Un gran documento, poético en su escritura -donde encontramos desde Euclides da Cunha y Cassaldaliga hasta el Amazonas del Canto General de Neruda (“padre patriarca…de las fecundaciones”) hondo en su horizonte de sentido, es la Exhortación “QUERIDA AMAZONIA” dada a conocer la pasada semana por el Papa Francisco.
Su lectura no es tan corta pero deleita. Hace pensar que, como sus antecesores con la “querida África”, el actual Pontífice eligió a su cercana y “querida Amazonia” no sólo para protegerla, sino también para que se descubra en sus tesoros lo que es capaz de obrar como fuerza recuperadora en el mundo que vivimos, de paradigma tecnocrático y posmoderno.
Según es ya habitual, los comentarios de los medios previos a su publicación -como si estuviese por alumbrar una constitución política- no tenían como centro más que un tema, y quizás dos. El primero de todos: si el Papa abririría mano del celibato eclesiástico en la Amazonia, dando curso a una reclamada “reforma de estructuras”, contradiciendo anteriores afirmaciones suyas y entrando en colisión con sus antecesores, principalmente con Benedicto XVI. Segundo, en menor escala, si la indispensable presencia de mujeres en la pastoral de la Amazonia daría espacio y se haría eco de reivindicaciones feministas y de género tan en boga.
Ambos desafíos reciben en “Querida Amazonia” una respuesta superior (n. 87-100). Si bien el ejercicio del ministerio sacerdotal no es monolítico y adquiere matices según los lugares, lo específico del mismo “no puede ser delegado”, pues en su esencia configura al sacerdote con Cristo y “ese carácter exclusivo recibido en el Orden, lo capacita sólo a él para presidir la Eucaristía”. No hay que ordenar a casados sino buscar vocaciones. Tampoco corresponde ubicar el papel insustituible de la mujer en la Iglesia como si fuese una cuestión de status –sería clericalizarla- pues el suyo es un servicio que prolonga la fuerza y la ternura de la Madre, María: “De este modo no nos limitamos a un planteamiento funcional, sino que entramos en la estructura íntima de la Iglesia”, dice.
¿De qué debe protegerse al territorio y al hombre de la Amazonia?
No sólo de la depredación y sus consecuencias, directamente relacionadas con el equilibrio ecológico planetario, tema que se desarrolla en muchos puntos (13, 48, etc), sino también de la injusticia, el crimen y la corrupción, muy directamente relacionados con la ruptura de familias y la migración forzada de poblaciones vulnerables a las periferias de grandes ciudades. No se propone en la Exhortación un indigenismo estático y cerrado al mestizaje, mas sí cuidar a estos pueblos -que en ningún caso pueden considerarse “salvajes incivilizados y sobrevivientes”- de la homogeneización que producen los engranajes de la sociedad consumista y de la economía globalizada. Además, cuando son creyentes, reclama el Papa evocando una realidad fuerte, sus raíces se remontan al pueblo de Israel y la indignación que provoca su abuso debe recordarnos la de Moises.
¿Qué regala al mundo esta “explosión de hermosura” que en sentido humano y geográfico es la Amazonia?
Se está aquí en presencia de pueblos que, al contrario del individualismo que erosiona el espíritu en las sociedades ricas contemporáneas, ostentan un fuerte sentido comunitario, un arraigo en lo que Benedicto XVI llamó “ecología humana”, que apela por su parte a que se les incorpore al progreso, pero en el marco de una “globalización en la solidaridad”. La Amazonia no debe sufrir del desarraigo ni de la colonización, sino que debe ser ayudada a dar lo mejor de sí a un mundo que requiere, más que de sus riquezas materiales, de esa atmósfera. El Papa llama a no ser simplistas, a saber reconocer el trigo limpio en la cizaña, a ver cómo Dios allí se manifiesta, y considera derechamente a la Amazonia “un lugar teológico”.
“Aprendiendo de los pueblos originarios podemos contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para reconocer ese misterio precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo utilizarla, para que el amor despierte un interés hondo y sincero. Es más, podemos sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se volverá nuestra como una madre. Porque «el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres»[LS]” (n.55), subraya.
“Cuida con tu cariño esa explosión de hermosura”, exclama Francisco en sus palabras finales, invocando para la Amazonia el cuidado de la Virgen Madre.
Jaime Antúnez Aldunate