estructuras, tienen una doctrina y por lo general prometen un porvenir ideal. En este caso, nada de eso se daba. Los jóvenes querían simplemente que la vida cambiara y ésa era realmente su intención, un cambio en la forma de vivir y relacionarse de los seres humanos. Me pareció casi de inmediato que todo eso tenía una raíz espiritual, porque a mi modo de ver, el espíritu es una aptitud para lo absoluto y lo divino. En la sociedad de esa época, como en la actual, esa aptitud no podía realizarse, y cuando el espíritu no encuentra a Dios adquiriendo un carácter positivo, niega todo lo demás, se vuelve nihilista. El espíritu había sido excluido desde hacía un siglo de las universidades. Allí se hablaba de la inteligencia, de la cultura, pero jamás del espíritu, es decir, de nuestra aptitud para lo absoluto. No había educación espiritual y ni siquiera se hacía una alusión al espíritu. Me dio la impresión de que súbitamente ese espíritu invadía el mundo económico, social y político de la época, desmoronando sus estructuras.
¿A la izquierda del PC?
-¿Por qué esa juventud que usted califica en su libro de encontrarse en estado de “mística salvaje” buscó maestros nada místicos como Sartre y Marcuse, y se proclamó a sí misma “a la izquierda del PC?
-No, no hay que creer en eso. Trataban de encontrar una doctrina o un pensamiento para justificar su acción y la hallaban en algunos filósofos, no precisamente Sartre, más bien Marcuse; pero todo eso no era esencial y muy pronto rompieron con ese pensamiento. El movimiento se había iniciado sin doctrina alguna y así se había desarrollado. Tuvo tanto éxito y prendió tanto entre los jóvenes, que sintieron la necesidad de estructurarlo, de darle un pensamiento. Recurrieron, entonces, a pensadores un poco estrafalarios, un poco al azar, pero fue un error, porque no se acomodaban para nada con su espíritu. No tardaron mucho en darse cuenta, y la moda de la doctrina marxista-maoísta –“a la izquierda del Partido comunista”- sólo duró dos o tres semanas.
Los maoístas vinieron a visitarme. Un día llegaron seis de ellos uniformados, vestidos de azul como los chinos, deseosos de unirse con los obreros.
-Hasta ese momento, ¿tenían algo de marxistas?
-Sí, era una especie de recurso para asegurarse contra el vacío. Porque en un comienzo el movimiento no tenía nada de marxista, pero como carecía de un pensamiento estructural, adoptaron el marxismo y luego algunos marxistas se unieron con ellos, como compañeros de ruta, por lo cual en un momento había un color marcadamente marxista. Pero el elemento más activo, el fermento inicial, era la “espontaneidad a la Cohn-Bendit”, con una especie de comicidad que introducía el desorden para hacer sonreír un poco a esta sociedad austera y triste. Luego los otros se apoderaron del movimiento y los marxistas-maoístas trataron de arrastrar a toda la juventud hacia el lado de ellos. Es así como este movimiento, que no era revolucionario, comenzó entonces a ser dirigido hacia la revolución y el mejor detonador para una revolución es la alianza entre obreros y estudiantes.
En Francia ha habido por lo menos dos revoluciones de este tipo, en 1830 y 1848. Cuando los estudiantes adoptan principios revolucionarios y consiguen aliarse con los trabajadores, el movimiento se vuelve irresistible y puede derribar cualquier gobierno. Se daban cuenta de que solos, los estudiantes no lograrían reformar la sociedad.
Vinieron pues a verme para contarme su proyecto. ¿Por qué? En primer lugar, porque Maurice Clavel los había mandado y luego porque habían leído mis artículos y les parecía que yo no tenía prejuicios de clase y era bastante objetivo. Me contaron que ese mismo día iban a intentar unirse con los obreros, lo cual desencadenaría una nueva revolución de corte marxista. Hice lo que pude para abrirles los ojos y decepcionarlos: “El movimiento de ustedes tiene su origen en una protesta contra la sociedad de consumo, pero también contra todos los aparatos de dominación y poder. Ustedes quieren que no haya poder ni dominación. Sin embargo, se están dirigiendo a un aparato más fuerte que ustedes, que es el Partido Comunista, la CGT. Ustedes quieren tenderle la mano a los obreros, pero no van a poder atravesar la reja, porque los obreros están separados por rejas y por la CGT con sus alambres de púa, que impedirán el contacto, porque naturalmente la CGT no desea que ustedes vayan a introducir ideas distintas a las de ellos en el medio obrero, de modo que no lograrán acercarse”. No me creyeron y me dijeron que de todos modos conseguirían pasar, que nadie podría impedirlo. Sin embargo, nunca lograron estrecharle la mano a un solo obrero por encima de las rejas de una fábrica, y desde ese día los jóvenes y el movimiento se decepcionaron totalmente del marxismo. Se dieron cuenta de que el marxismo apuntaba hacia el poder, hacia el ejercicio del poder, del dominio, y por lo tanto hacia un aparato que en ese momento era un aparato sindical, pero que podía convertirse en un aparato estatal contrario a todas sus razones, a toda su mística. Se puede decir que a partir de ese momento la juventud intelectual francesa rompió con el marxismo, de tal manera que actualmente ya no hay juventud marxista. Siempre quedan algunos, por supuesto, pero el grueso de la juventud francesa no es marxista y no por una conversión. La desilusión viene de ese día en que los maoístas fueron rechazados por el sindicalismo y no lograron unirse con la clase obrera. Es raro en la historia, pero en este caso se puede señalar una fecha precisa. Al día siguiente, era evidente que el marxismo y la juventud francesa se habían divorciado. Fue una terrible decepción para los jóvenes maoístas.
Fin de una era
-Varios historiadores muy autorizados señalan el fin de la Edad Media con la Revolución Francesa. Me ha sorprendido que en su libro “La Bailene et le ricin” usted dice que la Edad Media termina en mayo de 1968. ¿Cómo puede explicar una afirmación tan sorprendente?
-Pienso que la Revolución Francesa de 1789 comenzó mucho antes, en la segunda mitad del siglo XIII, con el paso del románico al gótico. En el románico, Dios desciende a la cavidad románica; en el gótico, es el hombre el que asciende, es todo lo contrario. Una vez que el hombre termina de trepar la escala, la aguja de la catedral hasta la cima, en lugar de Dios tenemos a Copernico, luego a Galileo y a Armstrong en la luna. Claro, es el hombre el que sube. A mediados del siglo XIII se produjo una evolución social muy grande, y el mundo cristiano dejó de orientarse por la contemplación y pasó a la acción. Ese fue el comienzo de la Revolución Francesa, porque ya no era Dios el personaje principal de la historia como en los siglos XI y XII, la pura Edad Media, en que todo se organizaba en torno a Él, bajo su mirada. A partir del fin del siglo XIII se abandona la contemplación y se pasa a la acción, y poco a poco el hombre se convierte en el personaje principal de la historia, que ahora gira en torno a él y no a Dios, en torno a la realización del hombre mismo y por sí mismo. La perspectiva se invierte completamente. Es una evidencia física y no metafísica. Es por eso que considero que la Revolución se remonta a esa época y es evidente que poco a poco el hombre no podía sino dirigirse hacia una emancipación cada vez mayor en relación con lo divino y lo religioso; era la secuela fatal de ese cambio de orientación, su consecuencia lógica. El año 1789 constituyó una primera realización bastante radical, el fin de un régimen más que el comienzo de otro. Hay secuelas permanentes de una forma política y social que deja de ser vertical, como en la monarquía del Antiguo Régimen –el trono, el altar, el pueblo- hacia un sistema de relaciones horizontales, que es difícil. Con la democratización, sigue habiendo medios de ejercer un mínimo de poder, de legislar. Sigue habiendo pequeñas jerarquías verticales con delegaciones de poder, asambleas o un monarca constitucional. En mayo de 1968 se negó en cambio la necesidad de un poder, literalmente hay una pretensión de vivir sin leyes. Había una especie de deseo de caridad humana y en todo caso de reconocimiento del prójimo, con una serie de elementos positivos y negativos. Había una utopía de aspirar a una sociedad con leyes, que descanse únicamente en la espontaneidad de la inspiración de los predicadores, en el espíritu, sin reglamentos, estatutos ni aparatos de poder. En la base de todo el movimiento había una convicción de ese tipo. Mayo de 1968 representa el final de una evolución que comenzó en el siglo XIII, eso es lo que quise decir. Sí, porque se trata de una democracia absoluta, es decir, sin poder coercitivo alguno, sin poder represivo, capaz de imponer reglas. Esa era la idea y, en todo caso, si no era una idea, ése era el sentimiento.
Interrogado sobre la posibilidad de que algunas reacciones de signo positivo hayan venido a reemplazar a los ídolos caídos en mayo de 1968, Frossard se explaya acerca de las condiciones inherentes al espíritu humano. Explica así que “lo que desapareció en mayo fue la utopía política, que había ocupado el lugar del impulso espiritual, desembocando en la empresa revolucionaria, donde pierde su naturaleza. La utopía desapareció –añade-, pero desgraciadamente también el impulso espiritual, en la misma oportunidad”. Quedó, a su juicio, a la par de un estado de espíritu individualista y ajeno a muchos valores de la sociedad tradicional, como son la familia y la nobleza de los sentimientos conyugales, un tipo humano desprejuiciado y más abierto a la relación con sus semejantes. Al lado de lo negativo, algo de positivo: “Es que los individuos son contradictorios, eso es bien sabido. El ser humano no es una sola pieza, no es monolítico y a menudo está dividido contra sí mismo. Eso lo caracteriza”. Por otra parte, agrega, “el hombre moderno, junto con la necesidad de expresar la generosidad, aunque sea con palabras, se ve en una sociedad que lo constriñe a una vida mucho más difícil, más áspera, en que los buenos sentimientos no tienen ocasión de exteriorizarse, una sociedad dura, la sociedad de consumo, la sociedad tecnológica, que no facilita la expresión de los sentimientos”. De ahí, pues, esta contradicción entre la ausencia de compromiso personal y la solidaridad en lo social colectivo.
Veinte años después
-Muchos opinan que los recientes resultados electorales hacen difícil discernir dónde está la izquierda y dónde la derecha en Francia. ¿Opina usted igual? ¿Hasta qué punto la actual situación es un efecto del fenómeno mayo 68?
–No he reflexionado todavía mucho en ello. Pero hay una cosa evidente y es que los franceses, en cuanto colectividad cuyo único medio de expresión es el voto, han superado la división izquierda-derecha, que ya no les dice nada y no les interesa, porque a menudo la derecha ha empleado políticas de izquierda, inclinándose hacia el socialismo, y la izquierda ha perdido su ideología y no tiene más doctrina. Para la izquierda las cosas son producto de las palabras, y le reprochaba a la derecha precisamente el negarse a pronunciar las palabras mágicas. Bueno, ya no hay palabras mágicas, la izquierda no las tiene, no hay ningún tipo de fe ideológica. La izquierda se ha vuelto socialdemócrata, pragmática; hace que las conciencias tomen contacto con la realidad. Un país es algo muy complejo y no es fácil imaginar un modelo para los seres humanos. En el plano práctico, hay muy poca diferencia entre la izquierda y la derecha. La mayor parte de las decisiones obedecen a la lógica, de acuerdo con los desafíos de la realidad, y se imponen a todo el mundo, sea de derecha o izquierda. Hay más reticencia para aceptarlas en la izquierda, si se tiene un ideal, que en la derecha, donde se toman las decisiones en forma natural; pero en ambos casos se termina aceptándolas, con un toque que hace posible poner el acento un poco más a la izquierda o un poco más a la derecha, eso es todo. La diferencia entre la derecha y la izquierda está en el interés: con 7,35 estamos en la izquierda, y con 7,45, en la derecha; no es gran cosa.
Ahora, existen de todas maneras temperamentos de izquierda y temperamentos de derecha. No hay una izquierda o una derecha propiamente tales, posibles de reconocer, pero sigue habiendo hombres de izquierda y hombres derecha, por temperamento, por la forma de comprender la vida, de tener o no esperanza. Es una cuestión psicológica que puede también describirse así: Es de izquierda el que no cree en el pecado original, y es con temperamento de derecha el que no cree tanto en la redención y no está seguro del éxito. Así, casi lo único que puede discernirse claramente entre un temperamento de izquierda y uno de derecha es la división en relación con el pecado original, nada más. En otras palabras, unos creen en la bondad natural del ser humano y otros no. El hombre de izquierda piensa que actúa guiado por su corazón y el hombre de derecha más bien dirá que lo hace guiado por la razón.
-¿Y cuál es la relación entre la muerte de los ídolos en 1968 y el actual resultado político?
-Así como los maoístas se percataron de que estaban dándose de cabeza contra un muro sindical y los aparatos burocráticos de la política, la gente ya no cree en los aparatos políticos y ese tipo de cosas. De alguna manera es una consecuencia remota de mayo 68. Hay una falta de confianza y la gente no se deja arrastrar por una concepción política, cualquiera sea. Por el momento, la política produce un encefalograma plano. Nada tiene para decir en relación con el ámbito divino y humano, espiritual y temporal; lo único que puede hacer es dar recetas de gobierno en lo económico, social o financiero, recetas de producción y de consumo. En lo demás, no veo quién ni qué pueda arrastrar a la gente, qué insignia, qué bandera, qué cruz…
-Se ha visto, en la historia, que en Francia hay cosas que se manifiestan antes que en Alemania y otras partes. ¿Cree usted que este fenómeno que se observa ahora en Francia aparecerá en todo Occidente?
-Ya se está viendo, incluso en los países de Europa Oriental, con la glasnost y la perestroika. El sistema está tratando de ir más allá de sí mismo, más allá del sistema marxista; ya no hay más fe, ya no se trata de una creencia mística, es otra cosa. Empezó convirtiéndose en clericalismo soviético…
-¿Qué es ese clericalismo soviético?
-Es algo más que la fe, es la intuición, es esa especie de iglesia roja que conforma el estado soviético, con sus curas, sacerdotes y sirvientes… Ahora han comenzado a desmontar eso…
Pero lo que usted dijo antes de Francia es exacto, porque aquí tenemos la ventaja de que las cosas son abiertas, todos los sentimientos, bueno y malos, sin disimulos. Es una ventaja en relación con muchas otras naciones. Los sentimientos están un poco reprimidos a veces en otros lugares. Así, en Inglaterra los reprime la buena educación. No digo que no seamos educados, pero sí somos mal educados, en Francia, lo somos completamente. En Italia han sido reprimidos mucho tiempo por la Iglesia, que imponía cierta disciplina.
-Entonces el fenómeno aquí aparece antes…
-Es más visible el fenómeno al comienzo, es más rápido, dado el temperamento francés. Eso no significa que Francia sea líder de las operaciones intelectuales o espirituales. Lo que hay es que en la plaza pública se defienden ideas que en otros lugares suelen estar presentes en forma inconsciente o que se prohíben, como en Europa Oriental.
Corría a la sazón en París el mes de mayo de 1988, y el buen tiempo comenzaba a afirmarse…
Esta entrevista forma parte del libro:
