Sr. Director,
Hay que felicitarse por la columna del académico Adolfo Ibáñez publicada el pasado lunes, con el título “Revolución”. El autor sintetiza con veracidad la descomposición en curso.
Es un error y una ingenuidad en la cual el país parece haber caído, imaginar que el precipicio en que nos vimos en el último trimestre de 2019, y más, se haya desvanecido como una simple pesadilla. No hay espacio, es verdad, y por ahora, para escenas como aquella del senador Navarro celebrando en el Congreso, triunfantes, a los brigadistas de la “primera línea”. No obstante, aquello no fue un esperpento ocasional, sino el fruto de un trastorno moral mayor. Y ese tipo de males no cesa con una terapia cualquiera. No es materia de un simple barrido.
Un libro antiguo, y muy sabio, tiene este pasaje que doy por seguro más de un lector reconocerá: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos en busca de reposo, pero no lo encuentra, se dice entonces: ‘Me volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar la encuentra desocupada, barrida y en orden. Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio”.
El desconcierto que reina en esa casa superficialmente barrida y ordenada por dos plebiscitos que, vistos desde hoy y de cara a lo que recuerda Adolfo Ibáñez, parecen accidentes extemporáneos, habla de otra cosa: es que de no tomarse la situación presente en serio, devendrá en algo mucho peor y, probablemente, irreversible. No podemos ya intentar apaciguarnos discurriendo con fenómenos que, no siendo nuevos, se presentaron en su momento como una novedad sociológica o antropológica, así lo de la “anomia” que padecen muchos jóvenes y que se hace extensiva a las nuevas generaciones.
El mal, tema de lucubraciones antiguas y nuevas, no es en todo caso asunto para jugar.
El espectro etario y la infinita variedad de espacios en que se desarrolla la descomposición en curso, habla de una decadencia amplia y letal. El gran discípulo de Ortega que fue Julián Marías dijo una vez a este diario: “Temo mucho a la decadencia, pues cuando se instala es muy difícil salirse y no se sabe adónde lleva”.
Reactivar el valor de nuestro más profundo ethos como cultura y país cobra una importancia decisiva.
Jaime Antúnez Aldunate