En los medios
El Mercurio

¿Un “sistema internacional del arte”?

Sr. Director,

Excepcional y saludable impacto ha producido la columna de la periodista Elena Irarrázabal, quien relató la experiencia recogida en una ocasional visita al Museo de Bellas Artes. Repercusión muy fuera de lo habitual si se aprecia que el tema ha invitado a la prensa seria a editorializar, con prioridad sobre cuestiones urgentes que preocupan a la  población. Excepcional, asimismo, si se observa la reacción coordinada y casi inmediata -de apasionada defensa a un nada inocente actuar museológico, de pronto puesto a descubierto…- firmada por casi 40 personas que califican como curadores, artistas premiados, directores de instituciones culturales y otros, en Chile y en el extranjero (principalmente España y Argentina); lo que revela una red activa y atenta a esta tarea en absoluto inocente, impulsada con seguridad no sólo en el principal museo de la capital. 

Conviene, aunque brevemente, detenerse en algunos puntos. El arte como propaganda ideológica fue un instrumento largamente usado por los totalitarismos del siglo XX. Que en la sociedad post-ideológica

inaugurada en la última década del siglo XX aquel mismo fenómeno adquiriera usos y métodos diferentes, podría explicarlo cualquier estudioso de Antonio Gramsci.  Es el “sistema internacional del arte” que manipula las “instancias necesarias para la reconstrucción de un nosotros y nosotras libre de autoritarismos y exclusiones…”, como reza el manifiesto.

No es cierto, primero, como dicen los autores de éste, que sus acciones “resuenan a escala internacional”. Es al revés. Vivimos la proyección en Chile y seguramente en otros países de la región -que no ostentan la vanguardia de los museos contemporáneos- de la transformación del “sistema del arte”, como lo llaman, según lo que se puso por obra ya hace tiempo en parte significativa de sus altas esferas. Capítulo especial merecería, por ejemplo, la dolorosa transformación de la National Gallery de Londres, otrora dirigida y llevada a un gran esplendor – atravesando incluso los terribles tiempos de la guerra- por Sir Kenneth Clark (nombrado para aquel cargo con apenas 30 años)  cuya apoteósica serie Civilisation es hoy criticada por la BBC con criterios parecidos a los del manifiesto.

Hace 30 años entrevisté para este diario al muy conocido crítico de arte Philip Jodidio (ver provitasua.com), joven director de Conaissance -revista que llevó a su apogeo- quien me hizo esta sorprendente revelación: “En Estados Unidos se sostiene actualmente un punto de vista según el cual la calidad del arte o la apreciación de la calidad es una especie de complot contra las minorías oprimidas, una manera de excluir a todos aquellos que no están representados en los museos”. Aquella forma de ver el arte en los museos, agregó, estaba entonces también presente en Francia. En perspectiva mayor, prácticamente se hacía desaparecer la pregunta planteada por la obra de Paul Gaugin que muestra el Fine Art’s Museum de Boston: “¿De dónde venimos?¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?”. Corría el comienzo de los noventa -¿el fin de la historia y el advenimiento del “último hombre”, como lo denominó Nietzsche?- y también Octavio Paz y Mario Vargas Llosa hacían oír su inquietud, como puede cualquiera comprobarlo en las páginas culturales de este diario. En un plano personal, al cabo de una ininterrumpida conversación con Nemesio Antúnez -gran director del mismo MNBA en tiempos de Frei Montalva y luego de Patricio Aylwin- escuché decir al pintor su preocupación por la corrupción a que conduciría al artista la situación que anunciaban estas olas.

Jaime Antúnez Aldunate