Señor Director:
La acertada observación de Carlos Peña en su columna del miércoles, relativa al Partido Comunista, abre a otras consideraciones sobre nuestro tiempo.
Que el ultrismo del PC chileno hoy provenga del apego a un pasado de amplio espectro, al que suma el recuerdo de una antigua y determinante racionalidad, que fue y ya no es más —última expresión ideológica de la Ilustración, dijo Vaclav Havel—, parece bien indudable. El autor en su columna da varios ejemplos bien claros que avalan esta afirmación.
Una mirada retrospectiva, desde Marx en el siglo XIX hasta la caída del Muro de Berlín (1989), permite entretanto observar y hacer memoria de cuánto el comunismo internacional, poseído de su misión redentora, fue capaz durante el siglo pasado de jugar sus dados, en cada época (casi todas terroríficas), mirando fundamentos doctrinales y praxis anterior, para entonces buscar nuevos caminos, según las circunstancias. Un engendro de tradición —como acumulación y procesamiento para avanzar de múltiples experiencias anteriores, animada en este caso de ensueño futurista—, pero ajena a aquello que conocemos con ese nombre, dado su propósito no constructivo, sino aniquilante.
El fenómeno freudiano de la “fijación inconsciente” suele no obstante hallarse también en otras tendencias contemporáneas; por ejemplo, en la vereda contraria del comunismo (hasta en el anticomunismo), y en algunas que se autodefinen además tradicionalistas, pero que carecen de tradición, por un efecto paralelo.
Pueden estas incluso aparecer revestidas de ortodoxia religiosa —en fenómenos como Lefevre en el posconcilio y hoy Viganó—, pero al igual que su contrafigura, se les observa siempre fijadas en un pasado imaginario y de gran simpleza en sus fundamentos racionales.
Cabe preguntarse si la inteligencia de Freud, muerto en 1939, no presagió en este sentido una realidad —la “fijación inconsciente”— que se agudizaría en lo sociopolítico con la disolución de la razón que domina a la era posmoderna. (El Mercurio-Cartas).
Jaime Antúnez Aldunate