Hoy 1° de noviembre, día en que desde el año 835, a instancias del Papa Gregorio IV, se celebra la fiesta de la Comunión de todos los Santos y los cristianos reviven su fe en el Cuerpo Místico de Cristo, celebrando la comunión de todos ellos entre si, vivos y muertos, con su Cabeza, refulge una importante noticia que decora el cielo de esta celebración: San John Henry Newman, beatificado por Benedicto XVI en Birmingham el año 2010, canonizado por el Papa Francisco en Roma en 2019, es hoy proclamado por León XIV, Doctor de la Iglesia. Será el número 38, lista inaugurada, en cuanto a los llamados doctores occidentales, por “cuatro grandes”: Ambrosio, Agustín, Gregorio Magno y San Jerónimo.
Newman, para quien no esté familiarizado con su figura, no sólo es calificado como uno de los más excelsos escritores de la lengua inglesa, sino que debe sobre todo considerarse como una personalidad intelectual de primer relieve en ese imperio británico aún descollante durante el siglo XIX (nace en 1801, muere en 1890), en el cual, todavía joven presbítero anglicano, ocupa la cátedra y el púlpito (como vicario de St.Mary) en la más prestigiosa universidad de tal imperio y la más antigua de lengua inglesa: Oxford.
Fue en ese ámbito donde habrá de trabar su lucha que concluirá con el alumbramiento de su obra a toda Europa, y hoy al mundo. En efecto, comienza allí, en el entorno oxfordiano y en contrapunto con su intensa vida de escritura y estudio, muy centrada en la Iglesia de los Padres -San Basilio (330-379), San Gregorio Nacianceno (329-389), San Agustín (354-430) y otros- a hacérsele perceptible, también a quienes le acompañan en sus desvelos, la ausencia de fundamento apostólico en el anglicanismo (sintiéndolo como comunidad eclesial de un establishment sociopolítico) y su paulatina inclinación intelectual y espiritual hacia el catolicismo. Su vida entonces discurre entre intensos avatares de los que quizá el mejor reflejo sea su famoso poema “Lead kindly Light”, compuesto en navegación de Palermo a Marsella, después de haber pasado por una agonía en Sicilia.
Entre 1833 y 1841 Newman y sus cercanos se expresan a través de legendarios “Tracts”, que llegan a ser 90 (de ahí el apodo que se da también al grupo, “tractarianos”, si bien es sobre todo conocido como el Movimiento de Oxford) punto en que las autoridades de su Universidad y de la jerarquía de Inglaterra prohíbe la difusión de tales escritos. Newman abandona Oxford, se recoge a una localidad cercana, Littlemore, donde aún se encarga de una parroquia anglicana. Será allí que pronuncia, en septiembre de 1843, el célebre sermón “The Parting of Friends”, despidiéndose de esa comunidad, para dos años después pedir ser admitido en la Iglesia católica. Como dijo en 1968 el Papa Montini, “Newman renunció, en la mitad de su vida, a lo que es más que la vida: renunció a la Iglesia de Inglaterra, no para separarse de ella, sino para darle cumplimiento”.
Pronto se le ve en Roma, donde lo recibe el Papa Pío IX, que le concede el grado honorífico en teología. Ingresa al Oratory, orden creada por San Felipe Neri, y funda la casa de ésta en Birmingham y a seguir en Londres. No son pocas ni menores las querellas en que se ve envuelto, la más importante de las cuales provocada por las infundadas acusaciones de Charles Kinsgley, cuestión que da origen a una de sus más bellas obras, “Apologia pro vita sua”, donde medita sobre el desarrollo de su pensamiento religioso. En 1851 es nombrado rector de la Universidad Católica de Irlanda, cargo que ocupa hasta 1858. La selección de sus discursos pronunciados en esos años, reunidos hoy en el libro “La idea de una Universidad”, serían, para quien lo desee, la más rica cantera con la cual abordar el convulsivo y universal fenómeno que, con mirada universal, Benedicto XVI calificó en 2008 de “grave emergencia educativa”, la actual.
Para medir el relieve de la figura de Newman desde su siglo hasta el presente, bien como en la historia en general, es interesante conocer el relato que, sin interrupción, hicieron de su persona todos los pontífices que ocuparon la cátedra de Pedro, tanto aquellos que lo conocieron -como Pío IX y Leon XIII (que lo creó cardenal)-, como sus sucesores, destacando en esta línea Pío XII y Pablo VI, en cuyas conversaciones con Jean Guitton antevieron lo que tiene lugar este sábado 1 de noviembre de 2025. Así lo refiere el filósofo francés en sus memorias: “Poco después me sucedió que escuché al papa Pablo VI hablarme de los grandes Concilios que precedieron al Vaticano II. (…) Pablo VI me hizo notar que un gran Concilio se inspira siempre en una filosofía y en una teología latentes. Citó tres ejemplos: el Concilio de Nicea, que fue inspirado por la teología de San Atanasio; el Concilio de Trento, que fue inspirado por la teología de santo Tomás. Y agregó que el Concilio Vaticano II sería inspirado por el pensamiento del cardenal Newman” (Un siécle, une vie, Laffont).