En los medios
El Mercurio

¿Qué sentido tiene la vida?

Sr. Director,

Se puede ver a través de los párrafos publicados por El Mercurio como adelanto del último libro de Carlos Peña (sábado 26), que el autor lee bien el sentir masificado de las personas -ricos y pobres, viejos y jóvenes, mujeres y hombres, etc- cuyas vidas, como la masa, se ven muchas veces tocadas a fondo por esa levadura que denomina él, sumariamente, “la mundialización de la técnica y del mercado”, fenómeno que asimila con la delicuescencia del Estado nacional. Podrían a estos agregarse varios otros factores, de similar nivel, como por ejemplo los que tienen que ver con la alteración que sufren hoy las categorías de tiempo y espacio (la urgencia que sustituye a la importancia; la espacialidad hecha pedazos o “desmaterializada”, etc).

Es sorprendente, en efecto, cuánto hoy la situación que el autor advierte induce a una ansiedad que trastorna a multitud de personas, quienes no podrían vivir quietas sin tener que “reinventarse”. La relación de ello con la insatisfacción social es inevitable.

No es acertado, sin embargo, el desglose de esta crisis  de auto-reconocimiento cuando, como hace Carlos Peña, se confunden por igual aspectos étnicos con religiosos, en cuanto identitarios, al menos por lo que se refiere al contexto nuestro (habrá otros en que se puede discutir).

Por una parte, querer contar “con una identidad que les confiera sentido a nuestras vidas” es una legítima y  razonable aspiración en casos de etnias culturalmente definidas, lo que nada tendría que ver con cualquier aprovechamiento anarco-terrorista de esa voluntad.

Cuestión distinta es, sin embargo, cuando lo que está en juego es de verdad religión. La pregunta interpelante, “¿qué sentido tiene la vida?”, con que Alberto Hurtado movió la conciencia de miles de jóvenes, constituyó un resultado y una esperanza, que aunque suponga la conciencia de pertenecer a un pueblo, no se define por una identidad sociológica. Pues en ese pueblo caben hombres de toda raza y nación -partos, medos y elamitas- libres y no libres, y su mirada apunta al fin, a las ultimidades.

Salvo una concepción cerradamente intramundana de lo religioso, no se comprende -y queda el autor en deuda de explicarlo- en qué sentido dice advertir que en este momento la religión sea un peligro que conduce al fundamentalismo.

Jaime Antúnez Aldunate

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