Señor Director:
El Mundial de Qatar hizo moverse el balón sobre el césped con una aceleración y dirección multipolar, a lo mejor metafórica de la que vive el globo. Fuertemente distinta de como era éste en 1930, cuando en el primer Mundial de la FIFA, Uruguay ganó en Montevideo la final a su vecina Argentina.
Ahora los cuatro semifinalistas representaron, cada uno, zonas viejas o emergentes del planeta -confrontación seguida por miles de millones a través del orbe- que puso finalmente al frente a la Europa de las riberas del Canal de la Mancha y a la oriental y eslava, al África y América Latina.
Y otra curiosidad: si muchos deseaban una competencia final entre América Latina y África, ésta no se dio en los registros, pero indudablemente que sí en el colorido y magistral ballet desplegado durante 120 minutos y algo más, por 22 hombres provenientes de estos dos continentes.
La festiva, saludable y multitudinaria celebración argentina -con cinco millones de personas en torno al obelisco de Plaza de Mayo- es un auténtico triunfo mundial que podemos sentir muy cercano.
Jaime Antúnez Aldunate